Cuando se abren las puertas del ascensor en el tercer piso del Museo de la Imagen en Movimiento, ubicado en Astoria, un adorable barrio en Queens, lo primero que uno escucha son los gritos de un montón de niños.

Afortunadamente, el paseo de curso se disipa en un par de pasos y un primer texto pone al visitante inmediatamente a tono con la exhibición. Una cita de John Cheever, escritor estadounidense apodado "el Chekhov de los suburbios", habla sobre una Nueva York que ya no existe donde sonaba Benny Goodman en la librería de la esquina y donde casi todos usaban sombrero.

Comenzando por ahí, la fascinante muestra -curada por Barbara Miller- llamada Matthew Weiner's Mad Men  es un paseo que se adentra en el proceso del genio creativo detrás de la serie sobre publicistas de los años 60, cuyos últimos capítulos comenzarán a exhibirse en Chile, por HBO, el lunes 6 de abril. Weiner, nacido en Baltimore 45 años atrás, también es conocido por su trabajo como escritor y productor de la quinta y sexta temporada de Los Soprano.

Para la creación de Mad Men, Weiner realizó una exhaustiva investigación de la historia cultural de la época que retrató, del comportamiento humano y de sus propios intereses cinematográficos. Desde un comienzo, por ejemplo, buscaba crear historias emotivas y auténticas, y personajes que trascendieran cualquier escenario. La muestra lentamente devela cómo logro eso con la historia de Don Draper, un carismático publicista, su familia y colegas, y las crisis personales y profesionales que atraviesan entre los años 1960 y 1970, décadas de revolución y cambio en Estados Unidos.

En la primera parte de la exhibición hay clips de las películas que lo inspiraron (ver recuadro), algunos libros de su colección personal, páginas del guión de The Horseshoe -una obra de teatro que escribió previamente- y pedazos de su diario personal.

"Como todo va y viene, el otro día tuve una idea", parte diciendo una entrada del 18 de agosto de 1992 escrita a las 1 a.m. "Mi horóscopo decía que tendría una buena [idea] y, aunque había pensado pasajeramente en ella días atrás, repentinamente se hizo real".

El 25 de enero de 1993 Weiner apunta: "Voy en 50 páginas, mi personaje todavía tiene 12 años y no sé cómo va a terminar".

Escritura de excelencia

Durante el transcurso de Mad Men, Weiner dirigió a un grupo de seis a ocho escritores que trabajaron a tiempo completo en la serie. La muestra incluye la recreación exacta de la sala de conferencia en Los Ángeles donde se juntaban todos los días. Weiner les traía ideas, les contaba los arcos que tendrían los personajes principales y les decía cómo iba a terminar la temporada.

Un poco más allá, múltiples pantallas muestran momentos claves de la serie. "Lo único que quiero es mirar a Jon Hamm", dice un adolescente que pasa rápido entre un grupo de espectadores, en su mayoría adultos. Se refiere, claro, al actor de 41 años que ha interpretado a Don Draper desde el comienzo de la serie en 2007.

Al final del pasillo, una pequeña sala de proyección muestra extractos elegidos y presentados por Weiner: cuando Don escribió una plana completa en el New York Times contra las tabacaleras; cuando Peggy le dice a Don que se va a ir de SC&P y los dos están a punto de llorar; cuando Betty descubre el pasado de Don.

Poco a poco el espectador, fan o no, empieza a captar la grandeza de esta serie del canal AMC, ganador de un Emmy y un Globo de Oro. La intensidad, realismo y tridimensionalidad de los personajes es sobrecogedor. Pasan escenas y uno siente escalofríos y pueden aparecer lágrimas. Después de unos minutos, resulta difícil dejar la sala.

Obsesión por los detalles

La segunda mitad de la exhibición muestra el grado de obsesión con que Weiner quería evocar el momento histórico de Mad Men.

Weiner y su equipo investigaron minuciosamente la época y realizaron un gran trabajo de producción para lograr que los actores se sintieran realmente ahí. Hasta los cajones de los escritorios estaban llenos de objetos, a pesar de que nunca se mostraron en pantalla.

El vestuario es sin duda uno de los elementos fundamentales en Mad Men. La diseñadora Janie Bryant jugó un papel clave creando patrones estéticos para cada personaje a través de recortes de revistas antiguas y otros referentes. La muestra incluye 25 vestuarios icónicos y sus inspiraciones, y objetos utilizados por los personajes.

Otro elemento tremendamente importante en la serie es el diseño del set que estuvo a cargo de Dan Bishop. La muestra incluye el set de la cocina de la casa de Don y Betty en los suburbios de Nueva York y la oficina de Draper en Manhattan.

"Es como la cocina donde crecí", dice espontáneamente una señora de unos sesenta años al entrar a la cocina de los Draper. "Mi abuela tenía ese mismo libro", le responde una desconocida de unos cuarenta que estaba ahí. "Y esa radio", exclama la primera. "Y mire el cordón de lana de la tostadora", apunta la desconocida. El diálogo termina tan espontáneamente como comenzó con la sesentona diciendo "esas lavadoras de platos me gustaban: con dos botones". "On y Off", le responde la desconocida, que comprende la simplicidad vintage a la que apunta su contertulia.

Hacia el final de la muestra un muro recuerda las campañas publicitarias realizadas en la ficción, que según la curadora no eran reales, sino que fueron creadas por el equipo de Mad Men. Algunas de las más geniales son la imagen de una hamburguesa con la frase "¿Cómo se dice hamburguesa en japonés? Hilton" y la imagen de una mujer con un abrigo de piel con la frase "¿Para qué esperar a que un hombre te compre un abrigo? Heller's Luxury Furs."

Finalmente, está la sección de la música; otra obsesión de Weiner quien comenzó una lista tentativa en su iTunes cuatro años antes de que la serie naciera. La muestra incluye una estación donde uno puede elegir los temas que se usaron en la producción, con una breve explicación de por qué lo escogieron, sacada de la misma boca de Weiner.

Entre las canciones elegidas están Shahdaroba, de Roy Orbison o You only live twice, de Nancy Sinatra. El tema principal, A beautiful Mine de RJD2, que acompaña los créditos con la silueta de un hombre cayendo entre los rascacielos de Manhattan, lo escuchó una vez como transición en un programa de radio -Market Place de NPR- y le encantó por la sensación de caída que produce, por su toque europeo y por sonar como una banda sonora antigua con un beat moderno. A Bob Dylan, en cambio, lo puso en la primera temporada porque no sabía si la serie duraría más de un año y Matthew Weiner se dio un lujo: no quería quedarse sin incluir a uno de sus músicos favoritos.