1937. Ese fue el año en que el siquiatra estadounidense George Vaillant comenzó a seguir a 268 estudiantes de Harvard con un solo propósito: determinar qué factores configuraban una vida saludable. Año tras año, Vaillant sometió a estos hombres a cuestionarios, entrevistas y diversos análisis. Muy pronto, sus objetivos se extendieron impensadamente. Tras 75 años de exhaustivo seguimiento, el estudio arrojó mucho más, hasta el punto que hoy sus resultados incluso son capaces de derribar un persistente mito de la sicología.
No importa el progresismo ni la total paridad de hombres y mujeres en la sociedad actual. Bajo la superficie, llegando a la médula que se aleja de lo políticamente correcto, lo que suelen seguir pensando hombres y mujeres es que para los hombres la figura central de la infancia es el padre. Obvio, por una cuestión de género, de ellos deberían imitar las habilidades básicas para desempeñarse masculinamente dentro de la sociedad y llegar a ser competitivos dentro del ámbito laboral.
Sin embargo, lo que ha descubierto George Vaillant gracias a uno de los estudios longitudinales más largos de la historia, es que es la relación con la madre la que más los marca. Tanto así, que un buen vínculo madre-hijo en la infancia puede determinar cuestiones tan relevantes en la vida adulta de los hombres como la calidad de sus relaciones de pareja, su éxito profesional y la cantidad de dinero que pueden llegar a ganar.
De esto se dio cuenta también la escritora estadounidense y autora del libro El mito del hijo de mamá: Por qué mantener a nuestros hijos cerca los hace más fuertes, Kate Lombardi, quien dice a Tendencias que cuando estaba investigando para su libro se sorprendió con los beneficios que tenían los niños (hombres) que habían sido cercanos a sus madres. "Estos niños tienden a desempeñarse mejor en el colegio. No sólo son excelentes académicamente, sino que también tienen menos problemas de comportamiento. La investigación muestra que los niños que son menos apegados a sus madres tienen más problemas manejando la rabia y la agresión que los niños que forman un vínculo cercano y seguro".
LA PAREJA PERFECTA
Una aclaración. No estamos hablando de los típicos hombres que, mucho después de la infancia, son incapaces de vivir lejos de su madre. No. Lo que Vaillant descubrió es que es una relación saludable con la madre en la infancia, y no una patológicamente apegada, la que promueve todos los beneficios descritos. Y "saludable", en este caso, se define por tres características que Vaillant comenta a Tendencias.
Primero -dice-, se trata de un vínculo en el que la madre siempre mantiene una confianza básica en su hijo y sus decisiones. Segundo, es una relación en que la madre es capaz de darle autonomía al niño y permitirle explorar el mundo, cometiendo sus propios errores, pero acogiéndolo cuando la necesita (no como esa mujer que dice "mi relación con mi hija era perfecta hasta que cumplió dos años y aprendió a caminar", bromea Vaillant). Y por último, es aquella en que las madres les permiten a los hijos explorar el mundo según sus propias iniciativas, lo que les da seguridad para enfrentarse a las cosas nuevas que irán descubriendo a lo largo de su vida.
Christopher Trentacosta, sicólogo de la Universidad Estatal de Wayne que ha estudiado el tema, agrega a Tendencias un aspecto afectivo con el que Vaillant concuerda: "Una buena relación entre una madre y su hijo involucra apertura, comunicación, calidez y la capacidad de compartir sentimientos, a la vez que bajos niveles de conflicto".
Cuando todas estas condiciones se dan, el resultado es un hombre lo suficientemente seguro de sí mismo como para enfrentarse sin temor a una relación de pareja en la adultez, lo que, obviamente, también predice su éxito en este ámbito.
"Frecuentemente es muy difícil encontrar efectos duraderos de los primeros años relacionados con el comportamiento adulto, porque las circunstancias de la vida cambian", dice Jeffry A. Simpson, profesor de Sicología de la Universidad de Minnesota. Sin embargo, la relación con la madre es un factor que invariablemente aparece en todas las investigaciones.
Simpsons revisó datos de 75 niños nacidos entre 1976 y 1977 y evaluó sus vidas con cuestionarios y entrevistas a ellos y sus padres y las comparó con las relaciones románticas que mantenían a los 20 y 21 años. ¿El resultado? El mismo que halló George Vaillant tras 75 años. Los niños que mantenían relaciones de mayor apego con sus madres eran los que tenían mejores relaciones de pareja al comenzar la adultez. Esta facilidad para mantener relaciones emocionales se extiende incluso a otras personas, como amigos y colegas, señala Vaillant y lo describe a través de la historia de Sam Lovelace en su libro Triunfos de la experiencia:
"Cuando entró al estudio Grant, en 1940, Sam Lovelace estaba asustado. 'La ansiedad de Sam está muy por sobre el promedio de los hombres del estudio', escribió el médico que lo examinó. Incluso en reposo, su pulso era de 107.
Lovelace llegó a la vida como resultado de un embarazo accidental en una familia de sólida clase media. Según el testimonio de su madre, nunca obtuvo mucha atención. Cuestionada por una de las investigadoras sobre qué haría diferente si le tocara criar de nuevo a Sam, respondió: 'Trataría de cuidarlo mejor durante su infancia. Y de darle más compañía'. También dijo de sus dos hijos que 'siempre había esperado que fueran adultos'. Cuando se le preguntó a Lovelace a los 30 años qué le gustaría que tuvieran sus hijos que a él le había faltado, respondió: 'un ambiente más rico en términos de estímulo'.
Sam obtuvo excelentes notas en el colegio y llegó a ser el editor del periódico del establecimiento, pero siempre le costó mucho divertirse jugando. En las primeras entrevistas en sus años de universidad, Sam describió a su madre como 'muy temperamental, impredecible y dada a la preocupación... No me siento muy cercano a ella'. A los 47, la recordaba como 'bastante tensa'.
Cuando me reuní con Sam a sus 50 años, era un hombre de apariencia distinguida. Durante la entrevista fumó incesantemente mientras miraba por la ventana, sin hacer contacto visual. Ya que nunca obtuve una sonrisa o una mirada directa de su parte, fue difícil conectarme con él. Las razones no eran difíciles de comprender: él tampoco se conectaba con nadie.
Encontraba que el amor le era tan difícil de encontrar en la adultez como lo había sido en su infancia. A los 19 había dicho de sí mismo: 'No se me hace muy fácil hacer amigos' y a los 30, que 'le era difícil conocer gente nueva'. A los 50, nada había cambiado. Se describía a sí mismo como 'algo tímido' y me dijo que no socializaba mucho. En el trabajo (era arquitecto) se sentía maltratado y manipulado por su jefe. Le pregunté quién era su amigo más antiguo, pero en vez de eso me habló de un hombre al que había envidiado enormemente. En los 12 meses anteriores a nuestra entrevista, él y su mujer no habían invitado a nadie a su casa".
La razón de estas falencias está, según Carlos Santos, experto en la materia y profesor de Sicología de la Universidad Estatal de Arizona, en lo que las madres son capaces de transmitir a sus hijos a través de una relación cariñosa y confiada.
Siempre preocupado de este vínculo, Santos realizó una investigación que probó dos fenómenos interesantes. Por una parte, se dio cuenta de que mientras más cedían los adolescentes a los estereotipos machistas, como creer que los hombres siempre deben ser más fríos en las relaciones o que no necesitan apoyo emocional de la pareja, más problemas experimentarían relacionándose con sus parejas. Por otra, logró dar con un factor protector para este fenómeno.
El experto dice a Tendencias que comparó el grado de apertura y felicidad con la pareja con las relaciones que los niños habían tenido con sus papás, sus hermanos, sus pares y sus madres cuando eran más chicos. Sólo este último vínculo tenía una relación directa con la calidad de las relaciones de pareja posteriores de estos niños.
Santos cree que "este hallazgo puede ser atribuido al hecho de que los niños usan estas relaciones con sus madres como un modelo en el cual pueden basar las relaciones de su vida. Las habilidades relacionales y de preocupación que los niños ganan al ser cercanos a sus madres son importantes porque les permiten ser individuos más seguros, sensibles y comunicativos en otras relaciones en sus vidas. Los niños que experimentan un apego seguro con sus madres son mejores resistiendo los estereotipos de la masculinidad que acarrean consecuencias que alejan a los hombres de las relaciones de pareja positivas".
EXITOSOS Y SEGUROS
Según la investigación de Vaillant, los hombres que habían mantenido una relación cálida y cercana con sus madres llegaban a ganar consistentemente más dinero que aquellos que, durante la infancia, habían tenido relaciones distantes con ellas. Entre los 55 y los 60 años, descubrió Vaillant, los más apegados ganaban cerca de 87 mil dólares más al año. De la misma forma, quienes habían sido más cercanos a la madre también tenían mejores puestos y lograban llegar mucho más allá en el desarrollo de sus carreras profesionales.
Obviamente, esto comienza mucho antes. Vaillant descubrió que los niños que tienen relaciones maternas más seguras son capaces de alcanzar un mucho mejor desempeño académico en el colegio y la universidad y que, por lo mismo, son capaces de desarrollar un C.I. mayor.
Según la sicóloga especialista en adolescentes de la Universidad Diego Portales, Daniela Carrasco, cuando las madres tienen un buen vínculo con sus hijos, potencian, desde lo más cotidiano, la inteligencia de los niños. "Cuando las guaguas comienzan a dar sus primeros pasos hay mamás que no confían e impiden toda la exploración del niño, lo que impide que hagan sinapsis nuevas a través del aprendizaje" y que, por tanto, no desarrollen todo su potencial intelectual.
Pero no sólo la inteligencia promovida por el afecto materno lleva al éxito, sino también las habilidades sociales que estas relaciones consolidan. Carrasco sugiere que cuando las relaciones entre madre e hijo son menos cálidas en la niñez, los niños aprenden a relacionarse de esa forma con todo su entorno y luego son demasiado rígidos como para adaptarse a un entorno cambiante, como el laboral. "Para eso necesito más la creatividad, que viene del apego seguro y el cariño, que la rigidez".
Con esta idea concuerda la escritora Kate Lombardi, quien dice que esto es esencial para el éxito laboral, sobre todo en la actualidad. "Nos estamos moviendo hacia una economía donde cada vez menos trabajos requieren fuerza física. Los cerebros son más valorados que los músculos y el trabajo en equipo y las habilidades de comunicación son clave". De muestra, revela que la Escuela de Negocios de Harvard recientemente introdujo un nuevo curso de liderazgo para promover y cultivar un tema previamente tan mirado en menos como es la inteligencia emocional. "Estas son precisamente las habilidades que las madres pueden ayudar a instalar en sus hijos", sostiene Lombardi.
Quizás por esta misma razón y por la mayor agilidad mental que alcanzan los hombres con un mayor apego a sus madres, Vaillant encontró que éstos tienen menor riesgo de desarrollar demencia o enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer. "Por ejemplo, de los 115 hombres sin una relación cálida con sus madres que sobrevivieron hasta los 80, 39 (33%) sufrieron de demencia a los 90 años. De los sobrevivientes con una relación cálida, sólo 5 (13%) padecieron demencia a los 90 años, una diferencia significativa".
Esta armoniosa casualidad es la que describe la exitosa vida del juez Oliver Holmes:
"Holmes se convirtió en un hombre adinerado, respetado y con una particularmente excelente relación con su familia. ¿Una de las principales razones? Su excelente relación con su madre durante sus primeros años de vida.
Holmes tuvo una de las infancias más cálidas del estudio. Sus padres eran acomodados y empleaban el dinero en lecciones de música y escuelas privadas para sus hijos, no en lujos para ellos mismos. A los 50, Holmes escribió: 'Mis padres me dieron maravillosas oportunidades'. Su madre se refería así a él: 'Oliver siempre fue cooperador y razonable y casi nunca tuve que castigarlo. Tenía un sentido del humor delicioso'.
Uno de los evaluadores del estudio describía a la madre del juez Holmes como 'una persona seria, con una gran bondad y gentileza'. Incluso anotó un ejemplo de ello:
'Durante la entrevista, los hermanos más pequeños de Holmes entraban y salían del living, jugando fútbol encima de nosotros, apuntando pistolas de juguete a nuestras cabezas, pero a la mamá de Oliver no le tomó mucho tiempo controlar la situación. Yo diría que es una mujer sabia, una madre inteligente y calmada'".
Pero si bien los hombres nunca borran completamente las huellas de una relación lejana con la madre, sí pueden modificar su vida y alcanzar el éxito una vez que se dan cuenta de cómo su pasado los ha moldeado.
Eso fue lo que le ocurrió a Godfred Minot Camille.
"Los padres de Godfred eran de clase alta, pero también socialmente aislados y patológicamente supersticiosos. Lewise Gregory, la entrevistadora de familia del estudio, describió a su madre como 'una de las personas más nerviosas que haya conocido'. Un siquiatra infantil que revisó el expediente de Camille 30 años después opinó que su niñez había sido una de las más desoladoras del estudio.
Sin afecto y sin sentido de autonomía (introducido en la mayoría de los casos por las madres), como estudiante, Camille adoptó la estrategia de supervivencia inconsciente de visitas frecuentes a la enfermería. Ninguna evidencia de una enfermedad tangible fue encontrada en la mayoría de sus visitas. Las quejas constantes de Camille no lo dejaban conectarse con otras personas ni con él mismo.
Tras salir de la escuela de Medicina, trató de suicidarse. El consenso del estudio fue que no era apto para ejercer esta profesión. Sin embargo, a los 35 años algo sucedió. Estuvo hospitalizado por 14 meses con tuberculosis. Al salir del hospital, la vida de Camille cambió. Se convirtió en un médico independiente, se casó y se convirtió en un padre responsable. Comenzó a funcionar como un adulto". ¿Qué había pasado con él? Simplemente se dio cuenta de las falencias a las que lo había condenado su relación materna en la infancia y comenzó a reemplazar ese vínculo con otras personas presentes en su vida en la adultez. De ahí en adelante, su vida cambiaría para siempre.