Cincuenta y dos años con la cámara en mano; enfocando, disparando y revelando manualmente en laboratorio. La trayectoria de Luis Poirot (Santiago, 1940) no tiene igual: ante su lente han comparecido grandes figuras de la cultura chilena como Pablo Neruda, Nemesio Antúnez y José Donoso, entre muchos otros. A través del tiempo ha guardado registro, en blanco y negro, de algunos de los momentos clave de la historia del país en las últimas décadas: la visita de Fidel Castro en 1971, cuando gobernaba Salvador Allende; el bombardeo a La Moneda en septiembre de 1973; un retrato del propio Augusto Pinochet durante la dictadura, y el terremoto de 1985, por nombrar algunos. "Siento una necesidad vital de hacer fotografía, nunca podré dejar de hacerlo. Mis grandes emociones, dolores y alegrías, aparecen en alguna de mis series fotográficas", dice Poirot.
Estudió Teatro en la Universidad de Chile y después Cine en Francia, pero en ninguna de estas disciplinas se sintió tan completo como en el oficio de fotógrafo. Como reconocimiento por su contribución a la disciplina, será distinguido con el Premio a la Trayectoria en Fotografía Antonio Quintana 2016. Es la primera vez que el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) entrega este reconocimiento, que está dotado de $6.000.000. Si bien ya contaban con el Premio Rodrigo Rojas de Negri para fotógrafos jóvenes, "se hacía necesario poner en valor el trabajo de fotógrafos consagrados, con más años de experiencia y oficio", explica el Ministro de Cultura Ernesto Ottone. El próximo martes Poirot cumplirá 76: es un año completo más que ha quedado registrado entre sus negativos, y esta vez tendrá doble razón para celebrar.
¿Cómo recibe la noticia del premio?
Que por primera vez se premie en Chile la trayectoria de un fotógrafo y que hayan pensado en mí es muy emocionante. Estoy agradecido y espero que esto llame la atención hacia la fotografía como un lenguaje autónomo y no como el hermano pobre de las artes plásticas. Si bien yo no fui alumno de don Antonio Quintana (destacado e histórico fotógrafo chileno que da nombre al galardón), si lo conocí y sé la labor que hizo, las vías que abrió para esta disciplina en Chile. Fue el primero que salió a la calle a fotografiar al ser anónimo. Yo me siento continuador de su trabajo en cuanto a su manera de entender la fotografía.
¿Podría narrar en sus propias palabras cuál es su relación con la fotografía?
El recuerdo más antiguo que tengo de la fotografía es como el de todos: las fotos familiares. Cuando era muy pequeño mi padre estaba en la Segunda Guerra Mundial y yo no lo conocía. Cada cierto tiempo llegaban unos pedacitos de papel en sobres y eran fotos de un señor frente a tanques de guerra o posando en las pirámides de Egipto, esa fue mi primera relación con mi padre y con la fotografía. Luego, el año 63, cuando parto a estudiar a Francia, no podía viajar con la mujer que quería, entonces se me ocurrió sacarle una foto y le pedí a un amigo que me enseñara. Una tarde le hicimos las fotos, las revelamos y yo me las llevé. Cuando volví, al año después, traía una máquina fotográfica y algo había aprendido. Era un actor cesante y de aburrido empecé a ir al Ictus a fotografiar los ensayos. Jorge Díaz, dramaturgo y arquitecto, vio mi trabajo y me pidió que fotografiara el próximo estreno: yo le dije que no sabía nada y el me empezó a guiar. Me fui metiendo cada vez más en el mundo de la fotografía y no me di cuenta como me convertí en profesional.
¿Cómo fue su labor de fotógrafo durante la época previa al golpe de Estado en Chile?
Sin que nadie me lo encargara, yo fotografié todas las manifestaciones en las calles. Tenía la sensación de que era un momento histórico y de que tenía que haber memoria. En ese entonces pensé que en Chile iba a pasar algo similar a la Guerra Civil Española y me dije: bueno, yo no voy a andar con ametralladora, pero puedo ir con mi cámara documentando lo que veo. Por eso fotografié tanto. Cuando vino el golpe me dieron la orden de destruir ese archivo y yo, en cambio, lo fui distribuyendo en pequeños paquetitos entre parientes y amigos. Me fui de Chile un mes después del golpe, sin nada, y al año comencé a contactarme con las personas que tenían estos paquetitos y me los enviaban a través de la embajada de Francia. Gracias a eso hoy tengo fotos de Allende, Neruda, Víctor Jara y parte importante de la memoria política.
Usted regresó a Chile en 1985 a trabajar como fotógrafo independiente, ¿Cómo fue fotografiar a Augusto Pinochet?
Fue duro. Él estaba escribiendo algo, yo me senté en el escritorio mirándolo desde arriba y le dije: "míreme". Imperativo. Como no estaba acostumbrado a ese tono, él me ladró y se fue. Yo no le compraba esa imagen de abuelito bondadoso y no quería la típica foto con sonrisa postiza y perlita en la corbata. Cuando terminé la fotografía uno de sus ayudantes se me acercó y me dijo: "¿usted asume la responsabilidad de las fotos que hizo recién?". "Si, siempre", le dije yo.
Capturas recientes y futuras
Todo partió con una pequeña pelotita de grasa en el ojo. En 2001, al fotógrafo se le diagnóstico un cáncer en el lagrimal, que ponía en riesgo su herramienta de trabajo primordial: la visión. "Pensé que el cáncer era el fin del recorrido, que me iba a morir. También que la fotografía se había terminado para mí, que no iba a poder seguir".
Poirot se operó en Miami y durante meses después no podía salir ni ver la luz del sol. "Podría haberme dejado llevar por la pena y me habría muerto, pero a mi lado estaba mi mujer Fernanda, a ella yo le debo la vida", dice. En 2014 el fotógrafo montó una exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde mostró 300 imágenes que ha tomado a su esposa Fernanda Larraín, 39 años menor que él. Para 2017 vienen al menos dos grandes muestras: una será en el Museo Nacional de Bellas Artes ("habrán muchas fotos que nunca he mostrado y vamos a reflexionar sobre la memoria y el lenguaje de la fotografía", dice) y otra en el Centro Cultual La Moneda.
En su acervo fotográfico, Poirot no tiene ni una sola imagen a color. También, a lo largo de toda su trayectoria, ha sido un acérrimo defensor de la fotografía análoga.
¿Qué diferencia hay entre la foto análoga y la digital?
Son dos lenguajes completamente distintos. Primero, por la conservación. Yo a través de los negativos tengo fotos sacadas hace 52 años y están intactas. Lo digital, en cambio, nadie sabe cuánto va a durar, los sistemas van cambiando y probablemente en el futuro van a tener que ir transformándose a distintos formatos para ser conservadas. Segundo está el tema de la belleza. La profundidad que produce una buena copia en blanco y negro no se compara con la frialdad de una impresión digital. Por algo también son palabras distintas: revelar e imprimir. Cuando tomo una imagen guardo el negativo hasta que estoy preparado para revelar esa foto y a veces pasan meses o incluso años. Ese tiempo para mí es muy importante.