Es pleno febrero y el calor se percibe de manera sofocante en Santiago. Sin embargo, Miguel Barraza (62) se siente más libre al llegar a su lugar de trabajo, en el patio de Subus, ubicado en la comuna de Puente Alto. Esto se debe a que hace un par de días tomó "vacaciones" de su sagrada corbata. La misma que lo acompaña de marzo a enero, desde que tenía 22 años, y que, según él, "es parte de como debe andar un conductor en su trabajo".

Miguel se siente un conductor "por naturaleza". Partió en las antiguas liebres, en las que ayudaba a un amigo a cortar boletos y a dar el vuelto. Pero fue arriba de las famosas micros amarillas que vivió sus mejores años en el oficio. "Antes, el chofer era dueño de la máquina por el turno, y la gente nos respetaba mucho", cuenta.

Con el fin de "las amarillas", Barraza dejó pasar dos años antes de sumarse al nuevo sistema: el Transantigo. "Un día, un amigo me invitó a trabajar acá -en Subus-, saqué todos los papeles y a los ocho días me llamaron para dar los exámenes".

De eso ya han pasado casi nueve años, pero el cariño por las antiguas máquinas sigue intacto. "Es que teníamos muchas garantías. Si uno tenía que hacer un trámite, podía dejar un relevo por el turno y hacer sus cosas tranquilo", dice. En cambio ahora se encuentra sujeto a un sistema de turnos que, como en la mayoría de los trabajos, coarta un poco esa libertad a la que estaba acostumbrado.

Sin embargo, no es el tiempo libre lo que más extraña del antiguo sistema, sino la cercanía que existía antes tanto con el usuario como con sus compañeros y jefe. "Antes el patrón lo iba a ver a uno hasta a la casa por si le faltaba plata para salir a trabajar". Ahora, sostiene, "es todo más individualista".

Sobre la gente, en tanto, advierte que si bien el público es el mismo, "ha cambiado en un 100%", porque "hasta los señores de traje y corbata se pasan por abajo del torniquete si ven la oportunidad, cosa que, paradójicamente, antes no ocurría".

"Cuando abríamos la puerta de atrás, la gente mandaba la plata del pasaje hacia adelante hasta que llegaba al conductor. Nosotros les mandábamos el boleto y el vuelto, aunque a veces el vuelto no llegaba", dice entre risas.

Su secreto para soportar un trabajo tan estresante es "saber adaptarse a los cambios". Para algunos de sus colegas, sin embargo, no ha resultado tan sencillo. "Yo les digo, 'oye, sácate el chip de las amarillas'. Antes nosotros mandábamos, pero ahora tenemos que conducir, abrir y cerrar las puertas, y dejar a la gente en el paradero que corresponde".

De hecho, tal ha sido el cambio que ahora, a falta del saludo espontáneo que se daba antes entre choferes y usuarios, en capacitaciones se recomienda a los conductores que "nosotros seamos los que saludemos a la gente. A veces resulta, otras veces no".

Para Miguel la interacción con los pasajeros es uno de los factores que ayudan a mejorar la calidad del trabajo. "Si uno trata bien a la gente, ellos te tratan bien". Y es que en sus 40 años en las calles, Barraza debe ser de los pocos choferes que jamás ha recibido una agresión física ni verbal de parte de algún usuario. "Cuando me equivoco y cierro las puertas antes de tiempo, les ofrezco disculpas", asegura.