Hace 30 años, en Chile el matrimonio era una etapa que se iniciaba luego de terminar los estudios universitarios, y pocas parejas optaban por la convivencia.
En 1990, cerca de 100 mil personas se casaban al año (103.710 en 1989 y 98.702 en 1990) y los hogares compuestos por jefes de hogar casados eran dos tercios (68,8%), mientras que los de convivientes apenas el 6,3%.
Fue en esa década cuando los matrimonios comenzaron a caer progresivamente. Para 1995 hubo 88.303 enlaces, y 10 años después solo 67.397. Cifras que se mantienen a la fecha sin grandes variaciones (64.431 fueron las uniones en 2016).
El descenso se aprecia con fuerza en los jóvenes entre 15 y 29 años. En 1990, el 27,4% de ellos estaban casados, dice el capítulo "Jóvenes" de la Encuesta Casen 2015, dado a conocer el 13 de octubre. Según el informe, el porcentaje de jóvenes que en 2015 estaba casado era de solo 4,9%. Es decir, una caída de 22,5 puntos en 25 años.
En los mayores de 30 años también hay un declive en los matrimonios, aunque algo menos marcado. Si en 1990 el porcentaje de casados en ese rango etario era 67,8%, en 2015 fue 47,3%.
Diversidad de familias
Durante el siglo XX el matrimonio era una condición básica para constituir una familia legalmente reconocida (la familia conyugal), explica José Olavarría, sociólogo y académico de la U. Academia de Humanismo Cristiano.
El matrimonio daba derechos y obligaciones a los "cónyuges" en las relaciones entre ellos, con los hijos que nacieran de ese matrimonio y ante el Estado. "Socialmente, el matrimonio civil y religioso le daba reconocimiento a la convivencia que iniciaban un hombre y una mujer; no eran amantes, ni estaban en condición de concubinato", dice.
Hoy, en cambio, su hegemonía es menor. Hay mayor diversidad familiar. Así, lo indica un estudio del mismo Olavarría, que muestra que los hogares compuestos por jefes de hogar casados bajaron de 68,8% en 1990 al 46,5% en 2011. Las parejas convivientes, en tanto, pasaron del 6,3% al 15%; los anulados, separados, divorciados o viudos subieron del 18,2% al 23,3%, y los solteros del 6,7% al 15,2%.
La convivencia aumenta
Pero la ausencia de matrimonio no implica falta de relaciones de pareja o afectivas, dice Catalina Arteaga, coordinadora del Doctorado en Ciencias Sociales de la U. de Chile. "El alza de la convivencia se da en distintos grupos de edad y clases sociales, cuestión que antes estaba restringida a los más jóvenes de clase alta".
El declive en los matrimonios no tiene que ver con que las relaciones sean menos importantes, sino todo lo contrario, resalta Florencia Herrera, académica de Sociología de la U. Diego Portales. "Hoy las relaciones de pareja tienen una relevancia mayor, se les exige un nivel de satisfacción mayor y continuo, y eso hace estar consciente de que pueden no durar para siempre. La visión de lo romántico pasa menos por la legalización y el matrimonio se ajusta menos a lo que se espera de las relaciones de pareja", plantea.
La intención de los "amantes", dice Olavarría, es que el amor dure para toda la vida, pero si no es así, "es aceptable social y legalmente replantear la decisión inicial, sea a través del divorcio y/o la nulidad (como era hasta hace unos años)".
Juventud más extensa
En los más jóvenes además existe una fuerte presión social por el éxito económico y laboral, indica Arteaga, que los lleva a cumplir exigencias previas al matrimonio.
Las exigencias laborales son enormes, no solo para el ingreso al mercado del trabajo, dice Arteaga, sino para mantener un empleo estable y con condiciones decentes. "Ello desincentiva la formación de pareja como proyecto central a edades tempranas y, por tanto, se va retrasando el momento en que se toma esa decisión".
Así, quienes se casan lo hacen a mayor edad. En 1990 la edad media al contraer el primer matrimonio era de 24 y 27 años para mujeres y hombres, respectivamente. Hoy llega a 36 años en el caso de los hombres y 33 años en las mujeres, según las últimas Estadísticas Vitales del INE.
El alto costo de vida asociado a distintos aspectos como educación y salud en nuestro país, dice Arteaga, desincentiva también el deseo de tener hijos. "Tenemos muy bajas tasas de natalidad y ello, de alguna manera, también incide en que no se vea la urgencia de tomar una decisión de formalizar la vida en pareja", manifiesta.
Además, el concepto de juventud se ha ampliado y se considera hasta los 35 años. Eso, porque se da un proceso de asentamiento del adulto joven más largo, explica María Elisa Molina, directora de la Unidad de Investigación en Terapia de Pareja de la Facultad de Psicología de la U. del Desarrollo.
"Hay un cambio en las proyecciones de vida de los jóvenes, con una mayor valoración del presente, de lo inmediato, y una mayor conciencia de la incertidumbre del futuro. No se valora hacer planes a largo plazo. Tampoco permanecen largos tiempos en los trabajos. Eso implica un cambio en la perspectiva temporal en que se vive, entonces el matrimonio como una opción de toda la vida está siendo cuestionado y perdiendo valor", indica Molina.