Esa es la conclusión a que llegaron los promotores de una exhibición con ideas para salvar los cafés tradicionales, titulada "El café del futuro". La muestra tiene lugar en Viena, tierra por excelencia de cafés viejos donde turistas y residentes pueden pasar horas en un ambiente acogedor.
El encanto del lugar, no obstante, ya no basta y estos bastiones de la tradición corren peligro de desaparecer si no se ponen a tono con la época. La muestra en el museo MAK propone, por ejemplo, el uso de un objeto que sirve de lámpara, perchero y tiene un compartimiento para el diario. También cuenta con un apuntador láser que marca en el techo la mesa donde se necesita un mozo.
El diseñador Gregor Eichinger, uno de los impulsores de la muestra, sostiene que, históricamente, los cafés fueron siempre sitios modernos, que se adaptan a las nuevas tendencias. Pero que ahora están encasillados en el pasado. "Hay que olvidarse del concepto de que el café es un sitio viejo. Es algo contemporáneo, moderno, que piensa en el futuro", afirmó.
Rainer Staub, uno de los administradores del Café Sperl, fundado en 1880, dijo que el principal desafío es conservar la atmósfera de un sitio tradicional y al mismo tiempo satisfacer las necesidades de una clientela que se ha acostumbrado a cosas como acceso gratis a internet.
Staub, quien tiene 41 años, dice que el café de su familia ofrece conexión inalámbrica gratis desde hace tres años pues comprendió que eso lo ayuda a atraer a las generaciones más jóvenes, que cargan siempre su computadora portátil. Los 99 euros (144 dólares) que paga por el servicio no son nada comparado con los 7.000 euros (10.165 dólares) que invertía en revistas que el cliente puede leer ahora gratis en la internet.
Otro factor a tener en cuenta es que las generaciones mayores a veces no ven con buenos ojos estas innovaciones. El padre de Staub, Manfred, de 78 años, quien administra el café desde 1968, no siempre está de acuerdo con las propuestas de su hijo. "A veces propongo ideas que son demasiado progresistas", manifestó el hijo, quien comentó que su padre se resiste a computerizar la contabilidad del café. Incluso hoy, el negocio lleva sus libros a mano.
Muchos propietarios de cafés se resisten a cualquier cambio. Fritz Scharnagl, de 77 años, aplazó su jubilación porque no quería venderle su negocio a alguien que podría alterar un sitio con tanta tradición. "Quiero que se lo quede la persona indicada", expresó Scharnagl, quien administra desde 1964 el Café Krugerhof, ubicado en una tranquila calle a minutos de la Opera de Viena. Sus clientes lo conocen como "Herr Fritz".
"Me dolería mucho que alguien tirase todo esto por la borda", comentó Scharnagl.
Hace algunos años rechazó una oferta de un comprador que quería transformar el lugar en un negocio de esquí con cafetería. Esos sentimientos son comprensibles. A menudo los cafés generan recuerdos y amistades para toda la vida.
Paul J. Friday, psicólogo estadounidense que estudió en Viena entre 1965 y 1967, se pasaba horas en el Krugerhof."Esa era mi vida", relató en una entrevista telefónica desde Pittsburgh. El Krugerhof era un "sitio muy especial". "Cada vez que voy por allí, visito a Herr Fritz", indicó.
Cristina Ljungberg, empresaria sueco-estadounidense, pasó muchas horas en el tradicional Café Hawelka con su hermana Erin cuando ambas vivieron en Viena dos veranos hace una década.
En un reciente viaje, Ljungberg le pidió al dueño del café, Leopold Hawelka, de 98 años, que le firmase un libro sobre los cafés de Viena que le iba a regalar a Erin con motivo de su boda. "No cambiaría nada en este sitio", dijo Ljungberg.