Desde hace 22 años, María Gatica (55) se levanta a las 6.00 de la mañana. Su invariable rutina consiste en despertar a los niños y enviarlos al colegio: los baña, los viste, les da desayuno, prepara colaciones. También vigila que hagan sus tareas y respeten sus jornadas de estudio. Hay días en que asiste a las reuniones de apoderados y participa de los actos escolares de cada uno de ellos. En otras jornadas los lleva al médico o a las sesiones de psicólogos.
Varios de ellos le dicen "mamá", y ella los trata a todos como si fueran sus hijos. Pero ella nunca se casó ni concibió a ninguno.
El rol de Gatica llevó su vocación más allá de sus estudios, técnica en párvulos, y se transformó en una de las más antiguas cuidadoras 24/7 de Aldeas Infantiles SOS, en el centro de Madreselvas.
Esta es una ONG internacional que, bajo la supervisión del Sename, alberga a más de 900 niños en condiciones de riesgo social o que han sufrido abusos en sus familias, en diversos centros del país.
"Muchos de los niños vienen con maltratos graves, así que nuestra misión es ser comprensivas, tener paciencia, pero, por sobre todo, entregarles un espacio de contención, seguridad y de mucho cariño, para que los niños restablezcan la confianza", cuenta Gatica.
En el centro hay 57 niños, divididos en 10 residencias con su respectiva cuidadora. Gatica es la dueña de una de esas casas. Maneja un presupuesto que hace "estirar lo más posible" para comprar alimentación, vestuario, útiles e, incluso, los artículos de cumpleaños cuando celebra a alguno de sus niños. Cuenta con un día libre a la semana y en las vacaciones viaja a su Chillán natal a ver a su familia.
Si bien su rol como cuidadora en la formalidad es considerado como un trabajo, y recibe un sueldo superior a los $ 400.000, para ella es la realización de su labor de madre. "Uno no puede evitar encariñarse con los niños. Y cuando se van, uno sabe que es porque fueron adoptados, o los problemas de sus familias se han solucionado para recibirlos de vuelta. De todas formas, a uno le da algo en el corazón", confiesa.
Abuela
Bajo sus cuidados han crecido más de 30 niños, entre ellos, un pequeño familiar del adolescente conocido como "Cisarro", cuya madre estaba en prisión. Inicialmente, su comportamiento era rebelde y de indiferencia, pero terminó siendo una de las situaciones más gratificantes que María ha vivido en el centro. "Sabía que era un caso difícil porque conocía la historia de su familiar. El niño sólo decía que quería volver con su mamá. Entonces, yo le dije que qué le parecía si yo lo cuidaba mientras su madre recuperaba la libertad y, cuando saliera, él podía volver con ella. Entonces cambió su actitud y nos tomamos mucho cariño", cuenta.
Luego de estas dos décadas, no es raro que ella reciba constantes visitas de sus "hijos" más antiguos, que la consideran casi como su madre. "Muchos de ellos ya tienen hijos y yo los veo casi como si fueran mis nietos", dice.
Sin embargo, hoy la estadía de los menores es más breve. Un mejor trabajo en el proceso de revinculación con sus padres -que en muchos casos cometieron maltratos a los menores- ha permitido que muchos regresen tempranamente con sus familias. Si en 2009 ese proceso tomaba seis años, hoy ese tiempo es menos de cuatro.
En este proceso, la relación con las cuidadoras como María es fundamental. Como explica el director nacional de Aldeas Infantiles SOS, Andrés Beroggi, "junto con las duplas psicosociales (compuestas por un psicólogo y trabajador social), les entregan una educación y cuidado de calidad", asegura.
Y agrega que "ellas se encargan de cultivar la esencia de la organización, promoviendo un ambiente familiar y de comunidad".
Si bien sabe que su labor, que hoy comparte con su hermana Teresa en otra casa de Madreselvas, es esencial, tiene claro que ésta tiene fecha de término. "Creo que uno cumple un ciclo, porque es una tarea muy difícil. Las capacidades van disminuyendo a medida que uno va envejeciendo", explica.