Esta noche Chile se juega mucho. Demasiado. En la cancha, pero también en la tribuna. Los últimos resultados eran malos, pero el informe elaborado por la FIFA, relativo a los cánticos y manifestaciones de carácter discriminatorio registrados en los estadios de fútbol, fue todavía peor. Lapidario. Intolerable. Vergonzoso. Vio la luz el pasado 4 de octubre y arrojó un dato escalofriante. Con castigos, advertencias y sanciones en siete de sus nueve partidos válidos por las Eliminatorias para Rusia 2018 disputados hasta ese momento, la hinchada chilena asomaba como la peor del planeta. La más racista. La más homófoba de todas. La única, por otra parte, con un estadio clausurado por dos fechas, el Estadio Nacional, éste al que, una vez cumplido el primer encuentro de sanción -ante Bolivia-, comienzan a llegar ahora hinchas peruanos y chilenos.

Cuando faltan diez minutos para el arranque del partido en Ñuñoa, entran en escena los primeros protagonistas. Una veintena de niños, dispuestos a lo largo de todo el perímetro de la cancha, alzando al cielo de Santiago las famosas tarjetas verdes, ésas que demandan respeto por los himnos. Implementadas por primera vez en la Copa América 2015, celebrada precisamente en Chile, representan la primera prueba de fuego para la cuestionada hinchada de la Roja.

El himno peruano empieza a sonar por los altoparlantes, y aunque en un primer momento es respetado de manera cabal, su presunta larga duración desata las primeras pifias. Otra tarjeta amarilla para el respetable chileno podría resultar fatal. "Se lograron avances con la tarjeta verde, pero los himnos o los minutos de silencio duran ya incluso menos de un minuto, así que cuesta esfuerzo creer que se puedan conseguir 90 minutos de respeto en un partido", reflexiona al respecto el sociólogo deportivo Andrés Parra, para quien los cánticos discriminatorios proferidos por la barra chilena tienen su origen "en un racismo arraigado, un sentido del humor mal flexibilizado" y en la incapacidad de la sociedad de "asumir su rol de país multicultural".

Durante el primer tiempo, el comportamiento de la hinchada (30.697 espectadores en total, la peor entrada desde las Eliminatorias para el Mundial de Corea-Japón) roza, sin embargo, la ejemplaridad. Débiles gritos de "puto", dirigidos hacia el arquero Gallese cada vez que se dispone a sacar de portería, son los únicos cánticos susceptibles de ser tildados como discriminatorios. Y de ser reportados por él, Leandro Crespi, el veedor argentino que esta noche, desde algún rincón mal iluminado de la tribuna, o tal vez agazapado entre las masas, es el encargado de evaluar el comportamiento del público chileno.

Pero no siempre fue así. Hasta hace poco, lo esfuerzos realizados por la FIFA para combatir la discriminación en el fútbol, estaban supeditados al estallido de un escándalo mediático. Hizo falta que el ghanés Kevin Prince Boateng, entonces jugador del Milan, cansado de tanta burla racista, abandonase el terreno de juego en enero de 2013 (secundado por todo su equipo) en el transcurso de un duelo ante el Pro Patria para que dos meses más tarde echase a andar la Task Force, la unidad especial anti-discriminación de la FIFA, disuelta, por cierto, en septiembre de este mismo año. Desde entonces, un sistema de monitoreo implementado por la FARE (Fútbol contra el Racismo), es el encargado de asesorar a la FIFA y de reportar (videos en mano) todos los acontecimientos de corte segregacionista vividos en un estadio.

La guerra en la tribuna del Nacional la inicia esta vez, paradójicamente, la barra incaica, ubicada en una esquina de la galería norte. "Poronponpón, poronponpón, el que no salta es un chileno maricón", cantan, al unísono, los centenares de fanáticos peruanos concentrados en ese sector. Una consigna de marcado carácter xenófobo y homofóbico, la más recurrente y repetida en los informes que motivaron la sanción de Chile.  "No me sorprende porque en la cultura chilena y latinoamericana, la diversidad sexual sigue siendo una cuestión oscura, anti-natura, una patología o una enfermedad para muchos, y con esa concepción peyorativa se trata de atacar a los contrarios", manifiesta Rolando Jiménez, vocero del Movilh, el movimiento de integración y liberación homosexual que desde enero de este año trabaja conjuntamente con la ANFP  para promover "un cambio cultural" en el fútbol, un medio, "más homofóbico incluso que las fuerzas armadas chilenas".

Con la llegada del segundo tiempo y la mínima ventaja local, la tensión se multiplica. Y los fastidiosos cánticos discriminatorios reaparecen. El Clásico del Pacífico amenaza ahora con dejar de serlo.  Al provocador "Chi, chi, chi, le, le, le, en el mapa ni se ven" de los peruanos, la hinchada chilena responde con más: "Poronponpón, poronponpón, el que no salta es peruano maricón".

"Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro", reza el simbólico e inmortal memorial situado tras el arco norte del recinto. Y la hinchada chilena, sancionada, apercibida y señalada parece haber perdido la memoria. U olvidado, al menos, que su localía sigue en riesgo.

Con el empate peruano, la batalla se recrudece. El contagio hace su efecto y llega incluso hasta la tribuna de prensa, donde dos periodistas peruanos son expulsados de sus asientos por ser incapaces de comportarse, de contenerse. "Es todo un poco primitivo", reconoce uno de ellos.

Primitivo y extensible a casi cualquier estadio del mundo, a casi cualquier lugar del planeta. "Después del partido en Santiago, Cuadrado se quejó de que había recibido insultos racistas. En Colombia hay desde el típico hijoputa hasta los que se dan en todos lados, con mucha influencia de la barra argentina", explica Juan David Arcos, periodista colombiano de El Corrillo de Mao. "En Ecuador no hay cánticos organizados de ese tipo, pero la de Chile sí que es vista como una barra agresiva, de las más bravas del continente", sostiene la ecuatoriana Mayra Bayas, de Ecuavisa. "Nunca he percibido comportamientos xenófobos de los hinchas chilenos", asegura, por su parte, el argentino Daniel Avellaneda, del diario Clarín, reforzando, tal vez, la manida tesis de la existencia de una persecución contra Chile, que el Movilh se encarga de desmontar. "Esa teoría facilista no soluciona las cosas. Las sanciones son muy razonables y valiosas para combatir la violencia", subraya Jiménez.

Con 2-1 en el marcador, el postrero: "no van a ir nunca al Mundial, esclavos culiaos" con el que un mal llamado hincha trata de intimidar a la barra del Rímac, no es secundado ni obtiene réplica, pero la imagen captada de un conocido fanático chileno, conocido como el Chupalla, quemando una camiseta de Perú durante el partido, sí que podría traer consecuencias por su incitación a la violencia.

Con el pitazo final, Chile respira. Y en la ANFP también lo hacen.  "La evaluación es correcta, pero el trabajo sigue siendo permanente", sostiene Jorge Nazar, gerente de comunicaciones del organismo, confiando en que el informe del veedor Leandro Crespi sea favorable. Una evaluación que, sin embargo,  no llegarán conocer las federaciones, al tratarse de un documento privado que es enviado directamente a manos de la FIFA.