"Supongo que ésta es una historia de amor y fútbol". Así, con esta profunda reflexión, comienza el relato que el ex futbolista Carlos Rivas comparte con El Deportivo. Ahora que en la calle un frío gélido recorre las aceras de Toronto (Canadá), la ciudad en la que vive desde hace tanto tiempo, resulta fácil volver atrás, con la mente, hasta aquel inolvidable 1977 en que siendo jugador del Chago Morning compartía camarín con su suegro. "No creo que haya muchos casos como éste. He visto a un tío jugar con sus sobrinos, pero una persona y su suegro, o una persona y su padre jugando juntos y después en contra, es un caso muy raro", agrega. Y puede que sea cierto.
Pero la historia de amor y fútbol de Carlos Rivas, nacido por primera vez en Chimbarongo, apacible localidad frutícola de la Sexta Región chilena, y por segunda vez en el Estadio de La Florida, no puede comenzar con ninguno de sus nacimientos. Debe partir en el lugar y el año en donde en realidad empezó todo, en el abrasador desierto de Atacama y en la inhóspita localidad de Los Loros. Porque allí fue donde vino al mundo, en el penúltimo mes del año 1936 y en el seno de una familia compuesta por once hermanos y dedicada en cuerpo y alma a la minería, el verdadero protagonista de la segunda vida de Carlos Rivas, el formidable Adán Godoy. Un ex arquero de larguísima trayectoria que también vive hoy lejos de Santiago, en su norte chico natal, a caballo -dice, tras responder el llamado de El Deportivo. "entre Vallenar y La Serena".
Godoy -sonrisa afable, ochenta años y 1,80 metros- debutó profesionalmente en Colo Colo, a mediados de los años 50, y pasó después por Santiago Morning, Universidad Católica y Audax Italiano antes concluir su carrera en el cuadro bohemio. Fue, además, mundialista dos veces, en las justas de 1962 y 1966, llegando a disputar en la primera de ellas, pese a no ser titular, el partido por el tercer y cuarto puesto que entregó a Chile en su Mundial la mejor clasificación de su historia. Todavía lo recuerda: "Del Mundial recuerdo sobre todo la vuelta olímpica después del tercer puesto. Es lo más lindo que me tocó vivir como jugador. Y jugar por Chile, claro, porque el mayor logro de mi carrera fue, en realidad, ser seleccionado chileno".
Fue en 1969 cuando los caminos de Adán Godoy y Carlos Rivas se cruzaron por vez primera. "Yo me había ido a probar a Universidad Católica con 12 ó 13 años, pero no quedé porque dijeron que era muy chiquito y flaquito. Entonces, cuando me fue a buscar un cuñado que tenía una moto y vio que yo no paraba de llorar, me dijo: 'en Audax están haciendo pruebas'. Allí me recibió don Ramiro Cortés, el entrenador era Lucho Álamos, y claro, también estaba Adán", rememora Rivas. "No sé qué edad tenía en ese momento, sólo puedo decirle que cuando se acercó a mí era sólo un niñito", corrobora Godoy. El guardameta, entonces de 33 años, doblaba en edad a aquel imberbe centrocampista de 15 que comenzaba a deslumbrar en las series menores del cuadro audino. Y que acababa de perder a su padre.
Del fallecimiento de su progenitor, Carlos Rivas -el menor de seis hermanos- se enteró durante un traslado a La Florida. Una liturgia que el menudo centrocampista solía compartir ya con Adán Godoy. Estaba a punto de cumplir los 16 años. "Cuando falleció mi padre, Adán me acogió como a un hijo. Yo lo digo siempre, Adán no es en realidad mi padre, pero yo soy cien por cien hijo de Adán Godoy. Él me crió y me dio todos los valores de vida que tengo", sentencia sin titubeos Rivas -1953, 53 años y formidable lanzador de tiros libres durante su época como jugador-.
Pero Godoy tenía ya dos hijas, Ana y Elieth, y un pesar antiguo, no haber podido traer al mundo ningún hijo varón. "Y en su deseo de tener un hombre le cortó el pelo a mi hermana cuando era chica y les dijo a sus compañeros de equipo que se llamaba Tito", revela Ana Godoy. Pero Rivas, que cursaba sus estudios básicos en el mismo centro educativo que las dos niñas, el Liceo 7 de Ñuñoa, no sólo supo desde el principio que Elieth era una mujer, sino que tenía que ser la mujer de su vida: "Cuando la conocí, yo tenía 16 y ella 13. Y le hice una promesa; que si llegaba a firmar un contrato profesional con un club, me iba a casar con ella".
En 1970, a la edad de 17 años, tras la venta de Carlos Reinoso al América de México y la contratación frustrada de su reemplazante, el argentino Miguel Ángel Mori, Carlos Rivas fue promocionado al plantel adulto de Audax Italiano. Tres años más tarde se casó con Elieth Godoy.
Entre 1970 y 1972, Carlos y Adán coincidieron en el primer equipo del cuadro de colonia, pero después sus caminos se separaron. El volante se marchó a Antofagasta y a Concepción y el arquero firmó por Santiago Morning. Allí, en las filas del Chaguito, fue donde volvieron a encontrarse, en 1977, hace hoy 40 años.
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Godoy (izquierda) y Rivas en Santiago Morning en 1977.[/caption]
El camarín del suegro
Hace muchos años que Adán Godoy no pisa un estadio de fútbol. "Por lo menos 40", asegura, exagerando un poco, pues hasta hace 35 el longevo arquero era todavía jugador profesional. Colgó los guantes a los 45, de hecho, y habría seguido jugando probablemente de no ser porque Carlos -le recrimina siempre- le "acortó la carrera", convirtiéndolo tan joven en abuelo. "Yo recuerdo partidos con los nietos gritándole al abuelo Adán cuando estaba al arco", explica Rivas, sonriendo.
El año que pasaron juntos en Santiago Morning, aquel 1977, es uno de los recuerdos más vívidos que ambos conservan. "Yo era como su papá, porque era mayor. Y aquel año compartíamos pieza en las concentraciones, porque nos conocíamos bien. Y bueno, él tenía preferencia por mí y yo por él. Yo, que era más grande, lo defendía", relata Godoy. "Sí, siempre compartíamos pieza. Compartía pieza con mi papá. Y él me cuidaba, es cierto, pero también me mandaba a hacer cosas malas y después me echaba la culpa. Nos quedábamos siempre en un cuarto o quinto piso y les tirábamos agua por la ventana a los chicos que estaban abajo haciéndose los lindos. Cuando nos descubrían, Adán se hacía el dormido", complementa Carlos Rivas.
Un año más tarde, el 19 de marzo de 1978, en el Estadio de Santa Laura y en el ocaso ya de la carrera de Godoy, suegro y yerno hicieron sobre una cancha de fútbol lo único que les quedaba pendiente. Enfrentarse. Fue en un Santiago Morning-Colo Colo (club al que Rivas llegó ese año por intercesión de Godoy) que concluyó con triunfo albo por 3-5. "Me acuerdo de aquel partido. Hicimos una apuesta, un asado, porque yo decía que él no me hacía goles. Y me hizo dos. Pero en una jugada fue a un cabezazo, y yo soy de 1,80 y él chiquito, y ahí sí salió perdiendo", rememora, entre risas, el cancerbero.
Y el volante refrenda: "Cuando íbamos en el auto al partido, él me dijo: 'no te metas al área que te voy a dar un puñetazo si lo haces'. Y yo pensé que era broma. Pero entró a cabecear un centro y me pega un combo en pleno ojo. Después le hice dos goles y como habíamos apostado un asado, recuerdo que fuimos después del partido a comprar la carne y yo tuve que ponerme un bistec en el ojo del combo que me había pegado". Carlos Rivas logró batir a su suegro en los minutos 31 y 68 de aquel encuentro. Nunca más volvieron a enfrentarse.
Cuatro generaciones
Un gol de tiro libre de Rivas ante Ecuador certificó la clasificación de la selección chilena a España 82. Allí, el oriundo de Chimbarongo consiguió cerrar el círculo convirtiéndose también en mundialista, como su mentor, su segundo padre, su suegro. "Y también fuimos vicecampeones de América (1979). Yo marqué un gol en la final. Y la clasificación a España la conseguimos de manera invicta, pero allí, desgraciadamente, me lesioné", recuerda.
En 1983 Carlos Rivas se marchó a Canadá junto a Elieth, su mujer, pero en el 84 decidió regresar a Chile -cuenta- para ayudar a Unión Española. El fútbol, como también había sucedido con Adán, lo era todo en su vida. Pero no lo más importante. "Yo dejé el fútbol a los 29 años porque vine a recuperar a mi señora y mi familia", proclama.
Desde entonces, es decir, desde hace ya más de 30 años, Carlos Rivas vive en Canadá, donde tiene una escuela de fútbol y donde han nacido también sus hijos. "Con mi mujer llevamos 44 años juntos. Tenemos tres hijos, dos niñas y un niño, y seis nietos. Ya son cuatro generaciones los que juegan o han jugado fútbol profesional. Adán, yo, Carlos Rivas Jr., que jugó en la U de Conce y en Iquique con Sulantay, a quien por cierto el fútbol chileno le debe demasiado, y ahora Joshua Rivas, mi nieto, el bisnieto de Adán, que está en las cadetes de La Serena", enumera, a modo de despedida.
Y desde su refugio estival, situado a medio camino entre Caldera y Huasco, en donde hasta hace poco practicaba todavía submarinismo tratando de encontrar, tal vez, bellos vestigios sepultados por el tiempo como su propia historia, Adán también se despide. "Ya me olvidé del fútbol", dice, "pero lo sigo viendo; nunca dejo de verlo".
No es para menos. Su legado, el de la familia Godoy Rivas (o Rivas Godoy, como se prefiera), continúa vigente, porque lo que el fútbol ha unido difícilmente podrá ya separarlo el hombre.