Tengo una hija que nació con espina bífida (mielomeningocele para los más expertos). Ahora no viene al caso contar toda su vida, pero valga decir a modo de resumen que Amalia cumplió 15 este año y aún no lee ni escribe, pero habla cuatro idiomas a la vez (balinés entre ellos), se sondea cada tres horas (la sondeamos en realidad, a mí me toca el turno de la noche y a mi mujer el de la mañana), se mueve veloz en su silla de ruedas azul y tiene un extra sentido para identificar la desgracia ajena: goza cuando me pego en el dedo chico del pie con la pata de la cama o cuando se me pierden las llaves y se ríe hasta que no queda más que reírse con ella.

Desde que nació hemos entrado y salido de clínicas y consultas médicas sin cesar (hasta que nos vinimos a Bali y todo se relajó un poco). La han operado 13 veces y no soy capaz de calcular las noches que hemos pasado internados en hospitales, pero si dieran puntos LanPass por eso, podríamos dar varias veces la vuelta al mundo.

Cuando nació yo pagaba un plan de isapre ridículo de caro porque la vendedora me había embaucado, lo que al momento del parto fue una salvación porque si no es por eso (y la ayuda de amigos y familiares, Chile Solidario), estaríamos presos por giro doloso de cheques. Siempre tuvimos acceso a los supuestamente mejores especialistas que tienen las clínicas privadas y en cambio, durante todos esos años nunca fuimos a la Teletón. Por prejuicios, porque pensamos que al tener isapre no nos aceptarían, por pudor, por miedo, porque tienen miles de niños que atender. Pero el año pasado mi mujer empezó a escribirles desde Bali para preguntar si era posible hacer coincidir nuestra venida a Chile con una visita. Orden médica mediante (odio las órdenes médicas), nos contestaron, nos aceptaron y el verano pasado conocimos la Teletón.

Es la misma Teletón que aparece en los comerciales de Don Francisco, una construcción setentera y fea, entera parchada por remodelaciones y ampliaciones, todas hechas por diferentes manos arquitectónicas. Ahí toda la gente es amable. Ahí nos dicen papi o mami y quienes atienden responden a tío o tía. No hay nombres, excepto el de Amalia, nuestra hija. Todos saludan de beso. Es raro, pero se respira un cierto aire de normalidad entre tantas dificultades. Todo es limpio, impecable, hace calor en los pasillos eso sí, porque Santiago ahora en verano es como Antofagasta. Pero en las consultas y en las salas de rehabilitación hay aire acondicionado.

Esperamos que la especialista en columna nos dé su veredicto sobre si tenemos que operar una escoliosis y luego al terapeuta ocupacional. Estamos en una sala con muchas otras personas con discapacidad, papás, mamás y abuelas, infaltables en consultas de este tipo. Parece un campo de batalla. Es conmovedor y fuerte y nadie se mira. Yo debo ser el único sapo que observa el dolor sentado a mi lado. Miro a la Amalia y agradezco que esté bien. El pasto del vecino es siempre más verde por supuesto.

Nos atienden a la hora y quedo totalmente bajo el encanto del lugar. Recuerdo un par de comentarios en Facebook (el papá de un amigo, muy inteligente, asesor de no sé qué empresa o un amigo del colegio hoy doctorado en filosofía) insultando a la Teletón el año pasado acusándola de manipulación, por supuesto desde sus cómodas sillas reclinables y no de ruedas.

Me doy cuenta en ese momento, cuando la doctora nos dice que no es necesaria la operación por el momento (con la espina bífida se ganan batallas, no guerras), que estamos sentados en una especie de espejo que refleja todo lo que Chile aspira a ser y no es. La Teletón es gratis, de calidad, no discrimina, todo lo que esta larga y angosta franja de tierra llamada Chile no es y aspira a lograr, pero no puede de puro rasca y resentida.

La Teletón es lo más parecido a una mamá, y hay gente que odia a su mamá, porque te recibe sin preguntar mucho si eres hijo pródigo, como Jorge González, te acepta sin chistar, sin tener obligación alguna de hacerlo, y te da sin esperar recibir. Y a la gente le carga que la mamá se anticipe y se las sepa todas y te enseñe lo básico de la vida.

En General Velázquez tuvimos una de las más frescas y genuinas experiencias de los últimos años en Chile. Sin filtros. Dura y tierna a la vez. Donde la gratuidad, la no discriminación y la excelencia no son el eslogan de turno del candidato de turno del partido de turno, sino que una realidad monumental hecha con el ejemplo y trabajo profesional. Ni más ni menos.