El actual es el único escenario para el cual la Nueva Mayoría nunca se preparó: que le apareciera una alternativa más a la izquierda y que ahora amenaza con desplazarla como segunda fuerza política del país. Esa posibilidad nunca estuvo ni en el libreto ni en el radar de la antigua Concertación, pero ahora que el oficialismo se ha dividido en dos candidaturas presidenciales –la de Alejandro Guillier y la de Carolina Goic-, la amenaza del Frente Amplio, junto con encender las alarmas, pone a la Nueva Mayoría ante dos desafíos que jamás se planteó. El primero es el de marcar sus límites, para establecer hasta dónde está dispuesta a llegar. El segundo es reconocer que sus adversarios no solo están en la derecha, sino también en el que sentían que era su propio lado.
Los jóvenes idealistas e insatisfechos de ayer, que hasta aquí el oficialismo miraba con ternura y simpatía de abuelos, porque estos chicos eran capaces de decir lo que muchos dirigentes de la coalición gobernante les hubiera gustado decir, pero no se atrevían, ahora tienen dientes y están probando que son capaces de morder. Por de pronto, les han dado una lección sobre cómo hacer las cosas. Mientras la Nueva Mayoría, por culpa de una larga carrera de errores a la cual no es ajeno el propio gobierno, ha quedado debajo de la mesa de las primarias previstas para el próximo 2 de julio, el Frente Amplio fue capaz de reunir en cosa de días las firmas necesarias para participar de esa instancia electoral, con todas las ventajas que eso comporta, en términos de exposición pública para sus candidatos y de la posibilidad de comenzar la campaña desde ya.
Lo que ocurre es que ahora sí que se está acabando un largo ciclo de la política chilena. Pero no es porque esté emergiendo el Frente Amplio. El verdadero cambio es que 20 años después de haber abandonado la escena pública, y a más de 10 de su muerte, Pinochet está dejando de ser la piedra que dividía todas las aguas de la política chilena. Dejó de dividirlas por de pronto en la derecha, porque en la actualidad convive en este sector gente que simpatizó y que se opuso a su gobierno, y está dejando de dividirlas en la izquierda, porque el solo hecho de haberse opuesto a la dictadura no confiere a los ojos del Frente Amplio la autoridad necesaria para representar los ideales de izquierda.
Para una coalición como la Concertación, que siempre dijo que no podía ir más allá porque la derecha y los amarres institucionales de la dictadura no se lo permitían, y para una Nueva Mayoría que quiso cambiarlo todo y que se articuló a partir del sentimiento de vergüenza con que la centroizquierda miró de un día para otro el proceso de la transición que había liderado, el proceso de sinceramiento al que ahora se expone es complicado. Ya no le basta como justificación ser una alternativa política para que la derecha no gobierne. Ese argumento dejó de convencer a la izquierda más radical. La disyuntiva ya no es entre dos, sino entre tres. Y tres son multitud. El oficialismo necesita ahora tener un proyecto, pero un proyecto de verdad que, más allá de definirse por la pura oposición a lo que la derecha quiere, sea capaz de marcar sus diferencias con la izquierda extrema. Proyecto, en realidad, es lo que la Nueva Mayoría nunca tuvo. Pudo haber tenido una candidata poderosa, cuyo carisma se desvaneció al primer contacto con la realidad, y no cabe duda de que tuvo un programa que ha estado llevando al país de fracaso en fracaso. Pero eso está claro, no da mucho pie para saber cómo continuar.
Para quienes creen como el jurista alemán Carl Schmitt que es de la esencia de la política la capacidad de identificar con claridad a tu enemigo, la actual coyuntura de la Nueva Mayoría no es auspiciosa. Su enemigo siempre fue la derecha, pero -vaya sorpresa- por donde en realidad se está desangrando es por la izquierda. Por eso, el PS se corre a la izquierda y descuida su relación con la DC. Por eso, también, por un tema de soledad, la DC decide ir directamente a primera vuelta y no a primarias. Por lo mismo, el oficialismo ve con pavor la idea de no llegar con uno de sus candidatos -Guillier o Goic- a segunda vuelta. De acuerdo: al día de hoy, tal escenario es improbable y un tanto apocalíptico. Sin embargo, es de pesadillas así que se alimenta la política. Sin el miedo, sin factor temor, la política sería otro más entre los muchos juegos de salón.
Si bien a la derecha le convendría que la elección se polarizara entre Piñera y Beatriz Sánchez, eso significa que su verdadero enemigo sea el Frente Amplio. En realidad, el verdadero enemigo es quien te pueda vencer y eso obliga quizás a mirar más las cifras electorales que la retórica de los discursos. En sí es razonable pensar que un gobierno frenteamplista llevaría a cabo mucho de lo que el actual gobierno quiso, pudo y no supo hacer del todo: desmontar el modelo, quitarle a la empresa privada el protagonismo de la actividad productiva, igualar para abajo. Y aunque todavía no está claro en qué términos se vaya a definir el bloque, la erótica protagónica a ese lado del espectro político es tal, que es muy posible que para estos jóvenes sea mucho más importante fulminar en esta pasada a la centroizquierda, que está agónica y pasando por su peor momento, que evitar un triunfo de la derecha.
Nadie sabe para quién trabaja. Justo en momentos en que el país va a la primera elección parlamentaria sin el corsé del binominal que le permitía al oficialismo ocultar todas sus grietas y matices y obligaba al electorado a opciones extremas, justo cuando el país desencantado por Bachelet vuelve a los ejes de la moderación y la sensatez, la Nueva Mayoría toma conciencia de varias cosas: de estar dividida, de tener candidatos frágiles, de tener poco que ofrecer en el centro, de haberse farreado la oportunidad de las primarias y de no tener muy claro contra quién se enfrentará. Escogió a sus amigos y los amigos la tienen actualmente en el piso. Está por verse a quién identificará ahora como enemigo.