El pasado domingo por la noche en Nueva Jersey, estado vecino a la ciudad de Nueva York, Roger Waters invitó a sus amigos, su familia, la prensa y a varias decenas de fanáticos que se reunieron a presenciar el ensayo final de su nuevo tour Us + Them, un show marcado por la presidencia de Donald Trump, que no escatima en lo visual y que sucede cuatro años después de terminar su impresionante gira mundial con The Wall, y tras su paso del año pasado por el festival Desert Trip.
El lugar escogido fue el Meadowlands Arena dentro del complejo Metlife Stadium, un masivo estadio que fue ocupado recientemente para la final de la Copa America Centenario y el Super Bowl de 2014, organizado en conjunto entre los estados de Nueva Jersey y Nueva York.
Llegar al lugar no es fácil, pero luego de una combinación entre metro, bus, Lyft (un servicio como Uber, muy popular en Estados Unidos), más una caminata no menor, hace posible ver al cantante, bajista, compositor y co-fundador de Pink Floyd cuando está a punto de comenzar un show que promete ser espectacular, muy enfocado en lo visual y con un importante contexto político marcado por la última elección presidencial en el país del norte.
"(El show) es una mezcla de mi larga carrera, desde mis años con Pink Floyd hasta algunas cosas nuevas. Un 75 por ciento del concierto serán cosas antiguas y un 25 por ciento serán nuevas, pero todo estará conectado por un tema general. Será espectacular como lo han sido todas mis giras", dijo Waters a través de un comunicado anterior al tour.
El tema general al que se refiere Waters es la política estadounidense. Su nuevo álbum, llamado Is this the life we really want? (¿Es esta la vida que realmente queremos?), es su primer disco solista en 25 años y será lanzado el próximo 2 de junio, pero el show que presenta el músico en Nueva Jersey tiene muy pocas nuevas canciones (tan solo cuatro, tres de las cuales fueron tocadas en vivo por primera vez en esta presentación, llamadas The last refugee, Picture that, Smell the roses y Deja vu) y está fuertemente influenciado por sus álbumes más icónicos. La diferencia es que Trump es tan protagonista como lo fuera el legendario muro de Pink Floyd durante toda su carrera.
El muro contra Trump
Palabras como "Charade" (farsa en inglés) se sobreponen sobre imágenes del presidente y en un momento una serie de frases de su autoría, como "Mi coeficiente intelectual es muy alto, y todos lo saben. No se sientan estúpidos o inseguros; no es culpa de ustedes", aparecen en letras blancas sobre el fondo negro de una docena de pantallas y proyecciones.
La novedad visual tiene que ver con estas pantallas. Ya no es sólo el escenario el que muestra imágenes. En este nuevo tour existe una hilera de proyecciones que van por sobre el público que está frente a Waters y de cara a quienes están sentados en las sillas al costado, las que dan al centro de la arena. Son una serie de telones que cambian de altura y tamaño, suben y bajan hasta desaparecer completamente hacia el final del show. Otra cita de Trump que fue proyectada decía: "Si Ivanka no fuera mi hija, quizás tendría una cita con ella".
Sobre el escenario hay siete músicos y dos coristas, todos vestidos de riguroso negro. En un momento, a Waters, de 73 años, le toca presentar a sus músicos y falla en el nombre de los más nuevos. "Ya me los aprenderé durante el tour", dice, sobre la gira que comenzaba oficialmente ayer en Kansas y lo llevará por las ciudades más grandes de Estados Unidos y Canadá, hasta el 28 de octubre. Los músicos que acompañan a Waters en este tour son las cantantes Jess Wolfe y Holly Laessig, el baterista Joey Waronker, Jon Carin, los guitarristas Dave Kilminster, Jonathan Wilson y Gus Seyffert, junto al tecladista Drew Erickson y al saxofonista Ian Ritchie.
Fueron un poco más de dos horas de show, donde tocó clásicos de todas sus épocas; Wish you were here, la segunda y tercera parte de Another Brick in the wall, donde invitó a niños al escenario, Money, Us and them y más, terminando con Comfortably numb, mientras se paseaba de lado a lado animando a los asistentes de este recinto a medio llenar.
El show es una revisión de su carrera, un espectáculo visual, un discurso político mezclado con avances tecnológicos pocas veces vistos y una sonoridad impecable.
Como en todo concierto de Waters, hay un cerdo volador, pero esta vez no sólo está flotando en el aire; se mueve a voluntad. El icónico animal está suspendido sobre un dron y lo acompaña otra bola negra flotante de gran tamaño.
Casi al final, los lienzos desplegados desaparecen y una pirámide hecha de lásers ocupa su lugar. El público, que se puede mover por todo el recinto mientras observa a Waters esta noche en Nueva Jersey, se congrega bajo la pirámide y se une durante la canción. Por un momento el ego, las mentiras y los sinsentidos de vivir bajo la presidencia de Trump desaparecen. Waters lo sabe y pareciera que los presentes que lo observan en este primer atisbo de su nueva gira, también.