Fue hace 11 años. Umberto Eco estaba en Argentina y un periodista le consultó, para variar, por el futuro del libro. "La recurrente pregunta de si el libro va a sobrevivir no tiene sentido", sentenció de vuelta el semiólogo y escritor italiano. "No creo que vaya a desaparecer, porque es más útil que cualquier otro instrumento. Hay inventos en la historia de la humanidad, como la cuchara, la tijera y la silla, que prácticamente no han cambiado".

¿Mantiene hoy Eco su fe en el objeto-libro y la cultura que lo circunda? Se diría que sí, pero al parecer ahora la respuesta no puede ser tan breve. Ni tan categórica. Más vale despacharse un volumen para explicarse y, mejor aún, uno donde el diálogo sea el motor. Ahí nace Non sperate di liberarvi dei libri (No esperen librarse de los libros), que lo muestra en conversación con otra figura nada menor de la cultura europea: el francés Jean-Claude Carrière, quien tras sus colaboraciones con Buñuel, Bertolucci, Forman y tantos más, asoma como uno de los más relevantes guionistas del cine en actividad.

OBJETO PORFIADO
Esta "declaración de amor a dos voces", como la llamó el diario La Repubblica (de amor al libro, se entiende), se articuló a partir de sucesivos encuentros entre Eco y Carrière, entre Italia y Francia. El orquestador fue el periodista Jean-Philippe de Tonnac, quien hace 10 años había reunido a la dupla para hablar sobre el paso a un nuevo milenio, publicada en castellano como El fin de los tiempos. "Fue él quien tuvo la idea. Nos hizo preguntas y nos encaminó en cierta dirección", cuenta Carrière (78) a La Tercera, agregando que con Eco abunda la sintonía fina: "Nos conocemos bien desde hace mucho tiempo y tenemos la misma edad".

Señala el libretista de Bella de día y Danton que "no había ninguna idea que defender ni una idea central. Queríamos charlar acerca de la llamada 'desaparición del libro', que es un absurdo, como lo decimos, y de un problema mucho más profundo: la transmisión del saber, del conocimiento e incluso de la belleza. Es un problema que ha ocupado a todas las civilizaciones: por qué una obra pasa de una generación a otra y otras obras quedan ahí y desaparecen. Creo que ahí está el tema central del libro".

En esta cuerda, sin embargo, las aproximaciones no son evidentes. Cuenta Eco en la obra que, durante un viaje a Mali, se aventuró en tierras del pueblo de los Dogón, cuya cosmología había sido descrita por el antropólogo Marcel Griaule en su obra Dios de agua (1948): "Los críticos dicen que Griaule había inventado mucho. Pero si vas hoy a preguntarle a un viejo dogón sobre su religión, te va a contar exactamente lo que escribió Griaule: lo que él escribió se convirtió en la memoria histórica de los dogón". He ahí el poder del libro, dice Eco.

¿LIBRO ELECTRÓNICO?

Pero también está el tema de su obstinada supervivencia, plantea Carrière. "No es en absoluto cierto que hace un tiempo el CD Rom, y hoy el DVD, hayan representado un soporte perenne o al menos 'durable' que permita leer o ver cuando uno quiera los textos o las imágenes. La obsolescencia técnica los asedia y los hará prontamente inutilizables. De hecho, ya no podemos usar un videocasete o un CD Rom de apenas algunos años y, por el contrario, podremos leer libros cuando toda la herencia del audiovisual haya desaparecido".

Por otro lado, señala al teléfono desde París, "un libro electrónico sigue siendo un libro. Cuando la gente dice que el libro va a morir, no saben lo que dicen. Por ejemplo, llamamos libros al manuscrito medieval que no era impreso sino escrito a mano sobre piel de animal. Y eso no tiene nada que ver con el libro impreso. El libro electrónico es, de todos modos, un objeto que leemos".

¿Se puede acusar a la dupla de "apocalíptica" respecto de los nuevos medios? "Umberto y yo no tenemos nada contra la informática, pero no es la informática la que puede darnos ideas ni crear historias nuevas", replica Carrière. El italiano, por su lado, recuerda que las quemas nazis de libros estuvieron estrechamente ligadas a la política propagandística de Josef Goebbels, quien, por otro lado, conocía muy bien los nuevos instrumentos de la comunicación "e intuyó que la radio se convertiría en el vector por excelencia de la comunicación: combatir la comunicación de los libros a través de la comunicación de los media. Profético".

Finalmente, y a 11 años de la declaración de Buenos Aires, Eco insiste con el aplomo del convencido: "El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda y las tijeras: una que vez que se inventó, no se puede mejorar".