Quizás el más importante hallazgo literario chileno sea Poema de Chile, de Gabriela Mistral. Publicado 10 años después de su muerte, en 1967, su edición estuvo a cargo de su compañera Doris Dana y recoge poemas dispersos sobre el país en que la poeta trabajó por 20 años. El libro ha seguido creciendo: tras el arribo a Chile del archivo de Mistral que estaba en EE.UU., en 2007, La Pollera Ediciones publicó, el año pasado, una versión que suma 59 poemas nuevos.

Buscar en los archivos de los escritores da resultados. Tras la muerte de Roberto Bolaño, se han publicado dos novelas que el autor aparentemente no tenía intenciones de publicar, halladas en sus papeles: El Tercer Reich y Los sinsabores del verdadero policía. Pasó algo parecido con el enigmático poeta Juan Luis Martínez, de quien se han publicado tres libros tras su muerte: Poemas del otro, Aproximación del Principio de Incertidumbre a un proyecto poético y El poeta anónimo. Y eso que Martínez, antes de partir, pidió expresamente destruir sus papeles.

No basta con dejar instrucciones póstumas. El caso paradigmático es Franz Kafka, que aunque le solicitó a su amigo Max Brod quemar su escritos tras su muerte, no le obedeció: de la hoguera se salvaron clásicos como El proceso y El castillo. Hizo lo mismo el hijo de Vladimir Nabokov, Dimitro, que luego de tres décadas rescató del fuego la novela inconclusa El original de Laura. En los años que vienen, podríamos ver un nuevo inédito rescatado por los deudos: En agosto nos vemos, la novela que Gabriel García Márquez dejó al morir, aparentemente, muy avanzada.