Le decían el Malcom Lowry de Chiguayante. Corrían los 80 y el poeta Tomás Harris, como el autor de Bajo el volcán, estaba invariablemente con un par de copas en el cuerpo. Vivía en Concepción y las borracheras de esos días se iban a convertir en alcoholismo en los 90, en Santiago. Dejó de tomar, recayó, hoy dice estar en la "cuerda floja". Hoy, a los 57 años, Harris enfrenta la "enfermedad", como la llamó Jorge Teillier, desde la poesía: acaba de publicar Perdiendo la batalla del Ebr(i)o, sobre esa lucha de más de 30 años.

"Beber o no beber. / Esa es la cuestión. / morir o no morir o morir, igual / no hay más cuestión / que morir, es igual, beber", se lee en el primer poema del libro, que recoge textos desde mediados de los 90, hasta el 2011: dialogando con borrachos célebres, como Joseph Rota, Lowry, Carbure, Harris narra su historia de entradas y salidas del alcoholismo.

Miembro de la generación de los 80, Harris es autor de más de 15 libros, con Cipango y Los 7 Náufragos entre los más destacados, todos plagados de citas literarias y a la cultura pop, la mayoría oscuros en el borde de lo gótico. Parte del equipo de la Biblioteca Nacional, su historia con el alcohol la narró primero su esposa, Teresa Calderón, en la novela Mi amor por ti.

Acá, en Perdiendo la batalla del Ebr(i)o, Harris es confesional, pero pocas veces autocompasivo: dota su experiencia de aura estética. "Yo en una calle fantasma, de un western desolado, / le di las espaldas al alcohol, / el más certero tirador del Oeste", escribe. Frente a un té en la Biblioteca Nacional, Harris complementa: "Sigo reivindicando esa aura ya casi desaparecida de un poeta que entra al alcoholismo y lucha para salir, dando una pelea casi épica".

El "monje Harris" cruza el libro como personaje de una novela gótica. "La vida del alcohólico es gótica. Porque tiene mucho de terrorífica", dice el escritor. "Piensa en el delirium tremens, piensa en el tipo que se duerme y no sabe dónde va a despertar. O, como yo lo hacía, vaga de bar de bar y las nociones de realidad se van perdiendo y uno se encuentra con personajes atemorizantes. Los bares de mala muerte son terroríficos", agrega.

Hoy Harris dice tener controlado el alcohol. No lo ha dejado ni piensa hacerlo: "Creo que dándose permiso el fin de semana para algunas copas de vino puedes transformarte en un alcohólico social. Igual es andar en la cuerda floja, cualquier día uno puede caerse", asegura.