"Cuando los milicianos de Boko Haram me encontraron, me dijeron: si hubiéramos matado a tu marido habríamos recibido la recompensa de Alá, pero como Alá no lo ha permitido, tú y tus hijos van a trabajar para Alá. Y después me golpearon con un arma pesada y me sacaron de cuajo varios dientes". Así recuerda Rebeca Zachariah cuando fue secuestrada por el grupo terrorista en el norte de Nigeria, en un diálogo con el sacerdote Gideon Obasogie, director de comunicaciones de la diócesis de Maidiguri en ese país y facilitada a La Tercera por la fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre.

Cuando Boko Haram -que alcanzó notoriedad al secuestrar a 276 escolares en 2014- asaltó la ciudad de Baga en agosto de ese año, Rebeca vivía con su esposo, Bitrus Zachariah, y sus hijos Zachariah de tres años y Jonathan, de dos. En medio de la confusión durante el asedio, la familia decidió huir. Sin embargo, Bitrus no podía correr porque llevaba a uno de los menores en brazos. Como su captura era uno de los objetivos del grupo, la mujer le pidió que los dejara atrás y que escapara. Fue así como logró sortear los disparos de los combatientes y consiguió llegar a Mongonou, esperando volver a ver a su familia.

Pero Rebeca y sus dos hijos ya habían sido secuestrados y durante seis días los hicieron cruzar el Lago Chad. Luego de poco más de cuatro meses, en los que tuvo que limpiar caminos, cocinar para los milicianos y lavar a sus esposas, fue llevada hasta Tilma. "Allí me marcaron en la espalda con el número 69. No sé qué significa y nunca pregunté. Me vendieron a un hombre llamado Bage Guduma. Con él permanecí 55 días. Me daban frutos de palmera, pero, gracias a Dios, no comí nada, porque podría tratarse de un hechizo que me dejara hipnotizada y me hiciera perder el sentido. En la mayoría de las noches en las que quería tocarme yo frotaba los excrementos de mis hijos en mi cuerpo y eso lo mantuvo siempre alejado de mí, aunque sus hijos me pegaban sin piedad. Me hicieron cavar un agujero durante tres semanas hasta que encontré agua. Cada día me daban 98 golpes. Estuve enferma durante dos semanas. Me quitaron a Jonathan, mi segundo hijo, y lo lanzaron al Lago Chad, donde murió ahogado", dice llorando.

Después fue vendida a Malla, un miliciano de Boko Haram , quien la violó de manera reiterada y la dejó embarazada. En su desesperación, Rebeca intentó hacerse un aborto tomando paracetamol, pero no tuvo resultados. "Di a luz en casa, sin nadie que me ayudara. Yo misma corté la placenta, sufriendo un gran dolor. Llamaron a mi hijo Ibrahim y lo aceptaron de buena gana por ser hombre", explica.

En un día en el que la mayoría de los milicianos estaban fuera, una mujer de Boko Haram le permitió a Rebeca visitar a una amiga en otra zona bajo control del grupo terrorista. Entonces se trasladó a Maitele, una pequeña comunidad situada en torno a Chad. Caminaron durante seis días hacia la frontera nigeriana y ahí se encontraron con soldados estadounidenses y de Níger. "Los soldados fueron maravillosos: me llevaron directamente a Maiduguri, junto a mi marido", recuerda. Para Bitrus ha sido muy difícil aceptar al hijo del miliciano. "Me alegré mucho de ver a mi mujer, pero el hijo me rompe el corazón. Ruego a Dios que me haga amarlo", dice.