Después de nueve meses desencontrado de Theo, su hermano marchante de arte, Vincent van Gogh (1853-1890) le escribe "un poco a disgusto" desde Bruselas. Es julio de 1880 y Vincent vence su orgullo: agradece un dinero que su hermano menor, que por ese entonces se convirtió en su mecenas, le envía tras largo tiempo sin manifestarse. Y como pasaba cada vez que las asperezas entre ambos comenzaban a limarse, el pintor inundaba al "primer marchante apóstol", como lo llamaba, con páginas y páginas de argumentos para demostrar que estaba en lo cierto.
 
La carta aborda a Rembrandt y Dickens, su estudio de la Biblia y la Revolución Francesa, y su sensación recurrente de ser un extraño respecto de sí mismo y un "haragán" que "no hace nada, porque vive en la imposibilidad de hacerlo". También hace analogías: "Un pájaro en la jaula sabe muy bien que hay algo que hacer, pero no puede. ¿Qué es? No lo recuerda bien, después tiene ideas vagas y se dice: 'Los otros hacen sus nidos y tienen sus hijos y crían la nidada'; después se golpea el cráneo contra los barrotes de la jaula. La jaula sigue allí y el pájaro vive loco de dolor".

EH Gombrich, reputado historiador del arte, dice que las cartas de Vincent a Theo figuran "entre las más sugestivas de toda la literatura", opinión semejante a la expresada por el poeta WH Auden. El epistolario tiene bien ganada fama desde hace casi un siglo, como develador de la vida de Van Gogh, así como de su tono personal, su estilo evocativo y su lenguaje vívido. En 1914 aparecía ya en holandés una selección de la correspondencia a Theo, que conforma la porción más sustanciosa del total. Ya en los 50 se publicaban cuatro volúmenes más. Y la correspondencia creció en una nueva aventura editorial que salió en 1990.

Pero lo anterior parece un ensayo del acontecimiento que comenzó a gestarse en 1994 y que acaba de ver la luz, en virtud de la tarea encargada por el Museo Van Gogh: un libro-web en holandés e inglés, pensado para estudiosos y especialistas, pero disponible en su asombrosa exhaustividad a quien acceda a http://vangoghletters.org. Los seis tomos de la edición de papel a cargo de Thames and Hudson están ahí, para quien pueda y encuentre razonable gastar 325 libras esterlinas ($ 265.000), más el costoso envío. Con la excepción del lujoso papel, sin embargo, todo lo que hay en los señalados volúmenes está en la web, incluyendo anotaciones e ilustraciones, así como un motor de búsqueda y una guía a prueba de despistados. Para sumergirse en las cartas expedidas y recibidas, así como en los facsímiles de las originales y en documentos de laya diversa. El material se presenta hasta el 1 de marzo en dicho museo de Amsterdam e incluye las cartas redactadas por Paul Gauguin, que permanecían inéditas.

Asoma, en resumen, una nueva cartografía y una interpretación que vuelve a complejizar la figura del santo demente que encarnó Kirk Douglas hace 53 años en Sed de vivir (y por el que fue nominado a un Oscar).

UN EJE VITAL
La correspondencia de 902 ítemes se divide en dos partes: las cartas que el propio Van Gogh escribió (819 en total, 651 de ellas a Theo, cuatro años menor que él) y las que recibió: 83, casi la mitad de ellas, de su hermano menor. Las 819 pueden parecer poco frente a las 3.000 generadas por Monet, para no hablar de las 20 mil de Voltaire o de las 98 mil de Lewis Carroll. Pero las luces que arrojan desautorizan el criterio puramente estadístico.

Leo Jansen, Hans Luijten y Nienke Bakker, los pacientes editores, refutan de entrada un lugar común sostenido, entre otros, por Gombrich: que las cartas son un "diario ininterrumpido". Expresión al menos equívoca, se plantea, porque si por diario se entiende un reservorio de información cotidiana, las cartas tienen poco de eso y más de otros asuntos que no fueron siempre el arte. Hubo, como ejemplo, cuatro años en la vida de Van Gogh en que las comunicaciones a su hermano se vertebraban en torno al eje divino. Entre 1875 y 1879, se establece en la introducción, Van Gogh solía "usar la Biblia como la medida de todas las cosas". Hijo de pastor, se preparó para estudiar teología en Amsterdam, pero su impulsividad y falta de respeto a las normas provocaron el veto de sus superiores. Según la biografía de Irving Stone, su insistencia ante los Misioneros de la Fe en que no se le desechara, llevó a la orden católica a enviarlo como una suerte de evangelizador a la región belga del Borinage, donde vio (y vivió) las condiciones miserables de los obreros del carbón, volviéndose una figura crítica, que quería padecer con los más débiles. Allí, "se dio cuenta de que había llegado a un callejón sin salida".

Para 1880, Vincent había abrazado la carrera de pintor con el apoyo de Theo, el favorito de sus padres. Vincent no tenía amigos ni muchos contactos sociales, por lo que los intercambios con el hermano serían un hilo vital. Los textos giraron principalmente en torno a sus metas artísticas, permitiendo entrever su evolución: cómo se concentró al principio en el dibujo; sus dificultades para obtener las proporciones adecuadas y dibujar la figura humana correctamente; los estímulos derivados de sus lecturas y visitas a museos; su ambición inicial de ser "pintor campesino" y cómó gradualmente mutó en la de ser un "pintor moderno".

Había variedad de otros temas, por cierto, algunos de los cuales podían asumir el protagonismo llegado el caso, como pasó cuando Vincent enloqueció de amor por su prima Kee Vos, o cuando contrajo una enfermedad venérea, en 1882. Pero prevalecería en las misivas un interés superior y anterior, que empezó a larvarse al iniciar en 1869 sus servicios para una compañía de marchantes en La Haya.

GAUGUIN Y LOS DEMAS
El arte, se lee en el libro recién editado, "satisfizo una necesidad esencial en su vida". Marchante en práctica entre 1869 y 1876, "no sólo admiraba las pinturas: extraía de ellas una fuerza vital, por lo que sentía un gran respeto por los artistas tras las obras". De esto dio cuenta en las cartas, así como de su canon: Rembrandt, Vermeer, Jules Breton y varios más, entre los que destaca, ante todo, Jean François Millet, célebre autor de Las espigadoras. "Un tipo notable", señala en carta a Theo de julio de 1885, "por pintar las cosas, no como son, sino como él las siente".

Pintores de ayer y también del día, como Seurat, Signac, Bernard y Paul Gauguin. Este último fue el único que respondió a su iniciativa de crear un taller colectivo en la ciudad francesa de Arles, en 1888. Se habían conocido el año anterior y la posteridad todavía no resuelve plenamente lo ocurrido al cabo del par de meses que vivieron y trabajaron juntos, y que terminaron con el lóbulo cercenado de la oreja derecha del holandés.

Se escribieron antes y después de eso, y hasta el minuto se conocían solamente las de Vincent. Ahora que las misivas de Gauguin están disponibles es posible ver más clara la relación entre ambos. Los constantes intercambios desarrollan una discusión sobre la naturaleza del arte por el que pugnaban. Así, el 22 de julio de 1888, Gauguin señala, a propósito de las "ideas poéticas", que a juicio de su corresponsal debían acompañar la obra de arte: "No conozco ideas poéticas, y es probablemente un sentido que me falta. Encuentro TODO poético y es en los rincones de mi corazón, a veces misteriosos, donde entreveo la poesía".

Si Vincent creó una relación de dependencia con Theo, Gauguin fue un tercer lado del triángulo. Al menos al principio. Es habitual en las cartas del francés la solicitud de intermediación, de averiguar lo que pasa con la venta de las obras en manos de Theo. Y la queja constante: "¡Qué largo calvario es la vida del artista! Y es quizá eso lo que nos hace vivir".

Tras el incidente de la oreja, la correspondencia continuó, con más de distancia. Luego del suicidio de Van Gogh, en julio de 1890, Gauguin escribiría a un colega: "Con lo triste que uno puede estar por esta muerte, no la lamento realmente, porque la vi venir y conocí el sufrimiento de ese pobre muchacho, combatiendo su locura. Morir ahora es una suerte para él".