Deporte y política es una mezcla que ha tenido infinidad de versiones y situaciones. Sobran ejemplos de dictadores que han intervenido en los clubes más populares de cada país o se han metido las manos en las selecciones nacionales. No importa la disciplina, pero siempre al intención era demostrar la supremacía de determinada perspectiva ideológica. Si era un bate de béisbol, un aro de básquetbol, un trampolín gimnástico o un balón de fútbol. Todo sirve.

En un plano similar, la brutal pelea del miércoles pasado en Belgrado, entre los equipos de Serbia y Albania por un drone y una bandera (que implicó la suspensión del partido eliminatorio por la Eurocopa de fútbol), fue una de las muestras más recientes de estos vínculos.

Aquel enfrentamiento, que implicó golpes entre los jugadores de ambos bandos y el ingreso de hinchas a la cancha, se produjo por los eternos conflictos que se han producido en los Balcanes entre sus nacionalidades, separadas por motivos históricos, religiosos, políticos y económicos.

Otro ejemplo de lo anterior fue el choque en el estadio Maksimir, de Zagreb, entre el local Dínamo con el Estrella Roja de Belgrado, un año antes del inicio de la guerra de secesión de Yugoslavia (1991), donde hubo golpes de todo tipo entre hinchas, jugadores y policías, con el volante Zvonimir Boban como uno de los protagonistas centrales.

Ese ambiente también se trasladó al básquetbol, cuando antes de la división formal del país, el serbio Vlade Divac le arrancó de las manos una bandera de Croacia a un hincha en la celebración de una victoria de la selección yugoslava. La actitud molestó al croata  Drazen Petrovic, situación que rompería para siempre la amistad entre ambos.

La guerra del fútbol

Un ejemplo forzado, de cualquier modo, es el que ofrecen El Salvador y Honduras, en que en 1969 se enfrentaron en la llamada Guerra del Fútbol. Ambas se enfrentaban por un cupo en el Mundial México 70, el que al final fue ganado por los salvadoreños, quienes por primera vez clasificaron a la fase final de esa competición.

Lo cierto es que hubo tres partidos (el tercero en Ciudad de México), pero todos se disputaron antes del conflicto bélico que enfrentaría a los países por razones económicas, territoriales y demográficas. De cualquier modo, hubo tensión entre ambas hinchadas, considerando que en Honduras vivían cerca de 300 mil salvadoreños, la mayoría de ellos mano de obra no calificada. En rigor, el enfrentamiento militar se produjo 17 días después del último duelo y se prolongó apenas por 100 horas, aunque con un alto grado de violencia. El asunto terminaría con la mediación de la OEA y un tratado de paz que se firmaría 11 años después, en Lima. Con el tiempo, sin embargo, las heridas sanarían y tantos equipos como selecciones de ambos países de medirían en las competiciones de la Concacaf.

Diferente, sin embargo, son las situaciones que se producen en Europa, donde la UEFA tiene en cuenta en sus sorteos que nunca se crucen en fase clasificatoria ni Armenia con Azerbayán ni España con Gibraltar. Y lo mismo sucedió con Georgia y Rusia, durante los años posteriores a la Guerra de Osetia (2008).

El caso más paradigmático, sin embargo, es el de Israel, que en 1974 abandonó la confederación asiática para evitar los partidos con sus vecinos árabes. Desde entonces es parte de la UEFA, donde ha enfrentado más de una amenaza de expulsión debido a sus agresiones a los palestinos.

En un caso muy cercano, Argentina tomó la victoria sobre Inglaterra en el Mundial de México 86, por cuartos de final, casi como una reivindicación de la derrota sufrida cuatro años antes en las Islas Malvinas.

"Era como ganarle más que nada a un país, no a un equipo de fútbol (…) Sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos… Y esto era una revancha, era… recuperar algo de las Malvinas (…) ¡Un carajo que iba a ser un partido más!", sostiene Maradona en su biografía. El volante fue el artífice de aquel triunfo, con la Mano de Dios y aquel eslalom ante las marcas inglesas, y la definición frente al achique de Peter Shilton, ungido por la FIFA como el Mejor Gol en la historia de la Copa del Mundo.

En términos más globales y con un impacto universal se encuentran los Juegos Olímpicos de 1934, en Berlín, que fueron escogidos como herramienta de propaganda por el régimen nazi, y los de Moscú 1980, cuando Estados Unidos logró que 50 países boicotearan esa cita por la invasión soviética a Afganistán. Quince más tampoco asistieron, pero por cuentas bilaterales con la URSS, encabezada en ese momento por Leonid Brezhnev.