Envalentonado por las 10 latas de cerveza que se había tomado esa noche, el entonces sargento Charles Jenkins vio convertirse su plan en una pesadilla que se extendió por 39 años. En enero de 1965, junto a otros tres militares de EE.UU. destinados en el Paralelo 38, cruzaron las alambradas de la Zona Desmilitarizada que separa ambas Coreas con el objetivo de eludir un supuesto traslado a Vietnam, al comienzo de la intervención estadounidense. Jenkins estaba convencido de que una vez en Pyongyang, el régimen de Kim Il Sung lo entregaría a la URSS, de donde podría retornar a Estados Unidos. Pero pronto lamentó aquella desafortunada decisión.
"Era tan ignorante que acabé viviendo una cadena perpetua en una gigantesca y demente prisión", reconoció en una entrevista con The Washington Post sobre su cautiverio en Corea del Norte, país donde se casó y tuvo dos hijas con una japonesa secuestrada por los servicios secretos del régimen. Liberado en 2004, desde entonces Jenkins vivía con su familia en Japón, donde falleció el lunes a los 77 años, poniendo fin así a uno de los dramas más surrealistas de la Guerra Fría.
Según el diario nipón Asahi Shimbun, su hija lo encontró desvanecido afuera de su casa y llamó a los servicios de emergencia. Jenkins fue trasladado al hospital de la ciudad de Sado, donde murió por complicaciones cardíacas.
Los relatos de Jenkins tras su liberación dejaron al descubierto la magnitud del drama vivido durante su cautiverio. "Los primeros 15 años en Corea del Norte viví como un perro, sufriendo palizas de los militares norcoreanos", contó años más tarde. "Jamás se dice 'no' en Corea del Norte. Si dices 'no', empiezas a cavar tu tumba, porque estás muerto", agregó.
Jenkins fue usado por la propaganda norcoreana, que lo lució como trofeo de guerra para desprestigiar a EE.UU. Junto a los otros desertores norteamericanos aparecieron, incluso, en películas de guerra, como "Los Héroes de Unsung", encarnando al "imperialista enemigo americano".
Pero gracias a las clases de inglés que impartió en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pyongyang, Jenkins logró ganarse la confianza del régimen. Así, en 1980 el desertor norteamericano fue "recompensado" con una mujer. Se trataba de Hitomi Soga, una enfermera japonesa de 21 años que había sido raptada en 1978 para enseñarle el idioma nipón a los espías norcoreanos. Con ella tuvo dos hijas, Mika y Brinda.
Soga regresó a Japón en 2002 después de una cumbre en Pyongyang entre el entonces primer ministro japonés Junichiro Koizumi y el líder norcoreano Kim Jong Il. Jenkins, temeroso de ser sometido a un consejo de guerra si se unía a su esposa en Japón, permaneció en Corea del Norte con sus hijas.
La familia se reunió en un tercer país, Indonesia, en 2004. Se suponía que el encuentro sería temporal, pero los cuatro volaron a Japón días más tarde, después de que Jenkins recibiera garantías de que no lo arrestarían a su llegada.
Si bien fue sentenciado a 30 días de confinamiento, salió seis días antes por buen comportamiento. Cuando fue liberado de la custodia en una base de EE.UU., aseguró que estaba comenzando "el primer día del último capítulo de mi vida" con su esposa e hijas.
Después de instalarse en Japón, Jenkins visitó Carolina del Norte para ver a su madre y su hermana. Pero dijo que no tenía planes de regresar a EE.UU. En declaraciones a Los Angeles Times en agosto, dejó claro que el temor seguía ahí: "Corea del Norte me quiere muerto".