Meg Smith, vocera de una agencia de turismo que acaba de pasar sus vacaciones en Los Angeles, necesita de apenas un gesto para reafirmar un contexto que acumula siglos. Cuando le preguntan qué tan distintos son aquellos que viven en California en comparación con los que crecen mucho más al este, en Tennessee, sus ojos se abren expresivos y su labios se tuercen, señal de que la respuesta es tan obvia que no necesita ser verbalizada.
El grupo country The Tennessee Walkers requiere de un gesto y también de palabras para ilustrar el mismo escenario. Empapados de algarabía en su show nocturno en el club Robert's Western World, en plena arteria musical de Nashville, su cantante pregunta cuántos americanos orgullosos hay en el lugar, desatando el rugido de cincuentones de pómulos rojizos y barba blanca, la totalidad de audiencia que brinda entre murallas atiborradas de botas vaqueras.
El bar Flying Saucer, en Memphis, necesita de un gesto, un par de palabras y una imagen para concluir iguales resultados y adherirles actualidad. En su puerta y en su interior, adelanta en código etílico las elecciones de hoy y motiva a sus parroquianos a escoger el mejor vaso, el que luce la caricatura de Hillary Clinton o el que muestra a Donald Trump, con clara victoria del republicano por 205 contra 153 en el Colegio Electoral, a semanas de los comicios reales.
Como si se tratara del último eslabón de una historia que suma generaciones completas, los números de tal elección -aunque sea por honrar al mejor vaso de plástico- funcionan como termómetro político de casi la totalidad del sureste de EE.UU., esa amplia región bautizada como el "Cinturón Bíblico", por el profundo arraigo del protestantismo, y que tiene al estado de Tennessee como uno de sus feudos. Son los estados que representan la mayor fortaleza de Trump y que incluso han extendido la metáfora: el Cinturón Bíblico es también el cinturón electoral que sostiene al magnate.
"Sólo mira la cantidad de iglesias que hay en cada esquina y todos los locales de country. Ahí está todo", teoriza Henry, un taxista que intenta justificar tal panorama en base a una mezcla de veneración cristiana y fervor patriótico. En efecto, en Nashville, la capital del estado, un 73% de sus habitantes se declara muy religioso. Se trata de la urbe estadounidense con mayor número de megaiglesias per cápita y es la sede del grupo Nelson, la más grande editorial de Biblias en el planeta. Gloria, guía de un recorrido por la prolífica historia artística del lugar, aclara en pleno tour que las mayores ganancias turísticas no vienen ni de la música ni de la gastronomía, sino que del cristianismo.
En general, los votantes que apoyan a Trump, precisamente son blancos, mayores de 50 años y aferrados a una tradición que observa con desconfianza la llegada de inmigrantes y la globalización, fenómenos que, según ellos, han erosionado el dogma protestante que impulsó el poderío económico de la nación.
Tanto Memphis o Nashville son puntales donde la diversidad racial que enorgullece a ambas costas se evapora con una mirada, saturadas de turismo interno que llega fascinado por el pollo picante, por tours que husmean en la imaginería redneck, por botas de punta metálica y por la huella de leyendas del country como Ernest Tubb, de casi nulo impacto fuera de sus fronteras.
Casi no se escucha español y la población de origen hispano (5,2%) reside en los suburbios, distanciada de los epicentros citadinos, tal como los habitantes afroamericanos.
"Cristo es muy importante para nosotros, pero no sé si alguno de los candidatos lo entiende. Quizás la gente se inclina por el mal menor", cuenta Sergio Riveros, un pastor nicaragüense que también trabaja en la compañía Uber, sin apostar por ninguno de los contrincantes, consciente que Trump -con tres matrimonios y un historial pagano de reality shows y casinos- también provoca algo de comezón en los creyentes ortodoxos. Pese a ello, el Cinturón Bíblico igual parece inclinado a su sermón.