No es que le hayamos pedido una dirección complicada. Mi colega de La Cuarta y yo sólo queríamos llegar al Spartak Arena de Moscú con anticipación, para esperar ahí el partido de la Selección. Para eso solicitamos un taxi vía aplicación de teléfono, que en Rusia funcionan perfecto y a mitad de precio en comparación con los estafadores que circulan por las calles a la caza de pasajeros.
Pan comido, se supone, para cualquier chofer de normal para arriba en la capital de Rusia. Bueno, a nosotros nos tocó uno de normal para abajo. Con dos GPS y con dos mapas indicadores del camino (no sé para qué los necesitaba) y con un manejo de ubicación espacial deplorable. Y lo peor de todo, con poco apego al aseo, de acuerdo al olor desagradable al interior de su vehículo.
Lo peor de todo, y eso es algo común entre los taxistas moscovitas, es que creen que uno les entiende perfectamente. Apenas nos subimos a cualquier auto, dejamos en claro que no hablamos el idioma local, pero la mayoría nos conversan amenamente de no sé qué tema. Uno sólo atina a decir OK, da (sí) y sería.
Eso, en todo caso, es historia para otro día. El punto en este traslado era que nos topamos con el taxista más perdido de Moscú. Un recorrido que por lo general hemos hecho en 20 minutos, esta vez lo hicimos en 45. Y sin tráfico, algo que también es muy habitual en la ciudad más importante de Rusia.
Por momentos era gracioso verlo peleando con su teléfono. Indicando una y otra vez el destino, pero sin saber entender el mapa que ofrecía la aplicación. En un instante, el taxista nos hizo entrar por unas calles estrechas, en un sector de pequeñas fábricas, hasta un camino sin salida, mientras refunfuñaba y, creo, nos ofrecía disculpas por su paupérrima carrera.
Nos dio entre pena y risa cuando se bajó del auto para pedirle asistencia a un policía y el uniformado, muy maleducado, ni siquiera lo miró, lo dejó hablando solo. Ya nos estábamos asustando, hasta que vimos aparecer el enorme coliseo del Spartak. Respiramos aliviados y decidimos bajarnos ahí mismo, para caminar las cuadras que faltaban hacia el estadio.