Llegó hasta el 2315 de calle Santo Domingo. Era una casa antigua y modesta, casi esquina de Ricardo Cumming. Tocó a la puerta con un golpe ligero. Un golpe tímido o temeroso, el tipo de golpe que se da para no incomodar. Esperó un minuto, dos. Escuchó pasos y la puerta se abrió apenas, pero por la rendija Alfonso Calderón reconoció ese rostro huraño. "¿Qué desea? Yo no recibo a nadie. Vuelva más tarde, no compro ni vendo nada". Era Joaquín Edwards Bello en persona.
Corría 1965 y Alfonso Calderón, asesor literario de editorial Zig-Zag, intentaba lo imposible: hablar con Edwards Bello. Célebre por su mal genio, el cronista vivía prácticamente aislado: ahuyentaba a todos los que se acercaban a su casa. Pero Calderón iba con una misión especial: publicar sus mejores crónicas.
"Pierde su tiempo, con crónicas no se hacen libros", le dijo Edwards Bello. Calderón no se desanimó. Conocía bien al escritor: lo leía desde su adolescencia. "En ese entonces compraba La Nación no para leer a Edwards, sino porque me interesaba el deporte; fue incidentalmente que me encontré ahí con un periodista que me entretenía mucho. Debe haber sido por el año 42 ó 43. En 1953, pensé en elaborar una antología", contó a revista Mapocho.
Cuando llegó hasta la casa en Santo Domingo, Calderón iba preparado: portaba dos antologías listas. Después de conversar por un rato, tiempo en el que Edwards Bello lo estudió, le dijo: "Bueno, déjeme los libros. Yo lo llamo mañana".
Así partió la relación entre los dos escritores, una relación fructífera para ambos: Calderón rescató la obra de Edwards Bello y se convirtió, con la sobriedad de los gentiles, en su mejor discípulo.
Hasta su suicidio en 1968, Calderón visitó frecuentemente a Edwards Bello. Pese a su carácter, la salud ya no lo acompañaba: producto de una hemiplejía no podía escribir. Pero gracias a Calderón, que realizó una labor enciclopédica, vivió una segunda vida editorial. Así nacieron las antologías Recuerdos de un cuarto de siglo (1966), Nuevas crónicas (1966), Hotel Hoddó (1966), Crónicas del centenario (1968), Andando por Madrid (1969), Memorias de Valparaíso (1969), Mitópolis (1973) y Memorias (1983), entre otras.
En paralelo Calderón escribió su propia obra y asimiló las lecciones del autor de El roto. "Yo me consider0 uno de sus discípulos", afirmó. "Sin Joaquín Edwards Bello, yo no existiría", dijo el premio nacional de Literatura 1998, que murió el sábado a los 78 años. Ya era todo un maestro.