"No tengas hijos todavía, mejor estudia", fue un consejo popular para las mujeres a principios de los años 90. Venía de sus propias madres, dice Ricardo Pommer, especialista en fertilidad y secretario de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología (Sochog), y es una de las variables que acentuaron la baja en la tasa global de fecundidad (TGF) en el país, que venía cayendo desde los años 60 y que, según las Estadísticas Vitales 2012 del INE -publicadas en septiembre pasado-, hoy va en 1,8 hijos por mujer.

La gran caída se produjo entre 1962 y 1979, cuando el promedio pasó de 5,4 a 2,7 hijos. "La masificación de la anticoncepción para todos los estratos, gracias al sistema de salud, y hasta un incentivo tributario (las casas DFL2, de dos a tres dormitorios) contribuyeron a reducir el tamaño de la familia", dice Pommer. A eso se sumó la expansión de la educación y la participación laboral femenina. Además, con gran parte de la población en las ciudades, cambió la percepción sobre los niños.  "Dejaron de ser vistos como mano de obra. Empezó a hacerse más caro educarlos y mantenerlos, por lo que desde una racionalidad puramente económica, hacía sentido tener menos hijos. La mayor participación laboral femenina también complejizó la crianza", indica Viviana Salinas, académica del Instituto de Sociología de la U. Católica.

En 1999, la tasa global de fecundidad cayó, por primera vez, bajo 2,1 hijos por mujer (2,08), el número necesario para que la nueva generación reemplace a sus padres (llamada tasa de reemplazo) y, con ello, la fuerza laboral se mantenga en equilibrio para sostener a quienes están naciendo y a los que están jubilando. Desde entonces la tendencia es en la misma dirección.

"La tendencia natural es que el número de hijos por mujer baje, eso en todos los países con procesos de industrialización acelerada. En general, lo que ocurre en procesos de transición, más que la disminución absoluta de la tasa global de fecundidad, es que ésta baja en un período y aumenta en otro, porque las mujeres postergan la maternidad. Si antes tenían hijos a los 20 años, ahora lo hacen a los 30", indica Juan Carlos Oyanedel, sociólogo y director del Centro de Estudios Cuantitativos de la U. de Santiago (Usach).

Beneficioso

Para Ronald Lee, profesor de Demografía y Economía en la U. de California, en Berkeley, tener una TGF bajo el nivel de reemplazo puede ser incluso mejor para la economía de los países. En un análisis a 40 naciones, publicado en Science hace dos semanas -y preparado junto a una red de especialistas en varios países-, indicó que los presupuestos gubernamentales podrían maximizarse y la población conseguir mejores estándares de vida con una tasa de fecundidad moderadamente baja.

¿Qué tanto? La actual tasa chilena podría ser considerada la "mejor" para este propósito. Eso, "si no tomamos en cuenta el número de hijos que la gente quiere, que es muy importante, y sólo nos fijamos en las consecuencias económicas", dice a La Tercera. 

El experto indica que cuando la fecundidad es más alta, en el largo plazo, la población tiene más hijos y menos ancianos. "Los costos de apoyo a los ancianos serán relativamente bajos, pero los costos de la crianza y educación de los niños serán relativamente altos. Cuando la fertilidad es baja, habrá pocos niños y muchos ancianos, por lo que pasa lo contrario. En algún lugar intermedio hay un nivel de fecundidad que haría estos gastos de apoyo más bajos en general", dice.

En Chile, ese nivel sería de 2,2 nacimientos por mujer. Sin embargo, tampoco es tan perfecto, porque cuando la fecundidad es alta, la fuerza laboral crece más rápido y es necesario ahorrar e invertir más para proveerla con capital (fábricas, oficinas, carreteras, casas, etc.). "Cuando tomamos esto en cuenta, el 'mejor' nivel de nacimientos por mujer en Chile es de aproximadamente 1,7, apenas diferente del 1,8 actual", asegura Lee.

Según Tim Miller, oficial de Asuntos de Población de Celade (la división de población de la Cepal), quien también colaboró en el análisis, la baja fecundidad hace más fácil atender las necesidades de los niños e invertir en los trabajadores, mientras que la alta fecundidad hace más fácil proveer apoyo para las personas mayores. "Usando los datos recogidos, se encontró que el nivel de fecundidad de cerca de 1,8 niños constituyó el equilibrio apropiado entre invertir en la próxima generación y proveer apoyo para las personas mayores", dice el experto.

El estudio muestra que las sociedades son teóricamente capaces de responder a los diversos retos económicos provocados por la baja fecundidad y el envejecimiento de la población. "Pero, por supuesto, la teoría es una cosa y otra es la acción en las políticas públicas", dice Miller. Cómo responden hará la diferencia. "¿Reforzará el envejecimiento de la población los elevados y persistentes niveles de desigualdad que han caracterizado durante tanto tiempo a la región? ¿O serán los desafíos del envejecimiento y nuestras respuestas a él (reformas a la educación, pensiones, asistencia médica, tributarias) lo que nos pondrá en el camino hacia un futuro más igualitario? Necesitamos con urgencia centrarnos en responder estas preguntas", enfatiza.