De cierta manera Susan Morrow es Tom Ford. Maneja una exclusiva y atrevida galería de arte que se caracteriza por su apuesta al riesgo y porque entre sus asistentes está la crème de la crème de Los Angeles. Pero Susan siente que la vida le debe algo: por eso, tal vez, se pone a leer las páginas de un libro peligroso que la transportará a otro mundo.
Se trata del manuscrito de la primera novela su ex esposo, un hombre que a diferencia de ella no ha podido tener éxito material y que ahora le pide que sea su primera lectora. Como Susan Morrow, interpretada por Amy Adams en la película Animales nocturnos, Tom Ford cree que su principal ocupación, el diseño de vestuario, no lo satisface. Ha reconocido que lo pueden tildar de hipócrita por hablar así de su principal fuente de trabajo, pero al menos deja en claro que gracias a la moda financia sus películas.
Entre su primer filme, el muy elogiado Un hombre solo con Colin Firth, y Animales nocturnos, que se estrena este jueves en las salas chilenas, han pasado siete años. Tiempo suficiente como para que el ex diseñador top de Gucci e Yves Saint Laurent haya inaugurado 100 tiendas Tom Ford en el mundo, haya adoptado un hijo junto a su pareja Richard Buckley y también leído bastante para inspirarse otra vez.
En esta ocasión la novela que lo tomó por asalto fue Tres noches de Austin Wright (1922-2003), una narración de más de 300 páginas sobre amores traicionados y ambiciones materiales que permaneció 20 años en manos de los estudios de Hollywood sin que nadie se atreviera a filmarla. Finalmente fue Tom Ford, que hace cine con parte de los ingresos de la moda, el que lo hizo. Fue en su estilo: estéticamente primorosa, algo decadente en sus personajes y con la inobjetable melancolía que ya se respiraba en Un hombre solo.
Ganadora del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Venecia, Animales nocturnos transcurre en, al menos, dos niveles narrativos: la vacua existencia de Susan en su lujosa y moderna casa de Los Angeles junto a su esposo empresario y la historia que va leyendo en el manuscrito, un angustiante viaje de una familia asaltada en mitad de la carretera en Texas. Hay también, eventualmente, un tercer hilo y son los flashbacks que muestran el pasado conyugal entre Susan y Edward (Jake Gyllenhaal), su primer esposo. Esta última es una triste historia de destrucción, donde Susan comienza a ver progresivamente en Edward a un soñador sin los pies en la tierra y con una voluntad débil. El, al revés, jamás deja de quererla, incluso cuando ya sale con el que será su nuevo esposo.
En esta intersección de relatos, la tenebrosa historia de la carretera parece la más viva y es, de hecho, la que ocupa más tiempo en la película. No por nada Jake Gyllenhaal interpreta también a Tony Hastings, el correcto padre de familia que decide vengarse de los malhechores de Texas. Tony, a diferencia de lo que siempre Susan le reprochó a Edward, dejará de ser un pusilánime sin agallas y buscará lo peor para los que se metieron con su esposa e hija. El manuscrito que lee Susan y que Edward le envía tras 19 años sin verla es, en el fondo, la demostración de que al menos en la ficción él puede ser un tipo de acción. Es, además, un cable a tierra para Susan, que ahora vive en la burbuja de las alta sociedad californiana.
De Texas a Milán
Nacido en Austin (Texas) en 1961, Tom Ford creció entre el estado petrolero y Nuevo México. De cierta forma, aquel territorio inabarcable y peligroso que asoma en la historia de Tony Hastings le es totalmente familiar. De lo contrario no se explica el virtuosismo y prestancia con que lo muestra en la película. Y, por supuesto, el mundo chic de las galerías de arte de Susan Morrow es primo hermano de su universo de alta costura y pasarelas.
"Susan soy yo. Tiene pertenencias materiales pero se da cuenta de que no son las cosas importantes. Lucha contra el mundo en el que yo vivo: el de los ricos absurdos, de la falsedad y la vacuidad", declaraba Ford el año pasado a The Hollywood Reporter.
A primera vista, al menos, la ambición de Susan (que deja a su primer esposo, entre otras cosas, por no tener metas claras en la vida) no se ve diferente a la del realizador: en los años 90, Ford dejó una cómoda posición como diseñador en EEUU para trasladarse a Milán, donde se hizo cargo de Gucci, en ese momento al borde de la bancarrota. A fin de la década, la casa italiana no sólo había salido del marasmo financiero, sino que había adquirido a la francesa Yves Saint Laurent y valía 10 mil millones de dólares, el doble del precio que tenía cuando llegó Ford.
También había llegado el momento para que el diseñador estrella dijera adiós a sus 18 horas de trabajo diario en Gucci (donde manejaba 11 líneas de productos) y fundara su propia marca con tiendas en todo el mundo. Se tomó su tiempo, esperó y en 2005 fundó dos compañías: la tienda Tom Ford y la productora de cine Fade to Black. Es, al mismo tiempo, su doble militancia y su doble vida. La primera le proporciona dinero, fiestas y roce. La segunda le da orgullo, trabajo (escribe sus guiones en la cama) y prestigio.
En rigor, el cine estaba en el radar de Ford hace un buen tiempo y en algún momento hizo colecciones basadas en Fassbinder y Chabrol. Dice ser amante de las películas de Hitchcock, De Palma y Kubrick (tres cineastas muy visuales) y ve el paso de la moda al cine como algo natural. Así lo comentaba el año pasado al diario El País: "Me gusta contar historias, he trabajado con los mejores fotógrafos y como diseñador estoy acostumbrado a hacer un gran desarrollo visual". Pero, claro, hay algo que los trajes no tienen: "La diferencia es que la historia que cuentas en la moda es pasajera. La moda es superficial y el cine no, es para siempre".