Stephen King ha escrito cerca de 50 novelas y ha vendido más de 300 millones de ejemplares. El autor de Carrie (1973) y El resplandor (1979), el libro que Stanley Kubrick y Jack Nicholson convirtieron en una memorable película, es seguramente el escritor vivo más popular del mundo. Símbolo y metáfora de la cultura pop estadounidense y encarnación demócrata del sueño americano, King es, sin embargo, un tipo humilde, un histrión tierno y simpático que tiende a minimizar su talento de escritor y que se toma el pelo a sí mismo sin parar, en un ejercicio que a veces parece sano y otras parece rozar el masoquismo.
Acaba de pasar por París por tercera vez en su vida para promocionar su última novela, Doctor Sueño (Plaza & Janés), que es una especie de secuela o pieza separada de El resplandor. El autor de Misery llevaba 35 años preguntándose qué habría sido del protagonista de Doctor Sueño, que no es otro que Danny Torrance, el niño que leía el pensamiento ajeno y que sobrevivía a duras penas a los ataques violentos de su padre alcohólico y abusador, Jack Torrance, en aquel hotel triste, solitario y final donde transcurría El resplandor.
Danny tiene ahora casi 40 años, le pega al trago como papá, acude a las sesiones de Alcohólicos Anónimos y cuida a ancianos que están a punto de morir. De ahí el título de una novela que es un compendio del potente universo de King: hay vampiros que comen niños, gente con poderes paranormales, tiroteos, rituales satánicos y sesiones de telepatía intensiva.
En un reciente artículo publicado en The New Yorker, Joshua Rothman ha explicado que King es el principal canal por donde fluyen todos los subgéneros de la mitad del siglo XX: ciencia ficción, terror, fantasía, ficción histórica, libros de superhéroes, fábulas posapocalípticas, western, que luego traslada a su pequeño reducto de Maine, el remoto estado del noreste de EE.UU. donde vive, poblado por 1,2 millones de personas.
Por sobre todo lo demás, King es un personaje. Fue hijo de madre soltera y pobre, mide casi dos metros, es desgarbado y muy flaco, tiene una cara enorme, habla por los codos, no para de decir tacos, se ha metido varias cosechas de "cerveza, cocaína y jarabe para la tos", toca la guitarra en una banda de rock con amigos, tiene una mujer católica "llena de hermanos", tres hijos, cuatro nietos, una cuenta llena de ceros, ha pedido al gobierno que le cobre más impuestos de los que paga, adora a Obama, odia al Tea Party, hace campaña contra las armas de fuego y es una mina como entrevistado: rara vez se olvida de dejar un par de titulares por respuesta.
¿Por qué tiende a infravalorarse?
Lo contrario de eso sería llamarme Il Grande, que sería lo mismo que llamarme El Gran Gilipollas. No quiero ser eso. Quiero ser tratado como una persona normal. Los escritores tenemos que mirar a la sociedad, y no al revés. Si mis editores me dicen que venga a París, es porque quieren vender libros. En casa estoy en mi sitio, en la silla justa, escribiendo.
¿Qué se siente al haber vendido 300 millones de libros?
Lo importante es saber que la cena está pagada, el número de copias que vendes da igual mientras sean suficientes para seguir escribiendo. Adoro este trabajo.
¿No siente orgullo?
No sé si es orgullo, pero me hace feliz saber que mi trabajo conecta con la gente. Crecí para contar historias y entretener. En ese sentido creo que he sido un éxito. Pero el día a día es mi mujer diciendo: "Steve, baja la basura y pon el lavaplatos".
¿Se siente maltratado por la crítica?
Al principio de mi carrera vendía tantos libros que los críticos decían: "Si eso le gusta a tanta gente, no puede ser bueno". Pero empecé joven y he logrado sobrevivir a casi todos ellos. Muchos críticos saben que llevo años tratando de demostrar que soy un escritor popular, pero serio. A veces es verdad que lo que vende mucho es muy malo, por ejemplo 50 sombras de Grey es basura, porno para mamás. Pero La sombra del viento, de Ruiz Zafón, es bueno, y Umberto Eco ha sido muy popular y es estupendo. Cuando leo una crítica muy negativa, me callo la boca para que el crítico no sepa que lloriqueo. Pero siempre las leo porque quiero aprender, y cuando una crítica está bien hecha, te ayuda a saber lo que hiciste mal.
¿Cómo es su relación con el dinero?
Nunca aprendí a ser rico, y no crecí con dinero. De pequeño solía pedir 25 centavos para ir al cine o trabajar cogiendo patatas. Mi madre pasó sus últimos diez años cuidando de sus padres y en casa nunca hubo liquidez. En esos casos, si de repente amasas una fortuna, puedes volverte vulgar y comprarte un enorme Cadillac, trajes de tres piezas a medida y zapatos caros. Pero yo crecí en una comunidad yanqui donde la ostentación no estaba bien vista. Luego me casé con una mujer muy pegada a la tierra que se habría reído mucho si yo hubiera vuelto a casa con un abrigo de pelo de camello. Me habría dicho: "¿Quién te crees que eres? ¿Mohamed Alí?". Vivimos modestamente y damos dinero a las librerías de los pueblos pequeños, a Unicef, a la Cruz Roja. Seguimos el lema de J. P. Morgan: el hombre que muere millonario muere fracasado. El dinero sirve para pagar las cuentas, hacer tu trabajo, ayudar a mi familia.
También hace campañas contra la venta libre de armas.
El problema no son las escopetas de caza. El 70% de EE.UU. es rural, y no tengo problema en que la gente cace ciervos y se los coma. Tener revólveres en casa tampoco me parece mal, yo mismo tengo uno, descargado y lejos de los niños. El gran problema son las armas semiautomáticas. Pegan 40, 60 u 80 tiros seguidos, como la que se empleó en la matanza de Connecticut. Es vergonzoso que se vendan, pero el lobby de la Asociación Nacional del Rifle trabaja para los fabricantes de armas. Dicen que las muertes de niños son el precio a pagar por la seguridad. La cultura pistolera forma parte de la cultura americana, pero odio eso, me repugna. Luego dicen que por qué nunca vengo a Francia o Alemania: porque son civilizados, y yo siento vergüenza de ser estadounidense. Amo a mi país, pero está lleno de basura.
¿Ha pensado qué lugar de la literatura estadounidense ocupará?
Es difícil saberlo. No sé si hay vida después, aunque no creo. Pero si quedara algo similar a la conciencia, lo último que me preocuparía es saber si me lee o no la próxima generación. La mayoría desaparece. Quedan sólo algunos, y esos son los importantes: Faulkner, Hemingway, Scott Fitzgerald, olvidado cuando murió y rescatado más tarde. En español, Cervantes, García Márquez, Roberto Bolaño, esos quedarán. Bolaño sabía tragar drogas y beber. Pero también sucede que queda la gente más rara: no quedó nada de John D. McDonald, que era estupendo. Y apenas nada de John M. Cain, pero sí de Jim Thompson. Y, más extraño aún, queda Agatha Christie… Es decir, nunca sabes quién va a perdurar. Creo que, de mis libros, resistirán El misterio de Salems' lot, El resplandor, It y quizá La danza de la muerte. Pero no Carrie. Y quizá también Misery. Somerset Maugham fue muy popular. Ahora nadie lo lee. Alguien le preguntó por su legado, y dijo: "Estaré en la primera fila del segundo rango". Dirán eso de mí.
¿Ve cómo prefiere militar en segunda división?
Cuando estás dentro del negocio, sabes bien cuál es tu nivel de talento. Cuando lees a un escritor bueno, piensas: "Si yo pudiera escribir así", notas mucho la diferencia entre lo que haces y lo que escribe gente como Philip Roth, Cormac McCarthy, Jonathan Franzen o Anne Tyler. Hay muchos muy buenos.b