Los ocho miembros de la CIA muertos el miércoles pasado en Afganistán en el peor atentado contra la agencia en 26 años, trabajaban como agentes encubiertos, realizando labores de campo. Eran un ejemplo, según el diario The New York Times, de la profunda transformación que ha venido experimentando la agencia desde el 11 de septiembre de 2001, pasando de ser una central de inteligencia a una organización paramilitar.
Sus labores se realizaban en el más estricto secreto y la base de Jost operaba bajo la fachada de un centro de asistencia para la población civil afgana.
Por eso, en su mayoría sus familiares desconocían la función que realizaban. Según la madre de Harold Brown, el primero de los agentes identificado, su hijo le había dicho que trabajaba para el Departamento de Estado y nunca sospechó que era agente de la CIA.
Lo mismo sucedió con las demás víctimas. Todos eran agentes encubiertos, reconoció un funcionario norteamericano al diario The Wall Street Journal. En el hecho murió la jefa de la base -cuyo nombre aún no es revelado-, que tenía tres hijos y trabajaba en labores antiterroristas en la CIA desde los años 90.