Desde el lanzamiento de la edición en inglés de El Capital en el Siglo XXI, a principios del año pasado, Thomas Piketty se convirtió en un fenómeno mundial. The Economist lo calificó de rockstar y en el mundo académico se encendió un intenso debate sobre los plantamientos de su libro. Según la tesis central del economista francés y ex asesor de la candidata presidencial del Partido Socialista galo, Ségolene Royal, la tasa de retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía lo que genera un aumento sostenido de la desigualdad en el mundo. Por ello plantea entre otros puntos un impuesto global al capital y sistemas tributarios más progresivos. De visita en Chile para presentar la edición en español de su obra, Piketty conversó con La Tercera.
El mundo hoy en términos globales es más rico que en ningún otro periodo de la historia, la pobreza global ha disminuido y la diferencia entre los países se ha reducido. ¿Por qué entonces la desigualdad es un problema?
La desigualdad no necesariamente es mala en sí misma. Si responde al interés general, permite el crecimiento y el desarrollo, puede perfectamente ser aceptable, el problema es que las élites, los ganadores del sistema, siempre tratarán de defender la desigualdad en nombre del interés general, pero en la práctica no siempre sucede eso. Cada sociedad inventa sus propias instituciones, sus propios compromisos crediticios, permitiendo tener una desigualdad que no sea nula, pero que sea justificable. Yo comienzo mi libro con una cita del artículo primero de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 que dice que las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común. Como decía, pueden existir desigualdades pero deben basarse en la utilidad común. Mientras permita el mejoramiento de los más desfavorecidos yo no tengo problemas. Pero el asunto es que no podemos estar seguros de que la desigualdad va a detenerse únicamente al nivel que es útil para el crecimiento. Una desigualdad muy extrema no es buena para el crecimiento, no es buena para los más pobres y, entonces, los mecanismos del mercado pueden llevarla a un nivel excesivo.
¿Pero podemos decir que hay un nivel aceptable de desigualdad?
Sí, hay un nivel tolerable, pero no hay una fórmula matemática que permita determinar ese nivel, entonces todo lo que hay es la deliberación democrática a partir de las experiencias históricas internacionales. No tengo fórmulas mágicas para proponer, pero espero que los datos históricos que se encuentran en mi libro puedan ayudar a tener una idea. Por ejemplo, creo que el nivel de desigualdad que hay actualmente en la mayor parte de los países de América Latina es excesiva. No creo que se pueda justificar por el crecimiento o por el interés general. Las experiencias históricas internacionales que presento en mi libro demuestran que es posible tener crecimiento y desarrollo con menos desigualdad que la que hay en América Latina. Creo que es posible reducir las desigualdades y aumentar el crecimiento.
El tema de la desigualdad ha estado en el centro del debate aquí en Chile y marcó la discusión sobre la reforma tributaria. ¿Cuál es su opinión sobre el camino que ha seguido Chile y la reforma fiscal que llevó adelante el actual gobierno de Michelle Bachelet?
No conozco todo, pero lo que he alcanzado a saber me hace pensar que va en la línea correcta. Intentar tener un sistema de impuestos que a la vez sea más justo, que permita obtener una contribución más importante de las más grandes empresas para financiar una inversión en la educación y tener más recursos públicos para la educación me parece que está enfocado en la dirección adecuada.
¿Un aumento de los impuestos no puede terminar afectando el crecimiento económico y generando más problemas que los beneficios que se busca obtener?
Yo creo en el crecimiento y haré todo para favorecer el crecimiento. Pero en algunos casos las desigualdades excesivas son malas para el crecimiento. Para tener un crecimiento durante el siglo XXI necesitamos antes que todo una inversión en educación que sea extremadamente inclusiva, que permita a grandes grupos sociales acceder a una capacitación elevada y no solamente a una pequeña minoría. Ahora, sobre las medidas fiscales particulares, en todos los países hay una mezcla de impuestos a la renta, impuestos al patrimonio, etc. El impuesto sobre el capital del que hablo en mi libro no es una novedad completa. Tanto en Estados Unidos como en los países europeas hay unos sistemas de impuestos sobre las propiedades inmobiliarias que son extremadamente pesados. Para los que buscan acceder al patrimonio, pero en el comienzo necesitan apoyo, lo que propongo es hacer impuestos más progresivos. En definitiva sería una reducción de impuestos para los que tienen un bajo patrimonio, el que sería financiado por aquellos que tienen un patrimonio más elevado y todo esto creo que favorecerá la movilidad del patrimonio. No creo que sea malo para el crecimiento, al contrario.
Algunos críticas plantean que la tesis de su libro está enfocada en la situación de Europa y de Estados Unidos. ¿Cree que sus planteamientos sobre las causas de la desigualdad son también aplicables a América Latina o aquí hay otros factores que la explican?
Primero me gustaría disculparme del hecho que el libro no trata suficientemente América Latina, pero al mismo tiempo no es sólo culpa mía porque el acceso a los datos fiscales e históricos en América Latina es más complicado. Espero que uno de los efectos del libro es que haya más transparencia sobre los datos fiscales en América Latina que permita tener más datos en el futuro. Cada parte del mundo tiene una historia muy particular con las desigualdades. Por ejemplo, la historia de la desigualdad en Brasil está evidentemente muy marcada por la esclavitud que se abolió a fines del siglo XIX, entonces cada país tiene una experiencia particular y sería absurdo decir que los problemas son universales. Pero al mismo tiempo hay muchas cosas que los países aprenden de otras naciones. Pienso en particular en América Latina y en las élites de América Latina que aprendieron mucho de la trayectoria europea y del hecho de que en Europa las élites se negaron a la redistribución, se negaron a crear instituciones fiscales y sociales durante mucho tiempo y al final hubo un shock político muy violento, la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, que obligaron a las élites a aceptar reformas. Habría sido mejor que las aceptaran sin esos shock. Una parte de la gran inestabilidad política que observamos en el continente sudamericano se explica por una desigualdad extrema y una mala regulación de la desigualdad y un rechazo de las élites de impulsar reformas.
Usted plantea estos cambios dentro del actual sistema o cree que hay una alternativa al sistema capitalista.
Creo que hay diferentes formas de organizar el capitalismo y que finalmente son maneras tan diferentes que ya no es el mismo capitalismo si no que es algo completamente diferente. Un capitalismo donde se tiene un 40% o un 50% del PIB en forma de impuestos no es el mismo capitalismo que cuando se tiene un 10% del PIB en forma de impuestos. Hay que considerar también que el impuesto progresivo sobre el patrimonio que yo propongo, que contempla tasas de impuestos muy bajas para los que empiezan a acumular capital, al final es como una reforma agraria permanente. Las reformas agrarias jugaron un papel importante en América Latina para redistribuir las tierras, el problema es que después de redistribuir las tierras la desigualdad comienza de nuevo, porque hay nuevas formas de capital, si no son las tierras son los capitales industriales, inmobiliarios, financieros. Entonces una de las enseñanzas importantes de lo que yo escribí es que la Francia de 1914 es igualmente desigual que la de 1989, pese a que la naturaleza del capital se transformó. Es por eso que necesitamos una reforma agraria permanente y el impuesto progresivo sobre el capital es una transformación profunda del capitalismo. Al final es una manera de convertir el derecho de propiedad en algo temporal. Cada año devuelves a la comunidad una parte de lo que posees. Entonces creo que es una transformación del capitalismo mucho más profunda que un simple detalle técnico.
La economista e historiadora Deirder McCloskey, plantea que usted no consideró los efectos de la innovación en su análisis, entre otras variables. ¿Cuál es su opinión frente a esa crítica?
Por supuestos que considero la innovación, pero una de las enseñanzas de la historia es que puedes tener a la vez mucha innovación y una desigualdad excesiva que no es realmente útil. Por ejemplo, el periodo previo a la Primera Guerra Mundial es un periodo donde hay mucha innovación, se inventa el automóvil, la radio, la electricidad -es casi tan importante como Facebook hoy- y al mismo tiempo tienes una concentración extrema del capital que no es realmente útil para el crecimiento y que, además, conduce a tensiones sociales y políticas que contribuyeron al aumento de los nacionalismos.
Sí, pero la innovación también ayuda a combatir la desigualdad al favorecer , por ejemplo, la meritocracia y generar riquezas?
Sí, pero al final eso no puede justificar todos los niveles de desigualdad. Toda sociedad necesita una estructura fiscal. Algunos dirán que no se necesitan impuestos y hay que dejar que los que tienen más decidan cuánto quieren aportar a la educación y la salud, pero no se puede organizar una sociedad así.