Puede o no ser signo de los tiempos. El caso es que, de las películas que postulan a las principales categorías del Oscar, al menos tres abordan el tema de la estafa. Una como mar de fondo (Blue Jasmine) y las otras dos como la razón de ser de sus protagonistas: El lobo de Wall Street y Escándalo americano. Esta última, que se estrena en Chile el próximo jueves, viene precedida de gran recepción crítica, de buena taquilla y de 10 nominaciones a los premios de la Academia de Hollywood.
La película dirigida por David O. Russell y estelarizada entre otros por Christian Bale, Amy Adams y Bradley Cooper, es un monumento a la engañifa donde cada quien juega su propio juego. Todo, para escenificar una operación encubierta del FBI que derivó en el arresto de más de 30 funcionarios del Congreso de EE.UU., de los cuales siete fueron condenados por cargos de soborno y de conspiración. Una vez revelado a través de la prensa, en 1980, el llamado "Abscam" fue un verdadero escándalo americano.
El cineasta John Sayles ha dicho que a los productores les encanta poder llevar grande, antes de iniciar la película, una leyenda: "Basada en hechos reales". Como si los espectadores estuvieran agradecidos y/o involucrados desde el arranque. Y Escándalo americano, retablo coral de tramposos múltiples, podría perfectamente hacerlo, pero prefiere condimentar lo suyo con un poco de cinismo. Sobre la pantalla negra, antes de partir, puede leerse: "Algo de esto efectivamente ocurrió".
Ambientada en 1978, la película arranca con Irving Rosenberg (Bale) instalado frente a un espejo, arreglando y pegoteando cabellos para ocultar su calvicie. El hombre se apresta a participar de un encuentro que persigue "cazar", ante cámaras ocultas por el FBI, al alcalde de Camden, Nueva Jersey, Carmine Pollito (Jeremy Renner), a quien se ofrecerá un soborno para que acepte construir un casino.
Más o menos así habrían sido las cosas en su minuto. Pero el mencionado estafador, que aún vive y tiene cerca de 90 años, se llama en realidad Melvin Weinberg (tal como el verdadero alcalde, fallecido hace unos meses, se llamaba Angelo Errichetti). Oriundo del Bronx neoyorquino, tal como el Lobo de Wall Street, Weinberg solía ganarse la vida con fraudes al seguro y triquiñuelas ligadas a las inversiones. Su "gran momento" sería la puesta en marcha de un banco internacional de fantasía, llamado London Investors, que tenía supuestos agentes en Zurich, Londres y Nueva York y prometía conseguir cuantiosos préstamos a los incautos. En el libro The sting man, Weinberg declaró que ésta fue "la mayor y más dulce estafa jamás concebida". Pero duró hasta que fue denunciado por un corredor de propiedades.
Juzgado y condenado por un juez federal, Weinberg parecía no tener más destino que la cárcel. Pero John Good, agente supervisor del FBI en el área de Long Island, vio en él una llave para abrir una investigación de delitos económicos de mayor calado. Sin mucho que perder, Weinberg hizo un trato.
Estafador al servicio de los federales, con honorarios mensuales y bonos por caso resuelto, Weinberg figuró como presidente de una compañía de papel llamada Abdul Enterprises, dedicada a ofrecer plata dulce para distintos propósitos en represen- tación del un tal Kambir Abdul Rahman, millonario árabe ficticio (el nombre de la operación sería "Abscam", por Abdul y scam o estafa).
Durante un año, esta actividad fue la carnada donde cayeron dealers de arte robado y antiguos colegas de Weinberg. Pero el asunto subió de intensidad cuando uno de los capturados sugirió la posibilidad de llegar al mencionado Richetti, popular figura del Partido Demócrata, con incidencia en decisiones relativas, por ejemplo, a licencias para casinos de juego. En las cintas de la primera reunión entre ambos se escuchan cosas como "Te daré Atlantic City" o "sin mí no harás nada". Good reporta que en ese encuentro se le dio a Erichetti un maletín con dinero y que el hombre partió con él. Más tarde, se lo formalizaría por recibir un total de US$ 400 mil en sobornos.
Erichetti, a su vez, fue el puente para atrapar peces más gordos, ahora en el Congreso. Así fue como cayeron, por ejemplo, Raymond F. Lederer y Michael Myers, representantes ambos por Filadelfia, así como Richard Kelly, de Florida (el único republicano del grupo). Y el "trofeo mayor", si puede así decirse, fue el senador Harrison A. Williams, de New Jersey.
Con ellos y otros, el FBI arregló citas en aeropuertos, en una casa arrendada en Washington, en hoteles de Atlantic City y en oficinas en Florida, muchas veces en presencia de un agente que se hacía pasar por un sheik árabe con petrodólares para gastar. Se "produjeron" jets privados, limosinas y regadas fiestas. Para algunas de ellas, incluso se usó un yate confiscado a narcotraficantes, que ofrecía variadas posibilidades para instalar micrófonos y cámaras.
"Abscam" hizo ruido y generó polémica. Robert Del Tufo, por entonces fiscal del estado de Nueva Jersey, diría más tarde que algunos de los casos estaban derechamente desprovistos de base. Y agrega que "hubo muchas cosas que estaban fuera de los lineamientos de Departamento de Justicia". Hubo, por ejemplo, más de 300 memos del FBI que jamás existieron. Sin mencionar las suculentas recompensas para Weinberg. Otro juez, que revocó la condena a Richard Kelly, habló de "escandalosas tácticas" en la investigación.
Ya no habría casos así. Pero sí una película con los colores y climas de una época. Y llena de gente que trampea con otra gente.