A mucha gente le resultaba francamente inexplicable que hasta hoy no se hubiesen publicado en castellano las cuatro novelas que componen El final del desfile, obra maestra del escritor inglés Ford Madox Ford. Pero la verdad es que, lamentos aparte, a los lectores actuales sólo nos cabe regocijarnos con el descuido o la omisión de los editores de antaño, pues es a nosotros y sólo a nosotros, a quienes viene dedicado este regalo monumental: El final del desfile es una de las joyas más perfectas de la literatura del siglo XX, razón de sobra para no dejar pasar la tristemente célebre tropelía que, en su momento, cometió Graham Greene en contra del libro de Ford Madox Ford: contratado para editar algunas obras de Ford, Greene decidió prescindir de la cuarta novela de la tetralogía. Y hay quienes hasta el día de hoy no le perdonan tamaña falta de criterio.

Bastante se ha especulado acerca de las intenciones de Ford en relación con El final del desfile, conjunto de novelas ambientado entre los vericuetos del poder de Londres, la campiña aristocrática inglesa y los devastados campos de batalla franceses durante la I Guerra Mundial (Ford peleó en el conflicto y escribió otra novela relacionada con el tema, El buen soldado).

En un principio, el autor publicó una trilogía a razón de una novela por año, entre 1924 y 1926. Y después de muchas vacilaciones entregó la cuarta parte, en 1928. Aun así, la arbitrariedad de Greene fue desmedida: la novela que cierra el volumen es imprescindible para el buen desarrollo de la historia, pues otorga una valiosa perspectiva temporal sobre los personajes principales, perspectiva que el armisticio de 1918, fecha en que concluye la llamada trilogía, no permite suponer ni mucho menos imaginar.

Christopher Tietjens, el protagonista de El final del desfile, puede contarse entre los tipos más correctos, sobrios e inteligentes que ha producido no tan sólo la literatura universal, sino también la clase alta inglesa.
De ello, sólo basta un ejemplo: es tal la corrección y la paciencia que el buen hombre demuestra hacia la pécora de Sylvia, su esposa católica, que el lector puede fácilmente llegar a la exasperación por culpa del exceso de bondad inextinguible que fluye de él. Infiel y vengativa, Sylvia es, a la vez, una aristócrata sumamente hermosa y capaz. 

Pero lo que toca con su encanto queda casi instantáneamente mancillado con su perfidia: las innumerables desgracias que le sucederán a Christopher se explican, de una u otra manera, en la cercanía que mantiene con Sylvia.

La guerra ha destruido un orden antiguo, lo que lleva al protagonista a pensar que su situación personal, comparada con el estado general de las cosas, es algo así "como una leve impertinencia en un mundo que se va a pique".

Tietjens proviene de una familia de terratenientes de Yorkshire muy consciente de su trascendencia histórica y social; así lo deja entrever él mismo en más de una ocasión: "Soy un tory de una clase que se extinguió hace tanto tiempo, que podría haberme tomado por cualquier cosa. El último megaterio". "En realidad, señor, no soy más que un colegial inglés. Un producto del siglo XVIII. Lo que con el amor a la verdad que, ¡Dios me ayude!, me metieron en la cabeza en Clifton y las creencias que Arnold impuso en Rugby de que el peor de los pecados, el peor de todos, es delatar a alguien al director. Ese soy yo, señor". "Los caballeros no ganan dinero. Los caballeros, de hecho, no hacen nada. Se limitan a existir. Perfuman el aire como lirios virginales. El dinero les llega como el aire a través de los pétalos y las hojas. Así el mundo es mejor y más colorido. ¡Y, por supuesto, de ese modo la vida política puede seguir siendo limpia! No se puede ganar dinero".

Por sobre el hecho de haber mantenido una amistad literaria con Joseph Conrad que lo llevó a escribir tres novelas en conjunto y a desarrollar una teoría sólida y modernista acerca de la novela en sí, por sobre el genio y el tesón que demostró al fundar y dirigir algunas de las mejores revistas literarias del siglo XX, entre las que están The English Review y The Transatlantic Review, Ford Madox Ford será recordado, gracias a El final del desfile, como aquel que perfeccionó y llevó a su máxima expresión una forma de escribir muy notable: además de exponer un completísimo panorama de la sociedad inglesa de principios del siglo XX, Ford demostró que dirigirse a un lector medianamente sagaz no tan sólo no era arriesgado, sino que era algo absolutamente necesario. Los saltos en el tiempo, las cavilaciones interiores de los personajes, la forma en que se desgranan los diálogos apuntan a ello.

En opinión de Ezra Pound, Ford fue el estilista en prosa más dotado de su época.

Algo similar sostiene J.M. Coetzee, el escritor más inteligente de la actualidad: "La clase de estética que Ford propuso tocó una cuerda en mí: escribir novelas era un artesanado a la vez que una vocación. Pero ahora pienso que había algo más en aquella atracción que sentí en un principio. Ford da la impresión de escribir desde adentro de la clase alta inglesa, pero, en realidad, lo hace desde fuera. Su padre fue un alemán inglesado y su madre nació en el círculo de los prerrafaelitas, un grupo de bohemios. Las aspiraciones sociales de Ford lo llevaron a ser más inglés que los ingleses. El cultivó una especie de estoicismo brusco que le parecía propio de un tory (un tory de la vieja escuela, por supuesto) y lo encarnó en su héroe Christopher Tietjens. Ahora sospecho que lo que de verdad me atrajo hacia Ford fue tanto la ética de Tietjens como la estética de la palabra justa".

Ford Madox Ford será recordado como aquel que perfeccionó una forma de escribir notable, con saltos en el tiempo y cavilaciones interiores por parte de los personajes. En su época, estos aspectos no tenían nada de arriesgado para el lector medianamente sagaz.