Márquez devolvió a última hora un triunfo que su equipo había conquistado mucho antes. Pero como a Uruguay hay que matarla dos veces para acabar con ella, y supo levantarse a la heroica, el desenlace tuvo que esperar. Y hasta agrandarse. México empieza lanzada.
Uruguay inició con el enemigo en casa. También en su rival, una selección tácticamente extraña y fascinante, con un dibujo elástico que ocupan distintos jugadores, y agrandada individualmente por los costados con Aquino y Corona, eléctricos en el regate. Pero sobre todo en su interior, bajo su camiseta celeste. Álvaro Pereira y Vecino jugaron contra su propio equipo. Y se lo pusieron difícil.
Tener que escuchar el himno de Chile en vez del propio ya alertó a Uruguay de que su estreno iba a estar marcado por la confusión. Pereira fue el primero en contagiarse del caos. En su afán por molestar la llegada de Herrera, remató contra su propio arco un centro espléndido de Guardado desde la izquierda. Y el lateral ya no se levantó, incapaz de descifrar las maniobras de Aquino por su banda.
Más nocivo si cabe para los de Tabárez resultó Vecino, el socio de Arévalo Ríos en el doble pivote. Además de delatar pobreza con la pelota, evidenció torpeza sin ella. Tanta que se fue a la ducha cuando el colegiado iba a soplar el descanso. Llegaba tarde a los cruces y con aparatosidad. Así que se ganó dos amarillas tras hacer saltar por los aires a dos mexicanos. Y obligó a Uruguay a escalar en inferioridad la segunda mitad.
Más allá de los errores propios, Uruguay vivió hecha un lío durante la primera mitad por México, un conjunto interesante. Enredado y complicado desde lo posicional. Y huracanado por momentos en el ataque, con triangulaciones vertiginosas y centros afilados desde las bandas. A Uruguay le costó interpretarla en las dos direcciones. Tardó una media hora. Fue gracias a Lodeiro, que descubrió un pase profundo y raso maravilloso sobre Cavani, pero el amigo de Jara malgastó el mano a mano rematando al cuerpo de Talavera.
En la segunda parte, con uno menos, Tabárez quitó a su centrocampista talento, Lodeiro, para equilibrar con Álvaro González. Aún así los charrúas se las apañaron para llevar la iniciativa y generar barullo en el área gracias a su inagotable acento competitivo. Balones bombeados, llegadas, fútbol trabado, pundonor, saltos, empuje y casta. Godín tocó la corneta del séptimo de caballería y Cavani empezó a asomarse. México sufrió. Porque además se defendió mal.
Y Osorio, esas cosas incomprensibles de los entrenadores, retiró a sus dos mejores futbolistas (Aquino y Corona) para combatir las dificultades. Así que contribuyó a subir la moral de Uruguay. A trompicones y balón parado tuvo presencia en el área. Y por insistencia, justo cuando Guardado devolvió la igualdad numérica, acabó empatando. Cómo no, con la cabeza de Godín, que siempre sabe para dónde juega.
El partido se partió entonces, con ataques en las dos direcciones. Y México, que tiene mucho cuando se pone, volvió a adelantarse. Marcó Márquez, que a los 37 años, sigue vigente. Y luego Herrera, para dar holgura a la victoria. Uruguay se fue protestando. Y México celebrando. Por ahora, su fútbol manda.