Casa de piedra. Eso es lo que significa Tabalí en el idioma molle. Y siendo consecuente con esa cultura de hace aproximadamente 2.500 años, las construcciones de toda la viña, desde la bodega hasta las casas, se inspiran en ella.
La relación de Tabalí con los molles no es fortuita; ellos habitaron el Valle del Encanto, sector contiguo a la viña. Ahí realizaban sus rituales y ceremonias, los que están graficados en los petroglifos, pictografías y piedras tacitas que se reparten por todo el lugar. De hecho, el logotipo de la viña se inspiró de uno de ellos.
Guillermo Luksic, dueño de Tabalí, ha intentado rescatar esta cultura y darla a conocer, cosa que se nota desde que comenzamos el recorrido, pues cada una de sus construcciones está considerada para no intervenir con el paisaje.
Al igual como la naturaleza manda en la producción de sus vinos, también lo hace en la arquitectura y decoración de la viña. La casa de huéspedes –o guest house– tiene un notable aspecto nortino. Las paredes son de barro y evitan las líneas rectas. Destaca la madera en los muebles y en las paredes y la cerámica colima en el piso. Según la arquitecta Susana Aránguiz, quien proyectó la casa, "lo más importante, tanto en la arquitectura como en la decoración, fue no perder esa cosa patrimonial del Valle del Encanto".
El tema de la luz es fundamental. Por lo mismo, diseñaron varias ventanas y ventanales para que ésta entre por todos los rincones.
La decoración mantiene las características del norte del país y del Desierto de Atacama. Los colores son principalmente tonos tierra, con excepción de algunos detalles en tonalidades fuertes, los cuales son dados por aguayos. "Rescatamos lo que hacían los indígenas. Esa fue nuestra inspiración. Nos volvimos a encantar con esta cultura", nos cuenta la arquitecta.
Por el buen clima del lugar, las terrazas se aprovechan durante casi todo el año. Además, todas tienen chimeneas y fogones que permiten mantener el calor en las noches.
Construida por el arquitecto Samuel Claro, la bodega tiene un techo de acero prepintado curvo, que contrasta con las viñas que lo rodean y que lo hace "navegar" en medio de la quebrada. De líneas contemporáneas pero a la vez muy arraigada a la tierra, ya que, al igual que como habitaban los molles y los diaguitas hace miles de años, se encuentra en la parte baja de la quebrada principal, refugiada del sol y del viento. El arquitecto explica que "la bodega bajo la cota de los viñedos mantiene intacta la imagen natural del lugar, entregando al visitante la tarea de descubrirla tras internarse entre los parronales hasta encontrarse con ésta emergiendo desde el fondo de la quebrada". Además, se concibió como una bodega abierta, donde "los cerros serían las laderas de las quebradas y no muros", puntualiza Claro.