Australia quiere partir a Chile. Literalmente. Vuelan los codos, las planchas y las entradas casi criminales. Vidal, el más canchero de la Roja, alcanza a Luongo, que acaba de bajar a Charles Aránguiz, le toca la espalda y le reclama el exceso de fuerza. Por suerte el Rey anda liviano de genio en Rusia, porque el desprecio del volante del Queens Park Rangers, en otra ocasión, hubiese sacado de sus casillas a la estrella nacional. Y no han pasado ni siete minutos desde que se inició el encuentro.

Los leñazos les empiezan a funcionar a los oceánicos. En la Selección después ocuparían el eufemismo de agresividad y presión constante para describir la violencia del rival. Australia se les mete en la cabeza a los jugadores y las recriminaciones empiezan a correr para el compañero mas cercano. Eugenio Mena y Mauricio Isla, los dos laterales, concentran lo reproches, principalmente de parte de Bravo.

El arquero de Manchester City, en tanto, demuestra su peso en el plantel. Grita, ordena, reta y, a simple vista al menos, recepciona en un partido más pelotas con los pies que todas las que le llegaron a Johnny Herrera en los dos choques previos. De una de esas habilitaciones del arquero, justamente surge el gol de Australia (demasiado exigido el pase a Vargas, que controló mal). De todas formas, se confirma lo que dijo Pizzi el sábado: en figuras de este nivel, los 60 de días de inactividad no se notan.

Bravo le reclama a sus compañeros que no sacan al equipo de atrás. A Paulo Díaz le pasa el balón y le apunta con la mano hacia el arco de Ryan. Al zaguero de San Lorenzo no le queda otra que mandar el pelotazo, rifa que casi siempre ganaron los campeones de Asia.

Es verdad que los Socceroos muerden y molestan, pero también hay culpa de los jugadores chilenos en el difícil escenario que plantea el partido. En medio de todo eso, Tim Cahill (quien ayer cumplió 100 partidos con su Selección) se asemeja a un loco con sed de sangre. Barre con todos. Parece que todavía está enojado por el triunfo de la Roja en Brasil 2014, partido del que salió disparando en contra de Jara y del "juego sucio" de Chile.

A Mena le falta la velocidad que exhibió a bordo de su Audi, en el trayecto desde Curacaví a Santiago, la noche previa a iniciar el viaje hasta Moscú. En defensa es más regular, pero en ataque su presencia es casi nula. Y Bravo lo fustiga en el segundo tiempo por esa falta de energía. No se estiró lo suficiente para frenar un contraataque que pudo tener mucha peor suerte para la Selección.

Chile está complicado, porque pierde 1-0 y la opción de seguir con vida en la Copa Confederaciones corre peligro. Los "¡Vamos Chile!" son débiles, se transmite el nerviosismo de la cancha hacia los miles de fanáticos de rojo en las tribunas del Spartak Arena.

Pizzi ya hizo los cambios: Tucu Hernández por el averiado Aránguiz y Martín Rodríguez por el intrascendente Fuenzalida. Debe aparecer el amor propio, el talento y la genialidad para enrielar el compromiso. Y es Arturo Vidal quien, una vez más, conjuga esos tres conceptos en una sola acción. Se lanza al piso para enviar un pase, la pelota es bloqueada por un australiano y desde el mismo lugar, a centímetros del pasto, el volante del Bayern le envía la pelota a Alexis con un cabezazo.

Una jugada extraordinaria, que saca aplausos y voces de exclamación en el público. Segundos después, gracias a la valiente improvisación de Vidal, el Tin ya está celebrando el gol del empate. El gol del alivio, el gol que asegura la clasificación a las semifinales de la cita intercontinental.

Daño irreversible en los corazones oceánicos, rematado por la movida más inteligente de Pizzi en la jornada: el ingreso de Marcelo Díaz en el centro del campo, para controlar el juego (lo mejor hubiese sido ponerlo desde un comienzo, en todo caso). Alexis quiere ganar, les exige a sus compañeros que le asistan. Explota contra Mena porque no le hizo llegar la pelota cuando se la pedía. Otro reproche al Chueco, en una jornada poco afortunada para él.

El triunfo no llegó. El empate quedó sellado y por eso Sánchez se retiró a camarines molestísimo, dejando su camiseta en manos del violento Cahill. El ariete del Arsenal se fue solo, porque sus compañeros prefirieron irse al centro del campo y saludar hacia las gradas. A ellos, el enojo de los 90 minutos se les pasó rápido. Al final se festeja la tercera semifinal consecutiva de la generación dorada en torneos clase A.