Venus Williams llora. Se da infinitas vueltas. No sabe qué hacer para mostrar su emoción en la cancha central del Melbourne Park. Parece una niña sin saber dónde ir. Se despide de la rival y se queda estática un par de segundos, antes de ir darle la mano al árbitro. Pero continúa girando. Baila y hace el gesto de saludo. Seguramente no sabe a quién va dirigido, porque la emoción bloquea sus pensamientos. Acaba de alcanzar por primera vez la final de Australia con 36 años, al derrotar a su compatriota Coco Vandeweghe (79º y 25 años) por 6-7 (3), 6-2 y 6-3.

La mayor de las hermanas Williams venció, además, a una mal que la aqueja desde 2011. Se trata del Síndrome de Sjögren, enfermedad autoinmune, que reduce el nivel de energía, causando fatiga y dolor en las articulaciones. Afectó de tal manera a la cinco veces ganadora de Wimbledon, que cayó al puesto 113º de la WTA. Es consciente de que su vida no ha sido fácil y por eso, muestra su alegría. Pero faltaba su rival. El sueño era que su hermana clasificara.

Cuando todavía no se borraban los rastros de felicidad de Venus, apareció Serena, quien se dio un verdadero paseo ante Mirjana Lucic-Baroni (70º), en 50 minutos. 6-2 y 6-1 fue el resultado para la número dos del mundo. De paso, quedó sólo a una victoria de recuperar la cima de la WTA y de conquistar su título 23 de Grand Slam, con lo que superaría la marca de la alemana Steffi Graf. Con ese instinto asesino que la identifica en la cancha, busca convertirse en la mejor tenista de la historia.

"Es mi rival más dura, nadie me ha ganado tantas veces como Venus lo ha hecho. Siento que cualquiera que gane, ganaremos las dos", reconoció Serena. Inédito e histórico será el duelo entre ambas. El registro le favorece por 16-11. Pasaron 14 años para que se volvieran a ver las caras en Melbourne. La ganadora inscribirá, de todas formas, su nombre en los anales del tenis. Una, en busca de ser la mejor; la otra, por coronarse en Australia por primera vez.