Esta historia, que es también su historia, la empezó a construir con recortes de diarios que aún guarda, pese a que han pasado 55 años. Esos viejos pedazos de papel incluyen titulares que hablan de él y que dicen cosas como: "El hijo del Mundial", "El gran Tomasito", "El hijo póstumo de Carlos Dittborn". En esa construcción de recuerdos, en ese armado de su propia infancia, incluyó también largas conversaciones con sus seis hermanos mayores y con su madre. El trabajo fue lento, de a poco, como moviendo las piezas de un puzle.

Tomás Dittborn, socio y creador de una de las agencias de publicidad más grandes y premiadas del país -Dittborn & Unzueta-, habla de esto sin que se le quiebre la voz. Calmado, aunque luego reconocerá varias veces que hay tristeza en esta historia, que es también su historia.

Dittborn bebe café sentado en uno de los sillones de su oficina, de espaldas al gran ventanal que, desde un octavo piso, tiene vista panorámica a Isidora Goyenechea. En una hora y media de conversación le dará contexto emocional a esta historia cuyos datos concretos se resumen así: su padre Carlos Dittborn, empresario, dirigente deportivo, presidente de la Federación de Fútbol de Chile y autor de la frase "Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo", logró en 1956 que la FIFA le diera a nuestro país la sede del Mundial del 62 y luego estuvo seis años trabajando duro para tener todo listo para este evento. Un mes antes de que empezara el torneo, murió sorpresivamente por una pancreatitis aguda y el Mundial se inauguró el 30 de mayo de 1962 con homenajes en su honor. Diez días después de iniciado el campeonato, el 9 de junio, nació su último hijo, Tomás, a quien no alcanzó a ver; igual que al Mundial que tanto tiempo y energía le dedicó.

Hace dos semanas, los recuerdos se le vinieron de nuevo encima a Tomás Dittborn. TVN comenzó a dar los domingos en la noche la serie 62, Historia de un Mundial. Otra pieza más del puzle que él aún no termina de armar.

¿Qué te han dicho de tu nacimiento?

Que fue especial. Lo he construido por la prensa y por las historias que me ha contado mi familia en infinitos fines de semana. Eran días de emociones encontradas; estaba toda esta cosa épica, efervescente, del Mundial en Chile, de haber partido ganándole a Suiza, pero también una cosa muy triste, porque mi padre se había muerto un mes y medio antes. Un revoltijo de sentimientos. Mucha gente fue a ver a mi mamá a la clínica y luego a la casa. Fue el presidente de la Federación Española con el presidente del Real Madrid y me hicieron socio vitalicio del equipo.

¿Cómo era en esos días el estado emocional de tu familia?

Enredado. Le he preguntado a mis hermanos mayores Carlos y Pablo (este último gerente de The Clinic), que en esos años eran cadetes de la Escuela Militar, con 16, 17 años, qué paso cuando se murió mi papá; y hay miradas distintas. Unos con más pena, otros con frustración. Otros sin cachar mucho, como Enrique, que es apenas dos años mayor que yo. Tengo una sola hermana que era muy regalona de mi papá y esto fue devastador. Y mi mamá… Ella está viva, tiene 94 años, muy lúcida, lee sin anteojos cinco libros mensuales y el diario todos los días. Vive en una casa pareada con la de mi hermana. Cuando yo nazco, ella tiene 40, siete hijos y está viuda. Yo le agradezco todo lo que hizo para mantenerse viva y sacarnos adelante. Es fácil enfermarse cuando te pasa algo así. Ella no bajó la guardia.

Atravesar la pena

El hijo póstumo. ¿Qué sientes cuando te llaman así?

Ha sido distinto según el momento. En la primera etapa de mi vida siempre me decían si era algo de Carlos Dittborn, porque el recuerdo estaba fresco. Con el paso del tiempo, el Mundial fue quedando atrás y la gente ya no tiene claro quién soy. Pero al principio era el hijo que nació en el Mundial. Yo era niño y esto era una cosa más anecdótica. Emocionalmente fue más fuerte después de los 40. Me vino una crisis grande; pensaba en que no tuve papá y lo que significó. Pero antes no, era como mecanismo de subsistencia. Éramos siete hermanos y mi mamá empezó a trabajar para mantenernos. De chico había que hacerse cargo de uno mismo. Nos íbamos en micro al colegio, desde Ñuñoa hasta la Alameda. Por suerte tenía este hermano un poco mayor que me cuidaba. Yo siempre era el más chico del curso y era temeroso.

Construiste a tu padre mediáticamente. ¿Qué pasó cuando eso no fue suficiente, cuándo hubo necesidad de una mirada más íntima?

Es lo que te decía, me pasó desde los 40, en que hubo una conexión muy fuerte con la ausencia de este padre. Ahí empecé a construir, a observar y detenerme en esa parte que no tuve. Es raro, porque usualmente uno va construyendo a través de la relación, de lo que se hace, de lo que se comparte. Aquí no. Mis recuerdos son ficcionados, leídos, construidos sólo con ideas. Entonces la pena, el vacío de lo que pudo ser y no fue, finalmente duele.

¿Pasó algo particular que sentiste esa necesidad a los 40?

No… Aunque empezó cuando yo tenía la edad que tenía mi papá al morir. A los 41 uno entra a la mitad de la vida y todo eso; pero también pensaba que mi papá se había muerto a la edad que yo tenía, que había organizado un Mundial, que tenía siete hijos, había vivido y hecho mucho; y empecé a conectar más profundamente. No de manera deliberada. Era algo que me estaba doliendo.

¿Llegaste a algún resultado en ese proceso?

Me detuve en el aspecto más íntimo de mi papá. Atravesé la pena de que él no hubiera estado conmigo. Siempre había tenido miedo de abrir esa puerta. También comprendí cuánto tengo de él, que siempre sospeché era mucho. Soy físicamente muy parecido. Una vez, a los 10 años, estaba en mi casa y me mostraron una foto mía haciendo la primera comunión; pero yo dije: "Cómo, si aún no la hago". Claro, era mi papá.

Abrazos

"Éramos una familia de clase media acomodada", dice. Todo lo que el padre hacía por el fútbol chileno no era remunerado; y los ingresos venían de una fábrica que instaló junto a unos socios para armar puertas y ventanas. Vivían a unas pocas cuadras del Estadio Nacional, "que no era el barrio pituco de Santiago", agrega Dittborn.

Luego de la muerte del padre hubo que apretarse el cinturón. Los hijos fueron becados en sus colegios y la madre, Juanita Barros, tuvo que ponerse a trabajar. Nunca lo había hecho mientras su marido estaba vivo.

Cuenta Tomás Dittborn:

-Compró un libro en que enseñaban a escribir a máquina con todos los dedos. Así aprendió, era super disciplinada. Trabajó en el Ministerio de Minería y en la Enami. Era una secretaria extraordinaria. Cuando se empezaron a casar los hijos, mi mamá tenía un par de casas que había dejado mi papá, vio que con eso le alcanzaba y dejó de trabajar.

Eras el regalón de tu madre.

Sí. Mi mamá debe haber sentido esa fragilidad mía por esta situación. Además yo era muy bonito. De pelo blanco, ojos azules. A todo el mundo le gustaba.

"Tomás es una persona con gran necesidad de afecto, de recibir demostraciones concretas de que se le quiere", dijo una vez tu hermano Pablo. ¿Por qué?

Eso es verdad y no tengo claro por qué… Me imagino que tiene que ver con la ausencia de mi papá. También con mi estructura sicológica: a mí me gusta el vínculo cariñoso, las demostraciones de afecto, los abrazos, navego bien en eso.

¿Has buscado ayuda para enfrentar la ausencia del padre?

Estoy en mi octavo año de sicoanálisis. Este tema aparece allí. Me ha ayudado a encontrar respuesta, revivir cosas, comprender otras. Además es tiempo para uno mismo. Voy tres veces por semana.

El lado opaco

¿Te genera presión ser hijo de alguien que fue tan destacado?

Sí. En un momento me di cuenta de que la estaba sintiendo. Mi papá era de la Católica. Yo también, y fui bien fanático. Hoy ya no, porque el fútbol local dejó de ser atractivo para mí. Pero recuerdo que en algún momento Felipe Gacitúa, que fue presidente del club, me pidió colaborar con quien estaba a cargo de lo comercial. Lo pensé, hasta que de repente dije: "Por qué me estoy metiendo en esto". Llamé y dije: "no puedo, no es que no quiera, pero no debo estar aquí". Caché que me estaba metiendo en el camino de mi padre y que el mío era otro. Ahora igual tengo esa cosa de mi padre muy orientado al logro. Trato de dominar eso ahora.

¿Por qué?

Es que siempre se conoce el lado que brilla, pero hay también un lado opaco. Me acuerdo una vez que mi hermano Pablo dijo "hubiera preferido que mi papá no organizara el Mundial y que estuviera vivo". El lado que brilla fue muy grande, porque organizó de esas gestas grandes que quedan. Y el lado opaco no se ve: que mi mamá quedó viuda, que nosotros quedamos sin papá… Entonces trato de dominar eso. Mi naturaleza me lleva siempre a mi propio Mundial, todo el rato.

¿Cuál es tu relación con el fútbol?

Jugué hasta los 30, en dos ligas. Al principio jugaba de 7; luego de 2, de lateral. De los 30 a los 40 jugué futbolito. Después dejé de jugar. Hoy no tengo el Canal del Fútbol. Sí me gusta ver partidos de la liga inglesa, los partidos del Barça.

¿Y del Real Madrid, tu club vitalicio?

Era más hincha del Barcelona.

¿Has visto la serie que emite TVN?

Sí. Me gustó mucho. Bonita, bien hecha, me emocionó. Es loco, porque es como ver un programa de tu familia. Mi papá, mi mamá, los niños. Y todos los otros personajes, Pinto Durán, Riera, Livingstone, que circularon por mi casa mucho tiempo. A mi mamá la entrevistaron muchas veces para la serie. Reconocí partes que sólo ella podría haber contado como cuando le dice a mi papá que está embarazada y él le contesta: "La felicito en nombre del gobierno". Mi papá siempre le dijo eso en cada uno de sus embarazos.

Allí se ve a tu padre muy ocupado con el Mundial.

Uno puede pensar cuán responsable fue todo eso de su muerte. Creo que hay una cuota grande; porque si mi papá estaba enfermo, tenía que seguir no más. Había poco espacio para cuidarse, era un Mundial, imagínate el nivel de presión…

Entonces, Tomás Dittborn repite eso que ya dijo y que es una pieza más del puzle de esta historia, que es también su historia, que aún no termina de armar:

-No hay que olvidar el lado opaco.