Seis y media de la tarde en Montevideo y la calle General Urquiza luce absolutamente vacía. A su alrededor, 300 policías resguardan el perímetro del Estadio Gran Parque Central, para un partido que se jugará sin público. "Esto es una locura, parece Chernóbil", comenta Raquel Hernández. En el segundo piso de su departamento, Nelson Risolini, de 79 años, se encarama al balcón para colgar una bandera de Nacional de Uruguay. Es una cábala que lleva 19 años dando resultados. No tendría por qué fallar ahora, piensan. Pero falló.

A las diez y treinta, una vez finalizado el compromiso y sólo a pasos de su hogar, el rojo, verde y blanco se imponían. "¡Gaza resiste, Palestina existe!", cantaba la comitiva que acompañó al plantel en el acceso principal al estadio, acallando los petardos y fuegos de artificio que tiempo antes resonaban en la cuadra. Palestino había resistido el embate en suelo charrúa.

De vuelta en el avión, los gritos corrieron por parte de los jugadores. "¡Esto es Palestino, esto es Palestino!", gritaba Leonardo Valencia apenas pasado el puesto de embarque. En la cabeza de todos ya rondaba la idea de tener que verse las caras contra Boca Junios, pero ahora era momento de celebrar.

No hubo música ni nada de bailes. En la parte trasera del avión, los más jóvenes se adueñaron de las provisiones y se encargaron de que nadie tuviera las manos vacías. Valencia pasó a ser un aeromozo más, y puesto por puesto pasaba preguntando qué quería servirse cada uno. La comparsa se iniciaba al ritmo de la melodía "es un carnaval, es un carnaval, Palestino es inmortal".

De golpe aparecieron las bebidas, los jugos, los snacks y, para los acompañantes que así lo quisieran, una que otra cerveza. Por esa noche, el cielo era tricolor, y Palestino su único dueño.

Se lo habían ganado en cancha. "Palestino no existe. Que la chupen y la sigan chupando", vociferaban los futbolistas uruguayos al momento de verse las caras en el túnel. Una vez en el campo, Esteban Carvajal se encaraba duramente con uno de sus rivales, pese a ser ampliamente sobrepasado en altura. "Es choro el chico", se comentaba a bordo.

El camello

Riquelme, Contreras, Valencia, Silva, y el propio Carvajal, comandaron los cánticos. "¡Oh, súbete al camello, Palestino, yo te quiero!", retumbaba entre las paredes del pasillo, con un acento chileno-argentino que emulaba a las barras bravas del país trasandino.

Adelante, sin percatarse, los 70 acompañantes del histórico plantel se reponían de una celebración que, horas antes, se había llevado a cabo en el hotel. Los jugadores no participaron de aquella reunión, tanto por el cansancio como por opción propia. Había que dejar energía para festejar a más de cinco mil pies de altura. Pero convidaron a la directiva a unírseles. "Baila, baila, baila presi baila", pedían. Aunque a esa altura, Aguad ya dormía.

Antes de embarcar, parte del plantel de Palestino revivió lo que fue su logro en tierras charrúas. En uno de los locales del aeropuerto, a metros del avión que los traería de vuelta a Chile, pudieron ver parte de la repetición del partido. Al minuto 37, nuevamente, hubo gritos y aplausos para Ramos, quien miraba la pantalla en primera fila.

Pero el Tiburón se ausentó de la improvisada fiesta aérea. Sentado en la parte delantera de la aeronave, se perdió los cánticos y las bromas que la patrulla juvenil montaba en la parte trasera. ¿La especialidad de la casa? Los cachamales del capitán Valencia, quien apenas veía a uno de sus compañeros con el cuello gacho, les dejaba caer la palma de su mano abierta. El seco sonido sacaba carcajadas varias filas alrededor.

"¡Qué pesada tenés la mano, bobo!", se quejaba Riquelme, instantes después de recibir el amistoso golpe del delantero. Cualquiera que osara revisar su celular podía convertirse en víctima. Quedaba prohibido bajar la cabeza, para no exponerse.

Un reducido grupo de acompañantes, que a duras penas seguía despiertos, intentaba anticipar los duelos venideros en el plano internacional. "Hay que ganar los tres en casa y rescatar puntos en Uruguay o Bolivia", discutían.

"Este Palestino no tiene techo", se dejaba oír desde adelante, al tiempo que los jugadores volvían a entonar canciones con ritmo de cumbia. "Vení, vení, canta conmigo, que un amigo vas a encontrar. Y de la mano de Pablo Guede, todos la vuelta vamos a dar", gritaban acompañados de palmas y golpes al portaequipajes. Minutos después, Palestino aterrizó en Santiago, trayendo, como reza el himno, la luz desde Oriente.