El pasado 6 de septiembre, la antropóloga Sonia Montecino estaba en Valparaíso cuando recibió un llamado de la ministra de Educación, Carolina Schmidt. "Sonia, usted acaba de ganarse el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales". Fue una noticia inesperada. Montecino respondió: "Disculpe, pero estoy en el funeral de mi hermano". A una semana de esa llamada, la antropóloga comenta: "Tuve una sensación particular de tristeza y alegría. Estos días han sido vertiginosos".

Sonia Montecino es un referente en el país en los estudios étnicos, de género y culinarios. Algunos de sus libros son Mitos de Chile: diccionario de seres, magias y encantos (2003), La olla deleitosa (2005) y, acaso el más relevante de ellos, Madres y huachos (1991).

Ahora, con más calma y sentada en su escritorio de su casa en Ñuñoa, la doctora en Antropología de la U. de Leiden (Holanda) y actual vicerrectora de Extensión de la U. de Chile cuenta que trabaja en dos nuevos libros. En octubre publicará Las huellas de un acecho (Catalonia) sobre la intervención militar en la U. Chile en el régimen de Pinochet. Además, junto a Michèle Sarde, biógrafa de la escritora francesa Marguerite Yourcenar, editará La cocina de Yourcenar, basado en las recetas de la autora de Memorias de Adriano. "Fue extraño saber que una mujer de ese peso intelectual se interesara en la cocina", dice quien funde en su obra la narrativa y el ensayo.

Tras el premio hubo algunas críticas por ser parte de la U. de Chile, igual que el rector, miembro del jurado.

Estoy segura de que si hubiese sido un hombre el ganador no se producen las críticas. Y no creo que el rector tenga tanto poder como para convencer a la ministra y al jurado. Hay una cuestión bastante maliciosa en esos comentarios.

¿En Chile hay un diálogo entre las diferentes disciplinas de las ciencias sociales?

Falta un diálogo permanente. Creo que también tiene que ver con un tema de género y cómo las distintas disciplinas están construidas. Por ejemplo, los historiadores no han acogido los aportes de las mujeres. En lo personal mi mayor diálogo ha sido con la literatura.

Ud. también ha publicado cuentos y novelas. ¿Cómo fue su formación?

Participé en los talleres literarios de Enrique Lihn y José Donoso. Otra persona importante fue Mercedes Valdivieso, quien hizo el primer taller de escritura femenina, donde participaron Diamela Eltit, Cecilia Sánchez y Nelly Richard. Yo no quería escribir sólo para mis pares y la literatura me permitió escribir para un público mayor.

¿Por qué cree que Madres y huachos se volvió un libro fundamental?

En 1982 viajé a Quinchamalí y observé una realidad alucinante. Mujeres solas, artesanas, con una densidad cultural muy potente. Y las empecé a entrevistar y así comencé a estudiar el concepto de huacho, una palabra que está presente desde la Colonia. Son elementos que nos constituyen como identidad y el desarrollo de esto atrajo interés. Además, no hay que olvidar que Chile tiene una deuda salvaje con el mundo indígena.

¿Y esa deuda no se ha reparado?

Para los gobiernos es una molestia. A los mapuches no los vemos o los reprimimos. Sin embargo, si miramos ahora el mundo indígena hay excelentes académicos, intelectuales y poetas. Pero, más allá de los avances en el sur, el conflicto mapuche aún no cesa.

Cuando Michelle Bachelet asumió como presidenta, en 2006, se habló de una mayor presencia de la mujer desde las políticas públicas. ¿Cuál es su análisis al respecto?

Los temas de género se han planteado desde lo público y no desde lo cultural. Es muy difícil establecer cambios por decreto, si no hay una reflexión, por ejemplo, de los planes educacionales. Tienes que haber más mujeres en cargos públicos, pero ¿por qué? No hay que agregar más mujeres, sino hombres y mujeres conscientes de que los aportes de cada uno harán una sociedad distinta.

¿Qué reflexión hace de la conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado?

Creo que el malestar social que se ha expresado en estos últimos años hace leer esta conmemoración de manera distinta. Sin duda, el contexto es otro y esto propiciará un cambio. Hay una exigencia social de que este país sea más profundo. Durante 40 años Chile fue muy light, influido por los imaginarios del consumo. En términos culturales, el famoso apagón cultural de los 80 sigue, a lo más prendimos unas velitas. Con la dictadura el alma nacional quedó en el suelo. La cultura se ha transformado en un acto concursable. Todo termina en un proyecto para postular.