ESTE ES el Año Cortázar. Se cumplen 100 años del nacimiento y 30 de la muerte del gran escritor argentino. El cronopio mayor. Tan porteño para escribir, tan amante de Buenos Aires, a pesar de no haber vivido demasiado en ella.
Cómo vería la ciudad desde su metro noventa y tres de altura. Si hoy paseara por la Plazoleta Cortázar, en Serrano y Honduras, Palermo, seguramente su cabeza pasaría el techo de los puestos de artesanos que la llenan cada fin de semana. Y ya no podría jugar a la rayuela pintada en la inauguración porque se fue borrando con el tiempo.
No muy lejos de la placita hay varias de las librerías más lindas de Buenos Aires (Eterna Cadencia, Libros del Pasaje, Crack up) y todas tienen, además de reediciones por el aniversario, una joya de reciente aparición: Cortázar de la A a la Z (Alfaguara) es un álbum iconográfico del autor. Cada letra nos lleva a un recuerdo, una asociación, un objeto, una palabra relacionada con Julio. En la CH hay unos poemas chinos y también un comentario sobre Chile, a propósito de su amistad con Allende. Cortázar visitó Chile dos veces y conoció escritores e intelectuales. Luego, se incorporó en el Tribunal Russell donde se expuso el caso chileno, las torturas y violación de los derechos humanos. Ilustra el texto una foto del escritor con Hortensia Bussi de Allende y Gabriel García Márquez. En la N está Neruda, cómo no.
Banfield - París - Buenos Aires
El escritor nació en Bruselas el año en que comenzó la Primera Guerra Mundial. Su padre era agregado de la Embajada argentina, así que el lugar de nacimiento fue, como él mismo dijo, accidental. Cuando tenía cuatro años su familia se trasladó a Banfield, hoy una localidad en el sur de la capital argentina, en aquella época, años 20, un pueblo con calles de tierra por donde todavía pasaba el lechero con su carro tirado por caballos. Banfield, un lugar con apellido de ingeniero inglés de ferrocarril, desde donde Cortázar viajaba todos los días a Buenos Aires para cursar sus estudios en la Escuela Normal Superior Mariano Acosta (Urquiza al 200). Ahí se recibió de profesor y después dio clases en Chivilcoy y Bolívar, dos ciudades bonaerenses donde pasó algunos años en la década del 40.
Salvo durante ciertos períodos, el escritor no vivió en Buenos Aires, sí en París, donde fijó su residencia en 1951 y murió en 1984. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse junto a su última mujer, Carol Dunlop.
Sin embargo, volvía a Buenos Aires con frecuencia. A ver a sus amigos y a su gran amiga, la ciudad. "Las ciudades son como las mujeres, esas ciudades de las que te enamoras y son el amor de tu vida, y no soy excesivamente monógamo porque pienso que se pueden tener muchas ciudades que se aman al mismo tiempo". Eso le dijo al periodista Joaquín Soler Serrano en una entrevista para la televisión española en 1976.
París y Buenos Aires fueron sus amores más grandes. Allá tenía el misterio de las galerías cubiertas, los pasajes, los teatros, la arquitectura monumental, el metro, el Sena. Acá, el puerto, el bajo, Barracas, los cafés, sus largas caminatas por Avenida de Mayo, Plaza San Martín y Plaza de Mayo. Dos ciudades presentes a lo largo de su obra, y tanto en una como en otra hay homenajes durante este año.
Lucio Aquilanti, el mayor coleccionista de Cortázar de Argentina y uno de los principales del mundo, estuvo por estos días en el Salón del Libro de París, donde este año Argentina fue el país invitado. Empezó a coleccionar libros del autor a los 18 años y no paró más. Ahora termina un estudio bibliográfico sobre Cortázar, de próxima aparición. Y tiene una librería antigua en el centro de Buenos Aires (Tucumán 712), la Fernández Blanco, con todo sobre su escritor de colección.
LOS SEIS MIL DÍAS PORTEÑOS
Cortázar pasó alrededor de 6.000 días en Buenos Aires. Diego Tomasi, autor de Cortázar por Buenos Aires. Buenos Aires por Cortázar (Seix Barral), hizo la cuenta. El libro, publicado hace un par de meses, es ideal para cortazarianos: sigue meticulosamente y con mucha documentación la vida del escritor y, particularmente, su estrecha relación con Buenos Aires.
Durante un tiempo vivió con su madre, María Herminia, y su hermana Memé en el Barrio Rawson, en la calle Gervasio Artigas 3246, segundo piso, departamento 7. El departamento no se puede visitar porque está habitado, pero hay una placa conmemorativa.
El Barrio Rawson -entre las calles Tinogasta, Zamudio y Av. San Martín- nació como barrio residencial de casas baratas construidas con un plan del Banco Hipotecario en la década del 30. Vale acercarse hasta allí y caminar por esa zona arbolada y preciosa, con curvas y casas bajas, cerca de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires.
Ahí nomás, en avenida San Martín y Mineo, el Puente Cortázar.
En su cuento "Ómnibus", del libro Bestiario, describe el ambiente del barrio:
"A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía. En la esquina de Avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó una batallla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta dar vértigo. Pasó don Luis, el relojero, y la saludó apreciativo, como si alabara su figura prolija, los zapatos que la hacían más esbelta, su cuellito blanco sobre la blusa crema. Por la calle vacía vino remolonamente el 168, soltando su seco bufido insatisfecho al abrirse la puerta para Clara, sola pasajera en la esquina callada de la tarde".
"Cada vez que venía, Julio caminaba mucho por Buenos Aires y juntaba material para desarrollar sus cuentos", relata Viviana Rivelli, durante años coordinadora de las visitas guiadas del Gobierno de la Ciudad, mientras tomamos un café en La Farmacia, un bar notable del barrio de Flores.
Por su trabajo, conoce y diseñó circuitos literarios de Sábato y Borges en Buenos Aires, pero es una mujer cortazariana. Leyó -y subrayó- casi toda la obra, tiene un pañuelo con la famosa foto que Sara Facio le sacó al escritor mirando a cámara con un cigarrillo en los labios, y la primera edición de Rayuela llena de anotaciones y papelitos. Viviana cumplió los 66 años, pero cuando tenía veintipico y estudiaba filosofía, recién se publicaba Rayuela. "Ese libro me marcó", dice mientras pasa las páginas de un cuaderno gordo de recortes, fotos, artículos y hasta un poema que le escribió a Julio. (Para agendar: el próximo 6 de mayo dará una charla sobre Cortázar en el Museo Isaac Fernández Blanco).
HUELLAS, BARES Y VISTAS
Instituto de Español Rayuela, Rayuela Viajes, Remises Rayuela, Rayuela Hostel, Escuela Secundaria Rayuela y, desde junio, también se llamará Plaza Rayuela la actual Plaza del Lector que está detrás de la Biblioteca Nacional. Esa novela anticonvencional ha sido inspiración de vida para lectores de todo el mundo.
A pocos metros de la Plaza Rayuela está la Librería Norte (Las Heras 2225), que fue de Héctor Yánover, gran amigo de Cortázar. Cuenta Tomasi en su libro que una vez, en 1973, Yánover lo fue a buscar a Ezeiza y cuando llegaron y el librero quiso pagar, el taxista dijo: "¿Cómo le voy a cobrar si traigo a un escritor tan grande como Cortázar?". La gente ya lo reconocía y también le pedía autógrafos (eso lo ponía bastante incómodo).
Muchos de los lugares que el escritor frecuentó en la ciudad ya no existen, como el Bar Edison o la Confitería Richmond (Florida 468), donde conoció a su primera mujer y albacea universal, Aurora Bernárdez. La mítica Richmond, con sus sillones Chesterfield y mesas Thonet, donde además de Cortázar, se sentaron Borges, Oliverio Girondo, entre otros escritores, cerró con polémica hace algunos años. Hoy es un local de ropa deportiva, pero se puede admirar el edificio afrancesado junto al de la Sociedad Rural Argentina.
De su cuento "Texto en una libreta": "El roce de las personas en la calle Florida corroe sutilmente las mangas de los abrigos, el dorso de los guantes".
El Bar London (Avenida de Mayo y Perú), donde transcurre la primera escena de su novela Los Premios y donde más de una vez Julio se sentaba a escribir, está en remodelación y dentro de poco reabrirá.
Sí, a Cortázar le gustaba caminar por Buenos Aires y en su obra se ve la ciudad a veces tan nítida que es difícil imaginar que escribiera desde otro lado. Del cuento "Después del almuerzo" en el libro Final del juego:
"Ya andábamos por el Once, y afuera se veía un sol precioso y las calles estaban secas. A esa hora si yo hubiera viajado solo me habría largado del tranvía para seguir a pie hasta el centro, para mí no es nada ir a pie desde el Once a Plaza de Mayo, una vez que me tomé el tiempo le puse justo treinta y dos minutos, claro que corriendo de a ratos, sobre todo al final".
En el mítico bar La Perla de Once, asociado con el rock nacional, Cortázar se reunía con un grupo de intelectuales amigos apodados "La Guarida". Todavía existe y está en Rivadavia y Jujuy.
Los vagones ya no son los mismos -están en reparación- pero sí la línea A del subte, que llega a Plaza de Mayo, y que aparece en su obra. Los oscuros túneles, la masa humana en desplazamiento, el desgaste y ese tiempo distinto que se abre con un viaje en subterráneo.
De su cuento "El Perseguidor", en el libro Las armas secretas:
"[…]porque viajar en el metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando".
Cortázar vivió durante algún tiempo en Suipacha al 1200, donde su amiga Susana Weil, que necesitaba que alguien le cuidara la casa porque se iba a París. En ese ambiente céntrico escribió Carta a una señorita en París. No muy lejos, la hermosa Galería Güemes (Florida 165) está presente en su cuento "El otro cielo". Pensada como las galerías europeas de principios de siglo XX, fue uno de los primeros rascacielos de la ciudad. Era un lugar de encuentro, compras, y también un hotel cinco estrellas. Hoy es un pasaje comercial, hay negocios, show de tango en el teatro del subsuelo, y durante el día, gente que pasa mirando vidrieras y la utiliza para salir a la calle San Martín. Pero es necesario pararse en un rincón y levantar la vista para admirar las cúpulas, frisos, los trazos de estilo art nouveau.
Cuando era hotel, vivió durante algunos años otro escritor, Antoine de Saint-Exupéry, que trabajaba como director de la filial argentina del servicio aeropostal francés. Un secreto: se puede tomar el ascensor hasta el piso 14 y llegar a un mirador espectacular de la ciudad y sus cúpulas más bellas. Desde el edificio de la Legislatura y la torre Otto Wullf, hasta la puntita del Obelisco, el río, y si está despejado, Colonia. José, el cuidador, conoce cúpulas e historias. Antiguamente, había un restaurante y se pagaban 20 centavos para subir. Me imagino que Julio habrá subido los 46 escalones y habrá mirado la ciudad.
Su pasión por el boxeo y el jazz, y la Avenida de Mayo, donde vio pasar el Graf Zeppelin en 1934, Buenos Aires de noche y en las tardes de siesta, la ciudad quieta y la ciudad habitada, Cortázar no estaba y estaba. "Quiero tanto a Buenos Aires que tengo una vez más que escaparme, y reconstruirlo desde lejos y a mi modo", escribió en una carta en 1959.
Dicen que el día que murió hubo una invasión de mariposas. Le pregunté a Viviana Rivelli acerca de eso y respondió: "Sí, eso dicen, yo no las vi. Estaba en mi casa acunando a mi hijo y llorando porque las noticias anunciaban que había muerto Julio".