Histórico

Tobias Wolff, escritor norteamericano: "El cuento es una forma particularmente desafiante"

Es uno de los más importantes cuentistas estadounidenses, reciente ganador de la Medalla Nacional de las Artes. Miércoles y jueves da un seminario en La Ciudad y las Palabras de la UC.

Al inicio de Vida de este chico, las memorias de parte de su infancia y adolescencia, Tobias Wolff y su madre escapan en auto de un hombre que a ella la asusta; detenidos un momento, a su lado pasa un camión que ha perdido los frenos y cae al precipicio. (Pronto, el hombre del que huyen los alcanza y se convertirá en el marido de ella y el padrastro del niño). Al inicio de En el ejército del faraón, las memorias de parte de su tiempo en el ejército (Vietnam incluido) Wolff emprende un peligroso viaje en jeep para conseguir un televisor en el que ver la serie Bonanza.

Fragmentos de vida como fragmentos de un libro. Además de la importancia de los automóviles (discernible en otras partes de su obra), ambas muestras son memorias. Pero Wolff es mayormente reconocido por su obra narrativa. Ha escrito cuentos y novelas: “Me gustan ambos. Pero el cuento es una forma particularmente desafiante, porque es un arte de lo no dicho, de la implicación antes que de la explicación”, dice. E incluso se le puso, junto a sus amigos Raymond Carver y Richard Ford, el marbete de “realismo sucio”, que no le gusta nada: “No tengo idea ni siquiera de lo que significa”

El realismo, sucio o no, en él está dado por su vitalidad. Trozos escritos como trozos de vida. En dos de sus últimos artículos (en The New Yorker, en 2014), Wolff deja caer, oblicuamente, datos que permiten hacerse una idea de su carácter. En uno, hablando de su primera “novia”, cuenta que él, quinceañero, perdió la punta de un dedo de la mano izquierda en el colegio  trabajando con madera, por estar bromeando; en otro, ordenando sus papeles, encuentra unas cartas de Raymond Carver con alguna incomodidad porque se sentía haciendo el bufón. Un autor deapariencia tan serio y circunspecto, no siempre lo fue. De hecho, en Vida de este chico, cuenta un momento en que van en auto (de nuevo) por una carretera él y su padrastro y éste lo obliga a que le diga cómo se hace el payaso y lo imita.

Reciente ganador de la Medalla Nacional de las Artes, que recibió en una ceremonia encabezada por el Presidente Barack Obama, el escritor y académico de la Universidad de Stanford visita Chile por tercera vez, invitado al ciclo La Ciudad y las Palabras, del Doctorado en Arquitectura UC, con apoyo de La Tercera. Entre el miércoles 11 y jueves 12, Wolff dictará el seminario “The long happy life of a story: conceived by imagination and experiencia, sent forth in place and time, enduring in memory”.

Si bien es cierto que la vida de Tobias Wolff puede rastrearse parcialmente en sus libros: el niño que inventaba historias para huir del ambiente de angustia y maltrato con un padrastro despótico (Vida de este chico); el estudiante que quiere ser escritor e incluso inventa recomendaciones para obtener una beca en un colegio prestigioso y elitista (Vieja escuela); el joven que se alistó en el ejército y le tocó vivir una guerra espantable (En el ejército del faraón), es menos un  escritor confesional que uno que cree en algo así como una “poética de lo real”.  Porque la realidad suele encerrar más de una sorpresa.

Así, en su último libro, la antología de Wolff Aquí empieza nuestra historia, con cuentos de sus colecciones previas y otros no recogidos en libro, aparecen desde la vil frivolidad del mundo académico hasta adulterios o asesinatos sin motivo; desde las decepciones y el desconocimiento entre matrimonios o amigos hasta todo lo que pasa (antes de una bala) por el cerebro de una persona en sus últimos segundos de vida. Ya lo había señalado el propio Wolff en la introducción a otra antología, una de cuentos de otros, Matters of life and death (Cuestiones de vida y muerte, 1983): “Ninguna lección es demasiado obvia, ningún sentimiento demasiado burdo, ningún argumento demasiado intrincado o pulcro o absurdo para que, en efecto, sucedan”.

¿Todavía piensa igual?

Por supuesto. El destino es un fabricante sumamente inventivo de argumentos. O, como escribió Isak Dinesen: “Como los cielos son superiores que la tierra, querido Señor, así Tus cuentos son superiores que nuestros cuentos”.

En un artículo reciente se encuentra unas cartas con Carver. ¿Cómo lo recuerda?

Ray fue un gran amigo y todavía lo echo de menos. Pero me siento  bendecido por haberle conocido y por tener el regalo perdurable de sus cuentos, que se cuentan entre los mejores de nuestra literatura.

Dice algo curioso: “Yo había hecho el papel de payaso desde la infancia”. 

Todo lo escrito en la esperanza de convertirse en la literatura exige del escritor una pose. La cuestión es, ¿cuán exitoso es el escritor en lograr que parezca algo natural, auténtico?

¿Le da importancia al orden de sus cuentos en sus colecciones?

Sí, dedico una considerable atención al orden de mis cuentos. Pero sé que los lectores casi con seguridad frustrarán mis designios leyéndolos de acuerdo a sus propias impulsos. La verdad es que yo hago lo mismo con las colecciones de otros escritores. Sin embargo, hay un pecado que nunca cometo: no leo los finales de las novelas antes de honestamente haber llegado allí.

En En el ejército del faraón menciona que estaba trabajando en una novela en el ejército. ¿Se publicó?

Una versión de la novela en que estaba trabajando tempranamente en mi vida de escritor, mencionada en En el ejército de faraón, fue publicada en 1974. Pensé que era grandiosa cuando la terminé, pero cuando leí el libro que estaba entre las tapas, me desagradó, intensamente, y no la menciono entre mis publicaciones.

¿Es más exigente con la novela que con los cuentos, o muchos de ellos quedan en el camino?

Básicamente, trato de escribir el tipo y calidad de obra que a mí me interesaría leer. Si, cuando termino una pieza -novela o cuento o ensayo, ficción o no ficción- deja de interesarme, la dejo de lado.

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