El pequeño gigante, el último gran activista del rocanrol, el vehemente irlandés, salta al escenario del Madison Square Garden, en Nueva York, dispuesto a reclamar su lugar en la historia. Convencido, muy seguro, del peso objetivo que tiene su banda U2 en la industria y que esta vez llevó a convertirse en el número central, en el número de cierre, de un evento que, precisamente, está premiando desde 1983 a los nombres más influyentes en la historia del rocanrol.
La noche del viernes, en la segunda velada de la fiesta que conmemoró los 25 años del Hall Of Fame (que será editada en DVD y que se transmitirá por televisión en Chile el 7 diciembre próximo, a las 20 horas, a través de la señal del cable de TNT), U2 tuvo un momento de particular reconocimiento. De abierta legitimidad oficial. De la última confirmación que su nombre escribirá un capítulo en la historia del género que crearon Chuck Berry, Bo Diddley y Elvis Presley. Después de las actuaciones de Aretha Franklin y Metallica -en el tono algo esquizofrénico y con muchas colaboraciones de una celebración que partió el jueves con Crosby, Stills & Nash, Simon & Garfunkel, Stevie Wonder y Bruce Springsteen-, los irlandeses comenzaron su show con Vertigo y al rato ya tenían visitas. Pero de esas que sólo reciben los que son grandes de verdad.
Porque aunque vienen de Europa, y fueron de los pocos que cruzaron el charco para estar en esta fiesta (el gran Ray Davies, de The Kinks, fue la otra leyenda que llegó hasta el teatro de la séptima avenida), U2 parece siempre dueño de casa y fueron 20 mil las personas que vieron a Patti Smith y el "jefe" Springsteen aparecer en el escenario para secundar a los irlandeses en una notable versión de Because the night. La camaradería estaba en el aire y se advertía en abrazos largos y en gestos de real agradecimiento entre los músicos. U2, que todavía puede reclamar el estatus de ser la banda más importante del planeta (digamos que gente como Coldplay no representa competencia alguna), está para cosas grandes y fue un grande el que llegó a cerrar la fiesta con ellos: Mick Jagger.
El incombustible líder de The Rolling Stones, el tipo al que los años no le hacen cosquillas, cantó Gimme shelter y Stuck in a moment, totalmente encendido, vibrante, y así la postal soñada de los que imaginaron esta fiesta del "cuarto de siglo" del Hall of Fame ya estaba lista: el tema con vocación de himno de estadio, el coro bajando generoso desde la platea, los cantantes que comparten el micrófono, la comunión rockera en su máxima expresión. En la calle comienzan a caer las primeras gotas de un frío otoño neoyorquino. Adentro, el histórico "the garden" apaga las luces y los irlandeses de U2 suman otra razón para seguir mirando hacia atrás a los que aspiran a disputarle el cetro de la banda más grande del mundo.