Se pensaba que el Congreso iba a traer más desarrollo a la ciudad, pero con el tiempo nos hemos dado cuenta de que es un palo blanco; le hacen creer a la gente que ha sido un beneficio, pero aquí uno no ve mayor desarrollo en los alrededores".
La frase es de Benjamín Castro, un anticuario que desde hace 25 años trabaja en la avenida Uruguay, a metros de donde se emplaza el Parlamento. En Valparaíso.
Ya hace 27 años que el Congreso funciona en la ciudad puerto. El edificio donde se emplaza comenzó a construirse el 20 de octubre de 1988. Su diseño es de los arquitectos chilenos Juan Cárdenas, José Covacevic y Raúl Farrú, cuyo proyecto superó a más de 500 propuestas. Y sus puertas las abrió al mundo político el 11 de marzo de 1990.
La llegada a Valparaíso causó ilusión. Generó expectativa. Promesas de desarrollo. Pero de esos sueños, pocos, al parecer, se convirtieron en realidad. Al menos así lo sienten locatarios de su barrio inmediato.
"Nosotros ya vamos a cumplir 54 años en este sector y estamos aburridos, porque se supone que el Congreso iba a impulsar la zona", cuenta Carlos García, del local "Foto Arte", también emplazado en la arteria Uruguay.
Valor del suelo
La negativa sensación de la mayoría de los "vecinos" del Parlamento, quienes sienten que el Congreso ha aportado poco y nada, es refrendada por algunos gremios.
"Desde el punto de vista económico, no ha generado beneficios significativos a la actividad laboral de su entorno. El casino que tienen adentro podría desaparecer, para que quienes allí trabajan usen los servicios que se ofrecen en el perímetro, que podrían mejorar. Además, el precio del suelo no ha tenido casi ningún aumento significativo", indica Claudio Carrasco, presidente del Colegio de Arquitectos de Valparaíso.
Su opinión va paralela a otra del mundo académico. "El Congreso funciona como un búnker", opina Pablo Aravena, docente del Instituto de Historia de la U. de Valparaíso. Complementa que "arquitectónicamente no ha sido ningún aporte, y urbanísticamente lo que ha hecho no es levantar un sector, sino que lo ha reventado. La gente que trabaja en el Congreso vive en una suerte de intraexilio. Y como son santiaguinos, con un cierto miedo a la ciudad de Valparaíso".
Para otros, bien
Pero no todos los porteños ven con malos ojos al Parlamento. Algunos pocos locatarios aseguran que sus negocios han crecido. "Ha traído ventajas, porque los días martes y miércoles, cuando hacen sesiones, la mayoría de las personas que vienen a comer son del Congreso. A las ocho de la mañana ya tenemos gente. La afluencia de público es muy buena", señala Samuel Bernal, quien administra el restaurante O'Higgins, uno de los locales más tradicionales del sector El Almendral, ubicado frente al Parlamento.
El alcalde de la ciudad, Jorge Sharp, cree que "el Congreso está en deuda con Valparaíso. Debería relacionarse de otra forma con el entorno, bajar sus rejas, poner a disposición de la ciudadanía su infraestructura y parques".
Algunos de quienes habitan las dependencias del Congreso también creen que ha sido poco el aporte de este edifico a la comunidad.
"En mi experiencia, después de 27 años en el Parlamento, no he visto que haya favorecido al puerto, ni he visto que haya favorecido al propio Congreso como institución", sentencia el senador Alberto Espina (RN). A su juicio, "lamentablemente, no se produjo una alianza estratégica entre la Región de Valparaíso y el Parlamento".
Más duro fue el senador Jorge Pizarro (DC): "Como están los tiempos, debiéramos pensar seriamente en el cambio (a Santiago). Objetivamente, es muchísimo más caro tener el Congreso en Valparaíso".