Fue a mediados de los 80, cuando Tobias Wolff (1945) enseñaba en la Universidad de Syracuse, en Nueva York. Un colega unos 20 años mayor, un tradicional y distinguido profesor de literatura al que nunca le faltó un peso, en una conversación lo incluyó entre los suyos al decir "gente como nosotros". Wolff no dijo nada, pero sabía que él no era exactamente de esos: había estudiado en Oxford, verdad, pero ahí había llegado tras cuatro años en el ejército, uno de ellos en el frente de batalla en Vietnam, y antes, su madre lo había llevado a duras penas por una vida nómade, que él enfrentó como un adolescente rebelde. Wolff se había hecho a pulso.
Esa frase al pasar de un colega lo llevó a torcer su rumbo como escritor: autor de novelas y, sobre todo, uno de los renovadores del cuento americano desde mediados de los 70, Wolff suspendió la ficción y decidió escribir de su vida. Una memoria. En 1989 publicó Vida de este chico, precisamente la suya. Cuatro años después, el libro se transformó en la película Mi vida como hijo, con Robert De Niro y Leonardo DiCaprio. "Es una historia caótica, que pensé que era muy rara, pero resultó que mucha gente luego me decía que esa también había sido su infancia, precaria, con padres alcohólicos, pobreza, etc. Creo que ese libro va en contra del mito de la América de los 50 próspera y de familias perfectas", dice Wolff, sentado en el lobby del hotel Hyatt.
Desde el jueves, el autor de libros como Vieja escuela y Aquí empieza nuestra historia está en Chile para participar este lunes 23 en el seminario La Ciudad y las Palabras, del Doctorado de Arquitectura de la Universidad Católica, apoyado por La Tercera. El bigote de Wolff, hoy perfectamente blanco, es tan inseparable de su imagen como su amistad con Raymond Carver: junto a él, y también Richard Ford, entre otros, los apuntaron en el llamado realismo sucio en 1983. "Bill Buford es un vendedor: él inventó ese término para vender más copias de la revista Granta, pero no significaba nada", dice, sin rencor.
Con una novela en marcha, aunque sin título aún, Wolff está en la mitad de la muy comentada nueva biografía de J. D. Salinger, de David Shield y Shane Salerno ("Es fascinante, totalmente fascinante"), y él mismo pone en la mesa el nombre de Roberto Bolaño: "Me gusta mucho su trabajo. Es un milagro. Es único. No hay nadie como él. De alguna manera, me recuerda a Carver: una vida dura, de malos trabajos, pasando los días con poco dinero, hasta que son reconocidos... ¡Bolaño vivió de concursos de cuentos! Es sorprendente", dice.
Ha escrito cuentos, novelas, memorias. ¿En qué género se siente en casa?
Probablemente el cuento, pero estoy trabajando en una novela. A veces es bueno escribir cosas que te ponen incómodo, para evitar caer en repeticiones. Son desafíos. Pero sigo con los cuentos. Recientemente escribí uno en que pretendí que el lector simplemente viera los hechos sin que yo fuera un mediador. Luego escribí otro en que explico mucho más. No tengo modelos para los cuentos, me gustan muchos tipos. Flannery O'Connor, Katherine Anne Porter...
Más allá del realismo sucio, ¿cree que su obra esté en la línea de Carver o de Ford?
Nuestras voces son diferentes, la de Richard es completamente diferente. Sí éramos amigos, especialmente de Carver. A Richard lo veía menos. Como sea, mi idea es que la literatura descubre que no hay una sola explicación para las personas, que todos los seres humanos tienen muchas peculiaridades. Creo que los mejores escritores son los que respetan eso. Mientras más explicas, los personajes se ponen menos interesantes. Ray, por ejemplo, casi sólo trabajaba las implicaciones, nada de explicaciones. Y aún sus cuentos mantienen un enorme impacto.
Leyendo Vida de este chico, pareciera que la idea de ser escritor llegó tarde en su vida. ¿Cuándo empezó a escribir?
Si tuviera una crítica a ese libro, es no haber destacado la importancia de la lectura para mí. Hay una razón: siempre que leo memorias de escritores, aparecen frases como "yo era un niño adorable que leía mientras mis padres se peleaban...". Yo era salvaje y callejero, pero también era un buen lector. Me cambié el nombre a Jack, por Jack London. Creí que con esa mención al lector bastaría. Pero parezco un iletrado.
Al final del libro aparece un gesto quizás literario: usted falsificó cartas de recomendación para entrar a un colegio.
Esa fue mi primera verdadera obra de ficción. Pero no, antes solía escribir cuentos imitando a Jack London, después a O'Henry. Luego empecé a imitar a Hemingway, que tiene un estilo muy contagioso para un joven que quiere ser escritor, que va más allá de la literatura: es un modelo de escritor. Quizás no el mejor, pero él era muy disciplinado.
¿Imitó a otros en sus inicios?
Otro escritor que me influenció, en el sentido de que amé leerlo y me hizo pensar que podía imitarlo, fue J. D. Salinger: leí a los 15 años El guardián entre el centeno y fue como si se prendiera una ampolleta. Fue totalmente liberador. También amé Nueve cuentos. No me gustó el resto, me desagradan las historias de los Glass, son esnobismo moral e intelectual.
El paso de Hemingway y Salinger fue muy importante para sus obras. ¿Qué tan importante fue para usted Vietnam?
Aprendí mucho sobre otras personas, buenas cosas también, no todas malas. Aprendí a desconfiar de todo lo oficial. No confío en nada de lo que diga un gobierno, porque he visto que entre lo que informan en la prensa y la realidad hay desconexiones y trampas. Soy muy escéptico de que las guerras puedan resolver los problemas... Mi mejor amigo en el ejército murió en Vietnam y no tuvo absolutamente ningún sentido.