La escena fue virtualmente un réplica de la que se produjo en la final de la Copa América Centenario. Nuevamente, Claudio Bravo y Lionel Messi estaban frente a frente. Se habían saludado cariñosamente antes del partido. Los une un pasado común: Barcelona. Al rito también se unió Javier Mascherano.
Sin embargo, en los 16', después de la dudosa infracción de José Pedro Fuenzalida sobre Ángel Di María no había amistad. Messi quería borrar un pasado traumático y el capitán de la Roja tenía, literalmente, en sus manos, la posibilidad de seguir reescribiendo la historia. En esta pasada ganó La Pulga. Bravo escogió la derecha y Messi prefirió el sector opuesto del arco. Y celebró, se desahogó.
En el comienzo del partido, el capitán de la Roja había intentado mostrar su habitual liderazgo. De esa manera, buscaba disimular su inactividad en el Manchester City y establecer que sus condiciones y su posición en la Roja seguían intactas. En todo momento, y como es habitual desde que lleva la jineta, animó a sus compañeros. Muchas veces les habló y los instó a adelantarse en el campo.
También pasó apuros. Como en los 13', cuando salió apresuradamente a interrumpir un intento de globo de Di María. Más allá del cálculo errado de tiempo y distancia, tuvo fortuna. Logró evitar con sus manos el inminente tanto del delantero del PSG. El asedio, eso sí, tampoco fue tan insistente.
El golero nacional intentó manejar el juego desde su posición. Cuando Chile se vio sobrepasado, buscó demorar la reanudación y fue reconvenido por el juez Sandro Ricci. Y después de la apertura del marcador mostró su rol de líder, buscando remecer a su tropa. Les pidió insistemente a sus compañeros que achicaran la cancha. Incluso en los tiros libres en contra, cuando solicitó con insistencia adelantar la última línea.
A poco del término, volvió a pasar susto. Esta vez, su oportuno achique apuró a Otamendi. Al descanso, al menos, Chile se fue con ilusión de revertir la caída.
En el segundo tiempo tuvo poco trabajo. Un disparo de Messi, elevado, alcanzó a inquietarlo. También un balón por el que pugnaba Higuaín. Pero no mucho más. Se remitió a apurar todos los balones posibles. Y en cada tiro libre se adelantó e instruyó a los suyos. Sobre el final, se transformó en un virtual líbero. Con los pies estuvo extraordinario.
Bravo dejaba atrás las dudas. La carencia de partidos no se le notó. Su liderazgo está intacto.