Pocos días antes de la elección presidencial en Francia, un periodista de la televisión entrevistó a Marine Le Pen sobre diversos asuntos; en todas sus respuesta ella señalaba que sus propuestas encarnaban la voluntad del pueblo contra las elites, las oligarquías, Europa, los bancos, los migrantes, el laxismo ante el terrorismo, las transnacionales, la señora Merkel y muchos otros demonios que estaban destruyendo Francia.
Llegado a un punto de "eterno retorno", el periodista le pregunto: ¿Cree usted que el pueblo tiene siempre razón? Marine Le Pen no dudó un solo instante y contestó: "Por supuesto". ¿Diga lo que diga, haga lo que haga, quiera lo que quiera? Insistió el periodista. "Por supuesto, "respondió ella sin pestañear.
Seguramente, Marine Le Pen imaginaba que al hacerlo confirmaba ante los franceses sus convicciones democráticas, sin darse cuenta de que lo que afirmaba con tamaña estulticia era la esencia de la razón populista o más aún antidemocrática.
El pueblo italiano se equivocó al elegir a Mussolini; el alemán, a Hitler, y el venezolano, a Maduro. Los pueblos, en ocasiones sin haberlas elegido, han apoyado dictaduras atroces, atropellos indignos contra las minorías y opositores. Lloraron a Trujillo en República Dominicana y muchos murieron atropellados por el dolor masivo a la muerte de Stalin.
El pueblo no siempre tiene la razón. Por ello, más allá de sus defectos e imperfecciones, la democracia es el mejor sistema político, pues posee reglas y procedimientos que dicen relación no solo con el origen soberano del poder, sino también con su funcionamiento.
Es el único sistema que evita el ejercicio de la tiranía en nombre de una clase social, de una ideología, de una fe religiosa, de una raza o de la nación y que permite el cambio de quienes nos dirigen sin el peligro de un baño de sangre de por medio.
Posteriormente, en el debate presidencial su oponente tuvo que alzar la voz para exponer con dificultad sus ideas. A ella las ideas no le interesaban, se instaló de lleno en el posverdad, en la intoxicación a través de la invención de hechos falsos. No manejaba ningún tema, pero sí muchos eslóganes odiosos, patrioteros, mezquinos. El esbozo del relato era una Francia asediada que debía recuperar su grandeza, protegiéndose de casi todo; Putin era la excepción y con Trump su corazón estaba partido entre la admiración al hombre y su sentimiento" antiimperialista".
Su rudeza, sus gestos exasperados, su lenguaje coloquial hasta la vulgaridad eran temibles en su amenaza, sus injurias y su lógica binaria: pueblo y antipueblo, amigo y enemigo, francés y extranjero, buenos y malos. Todas las respuestas tenían esa lógica simplificadora y sus propuestas mostraban el desprecio total por la complejidad democrática.
Macron hizo lo que pudo por imponer algo de racionalidad, por explicar que no se puede prescindir del mundo, que todo cambio, toda solución, toda reforma es compleja, que incluso frente al terrorismo es necesario inteligencia, además de músculos.
El problema no es, sin embargo, el carácter primario de la candidata de la extrema derecha, la confusión de sus ideas, la mezcla de extremismo de derecha con términos y eslóganes de la extrema izquierda. El problema es que pese a la amplia victoria de Macron, 11 millones de franceses votaron por Marina Le Pen, apoyaron las peores pulsiones, pusieron en vilo el futuro de Europa.
El actual alivio no debe dejar de lado la reflexión del peligro antidemocrático que ella encarna.
Francia, pese a su lento crecimiento, no es un país que se esté cayendo a pedazos, es una de las grandes economías mundiales, es uno de los países que mejor han resistido el avance de la desigualdad, es un país con el cual sueñan millones de seres humanos.
Sin embargo, más de algo se viene haciendo mal desde hace años. Hay reformas indispensables pendientes que permitan renovar el estado de bienestar, romper los bloqueos corporativos que impiden los cambios necesarios para ser más competitiva y al mismo tiempo proteger y reorientar los logros sociales evitando abusos y privilegios.
Cambiar las percepciones abultadas de una Francia invadida por la migración y producir cambios en las formas de integración y pertenencia.
El republicanismo abstracto ya no es de este tiempo, se requieren políticas más diversificadas y eficaces.
Al dejar sin solución una y otra vez esos problemas, con negligencia tanto la derecha republicana como los socialistas han dejado marchitarse el sistema político, produciendo un inmovilismo culpable.
Ello abrió un amplio cambio al populismo de derecha que encarna Marine Le Pen y al populismo de izquierda que encarna Jean-Luc Mélenchon, con más credenciales democráticas, pero con pésimas frecuentaciones.
Afortunadamente surgió el fenómeno Macron, personaje extremadamente inteligente, audaz y ambicioso, quien frente a esta debacle se construyó en muy poco tiempo en un candidato progresista abierto a la modernidad, dispuesto a desbloquear el sistema haciendo un discurso directo, republicano y democrático, entendiendo el fortalecimiento de Francia como factor del fortalecimiento europeo, con claridad y sin ambigüedades.
De origen socialista, pese a su juventud tiene una experiencia pública y privada importante.
Aspira a construir su propio espacio político, que él define "ni de izquierda ni de derecha", pero que parecería tender a un progresismo moderno o algo como una social- democracia de futuro que nunca ha existido verdaderamente en Francia. Sus referentes son, entre otros, Paul Ricœur, su mentor; Albert Camus, De Gaulle, Méndez-France, Mitterrand, nada de lo cual avergonzarse para un demócrata.
Pero las interrogantes son muchas, el voto que lo llevó a la Presidencia es amplio, pero a la vez muy compuesto, está ahí la derecha republicana que votó contra la ultraderecha, la izquierda que lo hizo a disgusto contra el mal peor, una izquierda moderada y un centro que si tiene esperanzas en él y una gran cantidad de demócratas jóvenes e instruidos que podrían ser la base de su partido-movimiento "En Marche!".
Quién sabe qué pasará en las elecciones legislativas que tendrán lugar en el próximo mes de junio. ¿Lograrán recuperarse parcialmente al menos los partidos tradicionales o se despeñarán definitivamente? ¿Mélenchon logrará estructurar un neopopulismo de izquierda fuerte? ¿El Frente Nacional logrará superar su desilusión? ¿Tendrá Macron su propio espacio parlamentario o deberá tejer un apoyo demasiado frágil?
Son cuestiones muy abiertas. Es verdad que existe una gran oportunidad, pero también muchas interrogantes.
Creo que nunca en la Francia de posguerra ha habido tanto en juego dependiendo de un hombre que debe crear un entorno muy novedoso para asegurar un camino progresista y democrático para su país.
Su éxito o su fracaso tendrá una significación para Europa y para el mundo.
Salvando las distancias, sería interesante reflexionar sobre lo sucedido en Francia pensando en nuestro país, no pocas cosas de las mencionadas algo tienen que ver con el Chile de hoy. "Nostra res agitur" (en algo nos atañe), pienso yo.