"Parece que estamos entrando en una nueva era de nacionalismo populista, en la que el orden liberal dominante que se ha construido desde la década de 1950 ha sido atacado por las mayorías democráticas enojadas y energizadas", advertía el influyente politólogo estadounidense Francis Fukuyama en una columna en el Financial Times, publicada días después del triunfo de Donald Trump en las urnas. Un escenario que el propio Presidente saliente de EE.UU., Barack Obama, reconoció durante su visita de esta semana a Grecia, en el marco de su última gira oficial antes de entregar el mando el 20 de enero a Trump. "No hay duda de que se han producido movimientos populistas, tanto en la izquierda y la derecha de muchos países de Europa. Cuando se ve que un Donald Trump y un Bernie Sanders, candidatos muy poco convencionales, tienen un éxito considerable, obviamente hay algo ahí que está siendo aprovechado", dijo.

La llegada de Trump a la Presidencia de Estados Unidos y de Rodrigo Duterte a la de Filipinas; la victoria del Brexit en Reino Unido y el avance de la extrema derecha en Alemania y Francia son algunas muestras de la ola populista que recorre el mundo, según France Presse.

¿Pero cuál es la razón detrás de este fenómeno? Analistas estiman que el auge del populismo está relacionado de manera directa con dos cosas: una crisis en las clases políticas tradicionales y los cambios económicos generados por la globalización, que conllevan al nacionalismo. Es lo que cree que Seiji Katsurahata, economista japonés y experto del Dai-ichi Life Research Institute de Tokio, quien considera que la victoria de Trump "es un nuevo mensaje de los olvidados de la globalización a sus elites contra los controvertidos acuerdos de libre comercio". "La economía mundial atraviesa dificultades y quienes sufren por ello tienen la impresión de que la globalización es la responsable", señala.

Trump dijo, entre otras cosas, que no dejará que se establezcan acuerdos como el NAFTA o el TTIP (que negocian EE.UU. y la UE). Y que quiere traer de regreso a su país los puestos de trabajo trasladados a China. "El americanismo, no el globalismo, será nuestro credo", prometió el 21 de julio en la Convención Nacional Republicana. Con esa retórica antiglobalización logró ganar los votos de una clase media frustrada, asegura la cadena alemana Deutsche Welle.

"El debilitamiento del crecimiento económico mundial agravó los conflictos en torno a la distribución de la riqueza. Esos conflictos fueron tomados por los populistas, que le echan la culpa a la globalización", plantea Rolf Langhammer, ex director del Instituto de Economía Mundial, como explicación a la tendencia al proteccionismo económico de los partidos populistas europeos de derecha, como la Alternativa para Alemania (AfD) y el Frente Nacional, en Francia, y la resistencia popular a tratados de libre comercio como el TTIP o el CETA (entre la UE y Canadá).

"El Brexit, la victoria de Trump, pero también el discurso de Marine Le Pen, de Viktor Orban, de Nigel Farage (en Francia, Hungría y Reino Unido respectivamente), el común denominador viene a ser esta vuelta al proteccionismo a ultranza", afirma a TVE el experto en política internacional del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), Pol Morillas. "Predominan los mensajes de desconcierto acerca de hacia dónde va el mundo, y lo que hay para sustituir a este desconcierto es una vuelta a aquello que se considera más fácil de defender que es el Estado nación, la vuelta al proteccionismo y cerrar fronteras", añade.

Sin embargo, Cas Mudde, académico de la Universidad de Georgia y coeditor del European Journal of Political Research, explica a La Tercera que "la 'globalización' es demasiado amplia y vaga para funcionar como una explicación para cualquier cosa, incluido el populismo".

Además, la oposición a la globalización dista de ser un tema principalmente económico. "Se trata de la ecuanimidad, la pérdida de control y la pérdida de credibilidad de las elites", escribió recientemente Dani Rodrik, economista de la Universidad de Harvard.

Mientras tanto, la ola populista avanza principalmente en Europa. Los británicos se pronunciaron por referéndum el 23 de junio a favor del Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea (UE), un resultado inesperado al que Trump se refirió prometiendo justo antes de ser elegido "un Brexit elevado a la máxima potencia". Uno de los paladines del Brexit, el líder del partido antieuropeo y antiinmigración UKIP, Nigel Farage, acogió con satisfacción el resultado de las elecciones en EE.UU. "Paso el relevo a Donald Trump", afirmó.

En Alemania, la AfD ha logrado varios éxitos electorales, e incluso ha entrado en el Parlamento local de Berlín. Capitalizando los temores tras la llegada de 1,1 millones de refugiados en 2015, el partido está presente en 16 Länder y gira en torno al 12% de la intención de voto. Podría llegar el año que viene al Parlamento federal, lo que sería un hito para un partido de derecha populista desde la posguerra en ese país.

En Francia, en tanto, el Frente Nacional también ha conseguido varios triunfos en las urnas desde 2012 y su Presidenta, Marine Le Pen, debería estar en la segunda vuelta de las presidenciales de 2017, según los sondeos. "La victoria de Trump hizo posible lo que se presentó como imposible y espero que el pueblo francés también dé la vuelta a la mesa", declaró Le Pen.

En Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ), una de las formaciones de extrema derecha mejor implantadas en Europa, se quedó en puertas de una victoria en las presidenciales del 22 de mayo. El FPÖ consiguió que se anularan las elecciones, que se volverán a celebrar el 4 de diciembre.

Crítico de estos populismos nacionalistas, Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, advierte que "debemos, pues, prepararnos para una lucha prolongada, tal vez generacional", ya que "las fuerzas que mueven el frente popular del populismo están en alza, muchos partidos tradicionales están debilitados, y no se da la vuelta a una de estas olas de la noche a la mañana". Y a modo de consejo, plantea: "Debemos buscar -no sólo la izquierda, sino también los liberales, conservadores moderados y creadores de opinión de todo tipo- un nuevo lenguaje que atraiga, en contenido y en emociones, a ese amplio sector del electorado populista que no es irremediablemente xenófobo, racista y misógino".