Violencia discursiva
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Señor director:
En junio la diputada inglesa Jo Cox, que se oponía a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, fue asesinada por una persona mentalmente inestable, partidaria del "Brexit".
Políticos ingleses advirtieron que el tono violento del debate generó el clima para una acción como esa. Otro ejemplo más cercano es el del viceministro de Bolivia, quien el 25 de agosto fue asesinado a golpes tras haber sido torturado varias horas por personas que habían bloqueado la carretera entre La Paz y Oruro, durante una huelga minera.
Todos somos responsables del tono de los debates, especialmente periodistas y medios de comunicación. Los hechos siguen a las palabras. Sería preferible que pensáramos dos veces antes de disparar indiscriminadamente contra todas las personas que se dedican a la política y contra todas las instituciones. Es difícil matizar en medio de las frases absolutas que se han popularizado. Las generalizaciones nos están envenenando y nadie parece estar dispuesto a arriesgarse para defender a los que se dedican a lo público.
Hace unos años, una alumna le tiró un jarro con agua a una ministra de Educación (algunos, incluso, la celebraron). El 31 de agosto recién pasado, el rector de la Universidad Alberto Hurtado fue retenido unas horas en su oficina, por un grupo de alumnos que le recriminaban que la universidad hubiera tomado medidas contra personas que destruyeron patrimonio de dicha casa de estudios durante una toma. Estos hechos no son aún tan graves como los que han ocurrido en Inglaterra y Bolivia, pero estamos recorriendo el mismo camino.
¿Habrá alguna posibilidad de que empecemos a recorrer la ruta inversa, sin ninguna desgracia que lamentar? Propongo empezar por casa, con las palabras. Las palabras pueden ser un arma, pero también un bálsamo.
Marcelo Farah
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