Marco Politi aprieta un ejemplar de su último libro, recién publicado en Alemania. El título suena casi como una premonición: Benedicto XVI y la crisis de un Pontificado. "Aunque no me esperaba tanto", admite sonriendo. Este periodista italiano lleva décadas moviéndose entre la columnata de la Plaza de San Pedro y los despachos del Vaticano. Escribió una exitosa biografía de Juan Pablo II junto al premio Pulitzer Carl Berns-tein (His Holyness, en 1997). Ahora es columnista de Il Fatto Quotidiano, el periódico que publicó primero unos documentos secretos de Ratzinger, filtrados en 2011. El comentario que el Pontífice soltó durante la misa solemne no le asombra.
¿Está dividida la Iglesia?
Sí. La filtración de papeles del año pasado sacó a la luz agrias luchas de poder entre los cardenales italianos y demostró cierto grado de ingobernabilidad de la Curia Romana. Un grupo de opositores optó científicamente por recoger documentos secretos y mostrarlos a la opinión pública internacional para hacer caer el gobierno del cardenal Tarcisio Bertone.
¿Cree que este escándalo influyó sobre su decisión de retirarse?
Sin duda. Una de las razones que seguramente le empujaron a tomar esta elección fue enterarse del aislamiento que sufría su estrecho colaborador. Aquel Bertone que él mismo eligió como secretario de Estado, un estudioso del derecho, antiguo secretario en la Congregación para la Doctrina de la Fe, levantaba muchos malhumores en la curia y entre algunos cardenales internacionales, que le reprochaban una escasa experiencia diplomática y falta de experiencia para administrar una maquinaria muy delicada. Los grupos conservadores en estos momentos están muy preocupados. Temen que la decisión de Benedicto lleve a "demitologizar" el rol pontifical. Temen que en el futuro, cualquier Papa pueda sufrir presiones para dimitir. Pero la decisión de Ratzinger fue muy lúcida, muy bien meditada. Y no vale para él solo, bajo su perfil humano. También es un gesto revolucionario.
¿En qué sentido?
Es la única gran reforma de su Pontificado. Representa un ejemplo y un estímulo para el futuro, para los próximos pontífices.
¿Qué cambios considera posible que desencadene?
Por ejemplo, me parece importante que, en estas horas, un cardenal conservador como el alemán Joachim Meisner comparta el camino abierto por su conciudadano. Dijo que es justo poner un límite de edad para los papas. Ratzinger ha completado, de esta forma, la reforma de Pablo VI, que quería rejuvenecer la estructura de gobierno de la Iglesia: los obispos tienen que jubilarse a los 75 años, los cardenales con 80 ya no pueden participar en el voto del cónclave. Ratzinger propone, con su gesto, que incluso un Papa, alcanzada cierta edad, debe dimitir.
¿Qué otras razones lo convencieron?
Los tiempos modernos, donde la información es rápida y penetrante, no permiten que exista un Papa enfermo, demasiado anciano, que acaba siendo un ícono, mientras a sus espaldas, entre bastidores, son otros los que mandan. El del Pontífice fue un gesto de real politik. Y, al mismo tiempo, influyó la conciencia de su incapacidad de conducir la Iglesia en el día a día. Ratzinger entendió que no basta con ser un intelectual, un teólogo y un gran predicador, sino que para guiar una organización de mil millones de personas hay que tener el pulso del gobernante.
¿Estos razonamientos no alejan a los creyentes?
La masa de los feligreses lo ha entendido muy bien. Hubo asombro, desorientación, por supuesto. Pero no indignación contra el Papa, no hubo oposición. Los fieles entendieron que es justo proceder hacia un cambio en el mando. Comparten esta elección. Son pragmáticos.