A mediados de 1965, el líder independentista y primer presidente indonesio, Sukarno, se encontraba en la cima de su poder. Tenía el apoyo de las fuerzas armadas, los comunistas estaban contenidos y los islamistas se hallaban en retirada. Sin embargo, el golpe del 30 de septiembre de ese año derivó en la matanza o encarcelamiento de cientos de miles de militantes y no militantes del PC.
"El sueño de Sukarno de unificar una población fraccionada por la fuerza de su propia personalidad, de crear una 'gran carpa' armónica con soldados suspicaces, musulmanes inquietos, comunistas estridentes y nacionalistas feroces, había sido un espejismo", escribió un ensayista. Su progresiva pérdida de poder fue inversamente proporcional al espacio ganado por el mayor general Suharto, que formalmente asumiría la presidencia en 1967 (extendida hasta su muerte, en 2002), dando inicio a lo que se conoció como "Nuevo Orden".
Tal como lo ve el documentalista estadounidense Joshua Oppenheimer, quienes comandaron las matanzas de los 60 han estado en el poder y perseguido a los opositores desde entonces. Para la realización de The act of killing, se reunió con protagonistas de aquellos días, quienes refirieron sus crímenes no sin orgullo. Y para entender sus razones y conocer sus historias, les pidieron que escenificaran los asesinatos: que recrearan lo ocurrido. No a la manera de un documental, necesariamente. Por el contrario, podían usar los recursos provistos por el cine ficcional de género. Y así lo hicieron. La película, advierten los creadores, "sigue este proceso y documenta sus consecuencias".
La perplejidad y el asombro, además de la repulsa y la hipnosis, gobiernan la percepción de este documental. Estrenado en agosto de 2012, ha tenido gran impacto, figurando en varios Top 10 de 2013. Se le ha calificado de "poderoso", "aterrador" y "surreal". Es lo que ha dicho, entre otros, el cineasta alemán Werner Herzog. Premio a Mejor Documental Europeo, figura como favorito al Oscar.
El protagonista es Anwar Congo, un señor de unos 70 años, delgado, simpático y sonriente. En sus tiempos mozos era un rufián que revendía boletos cerca de una sala de cine de Medan, la ciudad más grande de la isla de Sumatra, al norte de Indonesia. Tras los acontecimientos de 1965, pasó a ser líder de un escuadrón de la muerte que habría liquidado, al menos, a 500 mil comunistas.
Anwar Congo ganó cierto espacio entre los pandilleros y llegó a ser una figura temida y respetada. Como el resto de sus camaradas, no ha enfrentado juicio alguno. Manojo de negaciones y contradicciones, Congo es visto al comienzo subiendo a la terraza de una edificación donde mató a varios. Cuenta que el hedor de la sangre de los muertos invadía el lugar y se jacta de haber dado con una forma más práctica e higiénica en las ejecuciones.
El protagonista es secundado por Herman Koto, miembro de la Juventud Pancasila, grupo paramilitar que sumaba unos tres millones de miembros. Koto acompaña a Congo en los "castings" tendientes a encontrar actores para el filme que veremos dentro de la película.
El trabajo de Congo va en serio. Así, se lo ve en extensas sesiones de maquillaje, dirigiendo escenografías, manejando una cámara, discutiendo con sus viejos colegas, o vestido de gángster en una escena donde el violento interrogatorio de un sospechoso se vale de la puesta en escena de un film noir. Uno de los momentos más delirantes es creación suya: se le ocurre que una de sus víctimas vuelva a acecharlo en calidad de fantasma. En otro momento, Congo luce arrepentido e intenta colocarse en el lugar de sus torturados.
MANIPULANDO HILOS
Todos estos recursos de ficcionalización no le han salido gratis a la cinta. A pesar de las buenas críticas, más de alguien ha rechazado las libertades que se toma Oppenheimer, así como la crueldad que exhibe y su relación evidentemente cercana con el criminal Anwar Congo.
Desde Australia, por ejemplo, Robert Cribb, experto en historia asiática de la Universidad Nacional, afirmó: "La película es un acto dificultoso de ver en la medida que Anwar Congo y sus amigos parecen disfrutar de sus recuerdos criminales". Y agregó, aduciendo a la desinformación de la cinta: "Los asesinatos son mostrados como obra de psicópatas, y no como el producto de una campaña sistemática autorizada y alentada por el régimen de Suharto".
En plena promoción al Oscar, el director Joshua Oppenheimer se defendió ayer: "Empecé a acercarme a Anwar cuando me habló sobre sus pesadillas. Decidí no dar el paso de decir: 'Este hombre es un monstruo'. Entender estas cosas significa acercarte a Anwar y sus cómplices en el asesinato como seres humanos".
Como sea, los juegos de realidad y ficción por los que hoy se pasea el lenguaje del documental (ver recuadro) no bastan para explicar la sensación que deja este filme. Aparte de dejar cortas las descripciones, su aproximación a la historia y a la vida en Indonesia abre un amplio campo a la culpa, el rencor, a una cierta banalidad del mal y a otros conceptos que ya no son sólo abstracciones.