Un día en la vida de Marcela Vacarezza y Andrea Molina lejos de la televisión
Dos figuras de la pantalla chica que no renovaron contrato con CHV y Mega, respectivamente, ahora se dedican a su familia.
En el consultorio de Molina
"Respiren... paren la cola… eso es". Tres mujeres se retuercen bajo las órdenes de una instructora. Se escucha música étnica y la fuerte respiración de una alumna que figura estirada sobre una máquina. Cualquiera pensaría que es una veinteañera en plan de mantención. Pero la mujer de pelo tomado y cuerpo perfecto tiene 39 años, dos hijas, dos matrimonios y una larga carrera televisiva que en diciembre de 2008 quedó truncada al no renovar contrato con Mega.
Andrea Molina eligió pilates para empezar la rutina de una nueva vida que incluye reuniones con un grupo de amigas, idas al cine, paseos con sus hijas y salidas a la playa a andar en kayak. "Es mateísima", dicen en el gimnasio, donde la próxima semana ofrecerá una charla de lo que más le apasiona ahora: la aromaterapia.
"Me encanta la vida de barrio que tiene La Reina", dice minutos más tarde en la verdulería, mientras los que envuelven las lechugas la llenan de piropos. Porque aunque viene del gimnasio, lleva botas hasta la rodilla, unas patas elasticadas y un chaleco blanco para completar el look.
Horas más tarde está sentada en el segundo piso de Bella Vida, el Centro de Terapias Alternativas que abrió a fines de 2007. "Es una sanadora", dice la escultora brasileña que la visita dos veces al mes en la consulta donde Molina atiende desde principios de año junto a un buda que tira humo. "Atiendo por siete mil pesos y no cobro por el control", explica sobre la mística empresa que le ha servido para llenar el tiempo que le ocupaba la TV. Pero no tanto sus bolsillos. "Tengo un muy buen marido, le va muy bien", explica sobre cómo se mantiene sin los sueldos de la pantalla chica. "Esto es algo nuevo, hay que acostumbrarse. Alguien me dijo que es una etapa en que me toca recibir y me hizo sentido", cuenta mientras acelera el deportivo de su marido para llegar a casa.
por Manuel Maira.
Confesiones en el Audi de Vacarezza
Marcela Vacarezza sube a su Audi A4 deportivo-descapotable, ajusta el asiento de cuero y acelera. Saca su lapicera Montblanc, firma un cheque y llena el estanque de bencina porque es ahorrativa. Esperó a que bajara para comprar. Y con esos ojos azul intenso, mar profundo, parquita de nylon negra y pantalón deportivo ajustado confiesa que pensó que se moría. "¡Estamos todos muertos!", le dijo Rafael Araneda, su marido, cuando una mañana se despertó en Ciudad de México y leyó "¡pánico!", "¡amenaza mundial!" y "¡gripe porcina!" en los diarios. Pero ahora se ríe. Y de las Ford F150 y las todoterreno BMW que circulan por Los Trapenses miran, reconocen y saludan a esta rubia que dejó el matinal de Chilevisión en diciembre y que ahora sigue su propio ritmo. Como dueña de casa glamorosa, cuidando a sus hijos y apoyando la carrera de su esposo en México.
"Ando en cualquier facha. No me pinto y salgo así no más", dice Vacarezza a las 07.15 de la mañana. A esa hora sale del caserón de cuatro pisos. Sube a la camioneta familiar y lleva al colegio a sus niñitas: Martina, de siete años y Florencia, de cinco. Vuelve. Cambia al Audi. Y parte otra vez. "La diferencia a cuando estaba en la tele es que ahora da lo mismo si tengo que hacer algo hoy, porque también lo puedo hacer mañana", dice bebiendo su primer cortado con nutra sweet. Llega al Portal La Dehesa y entra a Patagonia para comprar un regalo.
Vuela al jardín infantil donde Vicente, el regalón de dos años y medio, se lanza a sus brazos. Ella lo adora. "A estas alturas te das cuenta de que ya no eres una lola, que ya eres una señora", comenta. Y ahora la mujer que subía el rating con su bikini, se arregla para celebrar sus 39 años.
Florencia corre por la casa. En la cocina se fríen unas papas con queso. La madre de 83 años de Araneda pasea con porte de figura social. El animador se pone en los calcetines en la escalera. Y se van al restaurante Osadía. Piden agua con frutos del bosque, mozzarella y prosciutto y brindan. Por ella y por la familia.
por Cristián Farías
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