El pasado viernes y sábado, más de 400 ballenas quedaron varadas en playas de Nueva Zelanda.
Según el Proyect Jonah, grupo conservacionista que vela por el bienestar de los mamíferos marinos, Nueva Zelanda es uno de los países con la mayor cantidad de animales marinos que encallan en sus playas. En promedio, señalan, cerca de 300 delfines y ballenas quedan varadas cada año.
Si bien el varamiento de un solo animal es algo común, también ocurren a nivel masivo con cientos de animales a la vez. La mayoría de estos eventos ocurren en Farewell Spit, un arco de arena en la Isla del Sur que separa a una bahía poca profunda del mar abierto.
"Farewell Spit en una trampa natural para ellos", señaló la bióloga marina de la Universidad de Auckland, a BBC. Según explica, el principal problema que presentaba esta área era que sus aguas poco profundas aumentan de manera gradual y las ballenas no pueden detectar este cambio por medio de la ecolocalización.
"Pueden utilizar la ecolocalización, pero la señal que les rebota de vuelta es el problema. Es una combinación de la pendiente y la arena blanda, probablemente no están detectando que van nadando en aguas más y más superficiales".
Cuando se dan cuenta, ya es muy tarde, y la marea comienza a bajar. Farewell Spit, señala, es aún más peligroso, pues tiene forma de un gancho y está justo en la ruta de las ballenas.
FUERTES LAZOS EN LA MANADA
Otro de los factores que hace que sean más susceptibles a quedar varadas en masa, señalan en Proyect Jonah, son los fuertes lazos que tienen los integrantes de una manada. Generalmente cuando una ballena queda varada, el resto de la manada va e intenta prestar ayuda. Al ver que no pueden hacer mucho, se quedan con ella acompañándola hasta que toda la manada también queda atrapada en las aguas poco profundas.
Esto ocurrió el pasado viernes, cuando un gran grupo quedó atascado en la playa de Nueva Zelanda, unos 200 ejemplares llegaron tras escuchar los llamados de auxilio, pero también quedaron también encallados en la playa.
De acuerdo a datos del Departamento de Conservación de Nueva Zelanda, gracias a la ayuda de voluntarios y del Proyect Jonah, varias ballenas pudieron ser salvadas, sin embargo cerca de 400 murieron, y 20 no se encontraban en buen estado de salud por lo que tuvieron que ser sacrificadas para evitar prolongar su sufrimiento.