Si se está frente al hombre que abrió algunos de los rumbos más estimulantes para la música negra y que precipitó la irrupción de variantes como el funk, la bienvenida, el primer cara a cara, debe ser en sincronía con esa historia. Tal como los combos orquestales del género que dominaron los 70, con ese manejo de la expectativa y la ansiedad que instituciones como George Clinton o Sly Stone convirtieron en escuela, Stevie Wonder demora un puñado de minutos en asomarse por el escenario, mientras su banda ya desliza e interpreta los sonidos metalizados que cruzarán la jornada. Tras esa introducción, el cantautor aparece sobre un rincón, con traje floreado, lentes de marco rojo y un teclado portátil cruzado en su hombro, otro de los rasgos más distintivos de los músicos crecidos en la era dorada de la música para las pistas de baile.
Y si se está observando al artista que condensó todas las bondades del cancionero negro en una fórmula moderna que le permitió saltar al público rockero, los primeros cinco minutos de espectáculo responden a esa herencia: sobre el final del primer tema, How sweet it is (to be loved by you) -la creación que en 1964 empujó al éxito a un joven Marvin Gaye, el otro faro del género- el músico comienza con una serie de vocalizaciones que asemejan una prédica, como un mantra que repite por extensos minutos la palabra Chile y que empuja a la audiencia -integrada por seguidores que ya sortearon los 30 años- a una suerte de trance. La fiesta está servida.
Son dos las postales que anoche marcaron la primera vez de Stevie Wonder en Santiago, con ocho mil personas que llegaron hasta Movistar Arena para ovacionar a uno de los mejores conciertos del año, donde brillaron la estatura artística del estadounidense, la emoción que transmiten su figura (ese inmortal movimiento ondulante de su cabeza) y sus mayores himnos, y hasta los temas de contingencia pura: en la primera mitad del recital dedicó sentidas palabras al fallecido ex Presidente sudafricano Nelson Mandela, con cuatro banderas de ese país flameando en escena, mientras las pantallas proyectan imágenes del artista junto al ex mandatario. Luego, despachó The way you make me feel, de Michael Jackson, en memoria del político. Incluso, reservó como exclusiva una nueva canción dedicada a Mandela: Keep our love alive.
Tras el gesto, la velada tuvo a Wonder yendo desde el piano al clavinet, desde la armónica hasta las invitaciones para cantar fraseos improvisados (sumado a la calidez abrumadora de su labia), química desplegada a través de gemas como Master Blaster (Jammin'), Higher Ground, Don't you worry 'bout a thing, Superstition, la muy cantada My cherie amour, otro exitazo de muchos años después, de melodía mucho más radial, I just called to say I love you, de 1984 y parte de La chica de rojo. Wonder anoche viajó por etapas, estilos e instrumentos diversos, pero siempre bajo el objetivo común de satisfacer a todos los que estuvieron en su primera vez en Chile.